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Full text of "Un viajero de diez años [microform] : relación curiosa e instructiva de una excursión infantil por diversos puntos de la república mexicana"

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XI B R.AR.Y 

OF THE 

UNIVER.5ITY 

Or ILLINOIS 

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UN VIAJERO DE DIEZ AÑOS. 




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UN VIAJERO 

AlO! 





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RELACIÓN CURIOSA E INSTRUCTIVA 

D5 UNA EXCÜBSIOM INFANTIL 

POR DIVERSOS- PUNTOS DE LA REPÚBLICA MEXICANA, 

- ''v « 

SSCBITA 

POR JOSÉ ROSAS, 
a? Eoioiov 

Corregida por el autor y aumentada Gonslderablemente. 



JUUi BnXO I o?, EDITORBS. 



IdCEXIOO 

IMPRENTA DE AGUILAR E HIJOS, 

1? DB Santo DoMmao, 6 t 1» dbl Belox 3. 

1881 



Leu propiedad de esta segunda edición perte- 
nece á JUAN BUZO 7 COUPAÍtlÁ, d quienes el autor 
ha cedido todos sus derechos. 



: 7-' I 



» 



AL DISTINGUIDO GEÓGEAPO MEXICANO 

D. ANTONIO garcía CUBAS, 

ICn. testixnonio de fraternal cariflo, le dedica 
eate liumilde libro, &\\ amigo 

El autor. 









■■!■)• 



CAPITULO I. 



^ 



Una familia feliz.— Li^erísima idea de la historia 
de México. 

En una de las calles mas céntricas de la hermo- 
sa ciud^id de México, vivia, hace poco tiempo, D. 
Juan Santiestevan, comerciante honradísimo, res- 
petado generalmente por sus vastos conocimientos 
mercantiles y apreciado por la bondad de su cora- 
zón y por la belleza de su carácter. 

La esposa de D. Juan, que se llamaba Luisa, per- 
tenecía á una de las más distinguidas familias de 
Guadalajara: era una señora de treinta y dos á 
treinta y cinco años de edad, hermosa todavía, de 
esmerada y finísima educación y llena de esa dul- 
ce gracia que la virtud y la tranquilidad del alma 



8 ' 

hacen resplandecer en el semblante, á pesar de los 
años y de las vicisitudes de la vida. D. Juan y 
Doña Luisa se amaban tiernamente, y su unión 
era para ellos un manantial inagotable de ternura 
y de felicidad. 

El cielo habia bendecido cariñoso su matrimo- 
nio dándoles tres hijos: Carlos, Adelina y Luis. 

Carlos ^enia diez años, Adelina ocho y Luis seis, 

Carlos era un hermoso niño de complexión dé- 
bil y delicada, de rostro pálido y simpático y de ' 
genio dulce y apacible. En sus grandes ojos negros 
y melancólicos se dejaba ver constantemente el 
fulgor de una bella inteligencia, y en sus palabras 
se advertían una circunspección y un buen juicio 
raros en su edad. 

En sus -primeros años, su padre mismo le habia 
enseñado á leer y á escribir; y más tarde, bajo la 
dirección de distinguidos profesores, habia estu- 
diado la aritmética, la álgebra, la gramática espa- 
ñola, el idioma francés y la geografía. 

En el colegio y en todas partes, sus sentimien- 
tos elevados y generosos, su aplicación, su docili- 
dad y la amabla dulzura de su carácter le hablan 
granjeado el aprecio y el cariño de sus maestros y 
de sus condiscípulos. 



Era la esperanza y el orgullo de aquella exce- 
lente familia. 

Adelina era blanca, rubia, de mejillas de rosa, 
de ojos color de cielo y de sonrisa graciosísima: en 
su alma, inocente y pura, se reflejaban ya los en- 
cantos, la ternura y las virtudes de su amorosa 
madre. 

Adelina, era sencilla, alegre, dócil como Garlos- 
y llena.de cariño hacia sus padres. 

' Sabia también leer y escribir; estudiaba con em- 
peño la geografía, hablaba el francés de una ma- 
nera encantadora y comenzaba á bordar en cane- 
vá, flores, que por ser sus primeros ensayos, eran 
elogiados por Doña Luisa, aunque ciertamente 
aquellas hebras*verdes y rojas, lamentablemente 
erizadas, causaban «compasión. 

El pequeño Luis era un niño robusto y rozagan- 
te, de ojos negros y pequeños, pero expresivos y 
vivísimos; de rostro picaresco y de carácter ardien- 
te y arrebatado. No estaba un momento quieto 
era alegre, bullicioso, risueño y locuaz. 

Tenia también una hermosa inteligencia; pero 
sea por su edad, sea por su genio, aborrecía el tra- 
bajo, y todos los esfuerzos de sus padres para ha- 



10 . 

cerle aprender algo de provecho habían sido inú- 
tiles. 

En el colegio, mientras Carlos sorprendía con 
su aplicación, Luis se entretenía en destrozar el 
libro segundo, para formar barquillos con las ho- 
jas, en referir cuentos á sus camaradas ó en ador- 
nar con las respetables gafas del maestro, los in- 
.móviles ojos del busto de Galileo. 

Los tres niños eran el encanto y la adoración 
de sus p'adres; pero D. Juan manifestaba una se-- 
ñalada predilección por Adelina, y Doña Luisa por 
el pequeño Luis. 

Amables j- complacientes constantemente. Car- 
los y Adelina, nunca daban á sus padres motivos 
de disgusto; Luís, por el contrario, impulsado por 
su carácter ardiente y arrebatado, obligaba á D. 
Juan ándírigirle palabras severas, aunque casi 
siempre terminaban por una sonrisa. 

: La excelente madre corregía también los errores 
infantiles del niño mimado; pero, no pocas veces, 
sus reprimendas se mezclaban con lágrimas y con 
besos. 

Cuando alguno de los tres niños estaba triste. 
Doña Luisa lloraba ocultamente y D. Juan sentía 



11 

una extraña inquietud que no acertaba á expli- 
carse. 

La alegría de aquellos pequeños seres formaba 
la felicidad de los amorosos padres. 

El afán de ambos por verlos siempre contentos, 
era infatigable, é inmensa la solicitud con que pro- 
curaban formar su corazón en el bien, iluminar su 
naciente inteligencia con la luz de la verdad, y 
embellecer su alma, para que un dia llegaran á ser 
queridos y respetados en la sociedad. 

Aquel tranquilo hogar, hermoseado por el san- 
to amor paterno, y protegido por el ángel de la 
virtud, presentaba constantemente un cuadro tan 
risueño como encantador. 

Era un esplendido cielo de primavera, siempre 
azul y sin nubes. 

En la época en que comienza la acción de nues- 
tra historia, D. Juan vivia, como hemos dicho, en 
una de las calles más céntricas de la capital, en 
una casa modesta, pero elegante. El patio de esta 
casa, pequeño, pero no sombrío, daba entrada á 
varios almacenes y tenia una escalera en el fondo, 
perfectamente construida y que conducía á las ha- 
bitaciones de la familia. En este departamento no 
se reflejaba el esplendor magnífico del lujo y de la 



riqueza, pero sí el agradable bienestar de la Como- 
didad y del aseo. Se componia esta habitación de 
tres recámaras, de una sala amueblada con gusto, 
de un comedor lleno de luz, y de un amplio salón 
que servia de estudio. 

Era uno de los primeros dias del mes de Enero. 

En el salón de que hemos hablado, y en el cual 
tenia D. Juan su corta, pero selecta biblioteca, es- 
taba reunida la mayor parte de la familia. Doña 
Luisa cosia cerca de una ventana, á su lado Ade- 
lina se entretenía en bordar un verde y extraño 
paisaje, Carlos leia en voz alta un libro de histo- 
ria, y el pequeño Luis, de pié sobre una silla, fin- 
giendo que estudiaba, se entretenía en pintar á 
hurtadillas muñecos y diablillos sobre la carta de 
la República. 

— Mamá, dijo Adelina, alzando la vista del bor- 
dado y fijando sus grandes y hermosos ojos azules 
en el rostro de su madre; ¡cuánto me gustaria con- 
templar un paisaje así, lleno de árboles y de flo- 
res! ■ • . 

— Todos los dias estás viendo los grandes y her- 
mosos árboles de la Alameda y de San Cosme, 
hija mia, contestó la madre dulcemente. 

— Yo quiero ir á San Cosmej llévame al Tívolí, 



13 
mamá, exclamó Luis, bajando de su silla y colo- 
cándose de un salto al lado de Doña Luisa. 

— Niño, por Dios, retírate, me estás ensucian- 
do la costura. 

Luis hizo una graciosa mueca y volvió á conti- 
nuar su inturrumpida tarea. 

En la Alameda no hay montañas, ni ríos, ni cas- 
cadas, ni puentes, dijo Adelina; yo quisiera ver un 
paisaje como este que estoy bordando. ¡Qué her- 
moso ha de ser viajar! 

— Mi papá dice que uno de estos dias va á Que- 
rótaro y que yo le h© de acompañar, dijo Carlos 
cerrando sji libro. 

— Gracias á Dios que terminaste tu fastidiosa 
lectura, murmuró Adelina. 

— Oye, mamá, lo que se atreve á asegurar mi her- 
mana, replicó Carlos. ¡Fastidiosa mi lectura! Papá 
me ha dicho que la historia de nuestro país es tan 
bella como interesante. 

— Ciertamente, nuestra historia es un tesoro do 
grandeza y de heroísmo, hijo mío, dijo Doña Luisa. 

— Deberían estudiarla para que no dijeras esas 
tonterías, añadió Carlos. Dime ¿sabes quiénes fue- 
ron los que fundaron nuestra hermosa capital? 

—Qué sé yo, contestó Adelina desdeñosamente. 



u 

— Los aztecas la fundaron el año de 1326, dijo 
Carlos satisfecho. 

— ^¿Quiénes fueron esos señores? pregunta Ade- 
lina. 

— Los aztecas, dijo Carlos, de los.cuales descien- 
den los indios de nuestros alrededores, constituían 
un pueblo audaz y guerrero, cuya patria era Az- 
tlan, situada al Norte <íel Golfo de California, se- 
gún creen la mayor parte de nuestros historiado- 
res. Fatigados de la miseria en que pasaban su 
existencia, los aztecas, resolvieron buscar un país 
más fértil y más hermoso, y siguiendo los conse- 
jos de sus oráculos, emprendieron unajarga pere- 
grinación hasta llegar, después de muchos años, á 
nuestro incomparable valle, al cual dieron más tar- 
el nombre de Anáhuac. 

— Es decir, preguntó Adelina, que esta calle, y 
la de Cadena, y la de Zuleta, y las de Plateros, y 
el Zócalo, y la Alameda formaban el Anáhuac? 

— No solamente fesas calles, hija mia, contestó 
Doña Luisa, todo el valle de México que es muy 
extenso. 

— Y por qué se detuvieron aquí, y no en otra 
parte, preguntó Adelina, llena siempre de curio- 
sidad. 



15 

— Porque decían que los dioses de su religión, 
por medio de sus oráculos, y de sus sacerdotes, les 
previnieron que solo se detuvieran en el sitio don- 
de encontraran, sobre un nopal, un águila corpu- 
lenta y hermosa, con las alas extendidas y devo- 
rando una serpiente. 

— ¿Y aquí la encontraron? 

—Sí, dijo Carlos, en un islote, en el centro de 
una laguna. 

-i, ' 

—¿Qué, donde hoy hay calles habia agua? pre- 
guntó Luis. 

— Sí, hijo mió, dijo la madre; por eso este sitio 
se llamó Anáhuac, nombre que en idioma mexi- 
cano quiere decir: cerca del agua. 

— Luego los .aztecas hicieron la Catedral y el 
Palacio, y la Alameda y la Profesa? 
'' — No, hijo mió, dijo Doña Luisa; los aztecas edi- 
ficaron una ciudad muy hermosa, pero enteramen- 
te distinta de la que hoy vemos. La ciudad actual 
fué construida por los españoles, en el mismo sitio 
que ocupaba la ciudad antigua. • " 

— Cuéntanos eso, mamá^ exclamó Adelina. 
^ — Con mucho gusto, contestó Doña Luisa. 

Los aztecas, después de haber vencido y domi- 
nado á los pueblos cercanos, se establecieron defi- 



i^.: 



16 

nitivamento en el valle, .levantaron la magnífica 
ciudad, con templos y palacios,' y fundaron más 
tarde su poderoso imperio. 

— ¿Cuántos fueron los emperadores aztecas, Ade- 
lina? preguntó Carlos. 

La pobre niña no supo qué contestar. 

— Fueron once, hija mia, no lo olvides nunca, le 
dijo Doña Luisa cariñosamente (1). Entre estos 
emperadores, uno de los más célebres y nombrados 
en la historia, esMoteuczoma II que figuró eñ gran- 
des y memorables acontecimientos. Durante su 
reinado desembarcó en Veracruz el conquistador 
español Hernán Cortés, uno de los capitanes más 
ilustres de su época, por su indomable valor y sus 
heroicas hazañas, aunque desgraciadamente, la 
crueldad empañó no pocas veces el brillo de la glo- 
ria que supo adquirir en los combates. 

Cortés desembarcó con sm^equeño ejército el 
Jueves Santo del año de 1519;.dijo Carlos. 

— Es verdad, hijo mió, veo con placer que tie- 
nes una excelente memoria. 



(1) Hé aqni los nombres de los reyes de México: # 

Acamitziu, Huitzilihaitl, Quimalpopoca, Itzcoaü, Moteoczo* 
ma I, Ajayacatl, Tízoc, Ahoitzotl, Moteaczoma n, Coitlahóát' 
son y Cóauhteqaotzin. 



17 

— ¿Y qué sucedió? 

— El audaz capitán español, después de haber 
quemado sus naves heroicamente, llegó á la capi- 
tal del poderqso ijnperio mexicano, donde fué re- 
cibido espléndidamente por Moteuczoma. En cam- 
bio de lahospitalidad que recibia, Cortés, aprisionó, 
por medio de la astucia, al emperador azteca, con 
el intento, de dominar á aquel pueblo valeroso. 
Moteuczoma murió herido en la frente por una pie- 
• dra que le arrojó uno de sus vasallos. Después de 
la muerte del desgraciado monarca. Cortés, hosti- 
lizado constantemente por el ejército azteca, tuvo 
que abandonar una noche la capital, sufriendo en 
su retirada la más terrible de las derrotas. 

— ^A esa sangrienta y desastrosa jomada le lla- 
maron "La noche triste, n dijo Carlos. 

— ^¿Y por dónde se fué Cortés? preguntó Ade- 
lina. 

— Por la calle de Tacuba y las calzadas de San 
Cosme y de la Tlaxpana, hasta llegar á Popotla, 
donde existe todavía el árbol memorable, á cuya 
sombra, es fama, que lleno de ira y de despecho, 
derramó abundantes lágrimas el indomable y cé- 
lebre conquistador. 
^— ¿Y no volvieron á México los españoles? 



1 



18 

— Sí, hija mia; poco tiempo después, unidos con 
los tlaxcaltecas, ocuparon la capital, tras de un 
prolongado y sangriento sitio, que fué heroica- 
mente sostenido por el joven y «valiente Cuauhte- 
motzin, último emperador azteca. Llenos de ale- 
gría Cortés y sus soldados celebraron su victoria 
y destruyeron los templos, los dioses y los palacios 
de la ciudad antigua; sobre los destrozados ídolos 
colocaron la cniz, y elevaron en el mismo sitio 
nuestra magnífica ciudad, hoy capital de la Repú- 
blica. 

— Papá, papá; aquí viene papá, exclamó Luis, 
saltando gozoso y corriendo á encontrar á D. Juan. 

— Otra vez, hijos mios, dijo Doña Luisa, levan- 
tándose, os seguiré dando una ligera idea de nues- 
tra historia. 

Los tres niños fueron á abrazar á su padre, ca- 
riñosamente. 



<>» ■ 



CAPITULO TI. 



FreparaÜTOs de Ti^}e*— Contiiitia la historia de México* 
— Snefio agitado. 

— Voy á darte una noticia muy agradable, dijo 
D. Juan á Carlos. 

— ¿Vas á llevamos á Tacubaya, papá? preguntó 
Luis alborozado. 

— No, hijo mió, le contestó* D. Juan, sonriendo 
y besándole apasionadamente; la noticia á que me 
refiero solo á Carlos le puede interesar. 

— ^¿Qué es, papá? le preguntó Adelina, ciñéndole 
el cuello con sus pequeños brazos. . 

— ¡Curiosa, como mujer! exclamó D.' Juan. 

Adelina se ruborizó y ocultó su hermoso rostro 
entre las manos. 



. ■•-^—Vi-Arr:.^^ 



20 

— Pondremos término á la curiosidad de estos ni- 
ños, dijo D. Juan; se me ha presentado un negocio 
muy importante, y mañana emprenderemos ese 
viaje á Querétaro, de que tanto hemos hablado. 

— ¿Mañana? ¡Qué gusto! exclamó Luis, agitando 
sus manecitas y corriendo lleno de alegría. 

— Ven acá, loquillo, dijo D. Juan acariciándole; 
calma tu entusiasmo, porque en ese viaje solo Car- 
los me acompañará. 

— ¿No voy yo, papá? pteguntó Adelina, tímida- 
«lente. ' ' ■' 

— ¿Qué, no me llevas á mí? dijo Luis. 

— No, hijos mios, no es posible; vosotros os que- 
dareis acompañando á vuestra madre. 

Adelina suspiró con tristeza, pero no hizo obje- 
ción alguna; Luis, más fogoso comenzó á gritar: 

— Yo quiero ir, papá, yo quiero ir. 

— Vé á preparar tus cosas, dijo D. Juan á Car- 
los, porque deseo que salgamos á las cinco de la 
mañana. 

Carlos obedeció en el acto, y abandonó el salón 
de estudio, radiante de felicidad- 
Al verle salir. Doña Luisa volvió el semblante 
al lado opuesto y enjugó una lágrima. ' ^ 

— Si te digo una cosa que he aprendido, ine Uc" 



ai 

vas á Querétard, papá? le dijo Luis á D. Juan ha- 
ciéndole caricias. 

— Estás hoy muy zalamero, chiquitín; vamos á 
ver ¿cuál es esa cosa tan admirable? 

— La historia de México que mamá nos ha con- 
tado. Ya sé qué aquí habia una ciudad muy gran- 
de, donde vivian muchos indios, y que entró Cor- 
tés y la destruyó para formar otra más bonita. 

— Es cierto, dijo D. Juan, sonriendo; ese memo- 
rable acontecimiento acaeció el martes 13 de Agos- 
to del año de 1521, dia de San Hipólito. 

— ^¿Y qué sucedió después? preguntó Adelina. 

-—Desde entonces, dijo D. Juan, nuestro privi- 
legiado y extenso ^jiís, pasó á aumentar los domi- 
nios de la poderosa monarquía española. El impe- 
rio azteca quedó para siempre desljpiido, y México 
fué gobernado durante tres siglos por vireyes y 
gobernadores, delegados de los reyes de Castilla. 

— ¿Y qué, los vireyes eran muy malos? pregun- 
tó la curiosa niña. 

— Algunos de ellos adquirieron una triste cele- 
bridad por sus errores; otros, como Mendoza, que 
fué el primero, y como Revillagigedo que estuvo 
aquí en los últimos años del siglo pasado, dejaron 
gratos recuerdos de su inteligencia como gobetr 



22 

nantes, de su probidad, de su rectitud y de su jus- 
tificación. 

— ^¿Y por qué se acabaron los vireyes? preguntó 
Luis. 

— ^El pueblo mexicano, hijo mip, conociendo al 
fin sus derechos, y no queriendo sufrir por más 
tiempo el yngo de una nación extraña, proclamó 
su independencia el 15 de Setiembre de 1810. 

— iSL qué es la independencia, papá? 

— Para los pueblos, la independencia consiste 
en gobernarse por sí mismos, sin estar sujetos á la 
voluntad ó al capricho ageno. Para conquistar el 
inestimable bien de la libertad, México luchó he- 
roicamente durante once años, adquiriendo al fin 
la victoria, á coeta de torrentes de sangre y de in- 
mensos sacrificios. Entre los caudillos más ilustres 
de esta gloriosa guerra, debéis recordar siempre, 
hijos mios, con gratitud, á i^idalgo, venerable sa- 
cerdote que fué el primero que dio la voz de liber- 
tad, en el humilde pueblo de Dolores, la noche del 
15 de Setiembre de 1810. 

— Sí, dijo Adelina, yo le quiero mucho; he visto 
su retrato y me parece muy simpático. 
— El ejército independiente al mando del liber- 



23 

tador Iturbide, entró á la capital el 27 de Setiem-, 
bre de 1821. 

— Qué bonito estaría entonces México papá, ex- 
clamó. Luis. 

— Yo no lo vi en esa época, dijo D. Juan; pero 
mi padre me ha. contado que por todas las calles 
por donde pasaba el Libertador Iturbide le arroja- 
ban aromas, flores y coronas; que el son de las mú- 
sicas se mezclaba á los gritos de alegría; que el en- 
tusiasmo popular no tenia límites y que en todos 
los semblantes se pintaba el gozo de la victoría y 
de la esperanza. Desgraciadamente el tiempo vino 
á damos el más doloroso de los desengaños; Itur- 
bide, cegad? por la ambición, se hizo proclamar 
emperador; poco tiempo después tuvo que abdicar 
la corona para evitar la prolongación de los hor- 
rores de la guerra civil; fué desterrado á Europa, 
y al volver al país pereció en un cadalso, en el 
pueblo de Padilla, del Estado de Tamaulipas. 
• — ¡Pobre de Iturbide! dijo Adelina, dando á su 
voz esa expresión de infinita ternura que solo bro- 
ta del corazón de la mujer. 

— Digno fué de piedad por sus faltas graves y 
su trágico fin, dijo D. Juan; pero siempre es acree- 
dor á nuestra gratitud. 



24 ■ 

• — Y después de Iturbide, ¿quién fué el empera- 
dor? preguntó Luis. 

— Habiendo sustituido á la monarquía la repú- 
blica, contestó D. Juan, el primer presidente fué 
el general D. Guadalupe Victoria, uno de los más 
ilustres caudillos de la independencia. 

— Pues, ¿qué es monarquía, papá? 

— Es el gobierno de una nación ejercido por un 
solo hombre, á quien se dá el título de rey ó de 
empera;dor. 

■ — Dame una idea de lo que es la República, pa- 
pá, dijo Adelina, 

— La República es la más bella de las institu- 
ciones, contestó D. Juan, la que está más en armo- 
nía con las necesidades sociales y con la^ dignidad 
humana; en ella el poder no puede depositarse en 
un solo hpmbré, sino que es ejercido por el pueblo 
legítimamente representado. 

— ¡Qué gusto que aquí tenemos la República! 
exclamó Adelina. 

— ¿Y hay muchas monarquías, papá? preguntó 
Luis. 

< — La mayor parte de las naciones de Europa 
están'constituidas bajo el sistema monárquico; en 



25 

América, afortunadamente, la única nación regida 
por estas instituciones es el Brasil. 

— ¡Qué felices y qué bonitas han de ser las re 
públicas, exclamó Adelina! 

— Nuestra vecina, la grande y poderosa repú- 
blica de los Estados-Unidos, está demostrando al 
mundo, desde hace muchos años, la excelencia y 
la grandeza de las instituciones democráticas. Si 
México no ha sido venturoso, si no se ha elevado 
todavía á la altura en que por sus innumerables 
elementos debe figurar, culpa no es ciertamente 
del sistema que nos rige, sino de otras mil desgra- 
ciadas circunstancias. ,' > . 

— Siempre que hablas de esto te pones triste, 
papá, le dijo la dulce niña, acariciándola. 

— Sí, hija mia, mi corazón se llena de amargura 
al recordar los infortunios de nuestra patria. 

Poco tiempo después de consumada la indepen- 
dencia, estalló la guerra civil, con todos sus hor- 
rores, lá guerra de hermanos, que es la más funes- 
ta de las guerras. Desde entonces el espanto reina 
en las ciudades y en los pueblos, la inseguridad se 
ha enseñoreado de nuestros caminos, el comercio 
languidece, la industria muere ahogada en su cunar' 
y muchos de nuestros campos, yermos y abando- 



26 
nados, ostentan, en vez de flores y de espigas, en 
vez de los benditos frutos del trabajo, las blancas 
osamentas de los mexicanos muertos en las batallas. 

— Pues, ¿por qué ha habido tantas guerras? pre- 
guntó Adelina. 

-—La ambición, hija mia, y las pasiones de los 
partidos encendieron entre nosotros la tea de la 
discordia, desde el año de 1821. Los motines y los 
pronunciamientos se sucedieron unos á otros, casi 
sin' interrupción; estuvimos cambiando constante- 
mente del sistema federativo al central y de éste 
á aquel, perdiendo el tiempo en inútiles ensayos y 
dando pávulo á la anarquía y á la desmoraliza- 
ción.. Pocos fueron los presidentes que terminaron 
su período constitucional, y á consecuencia de 
«nuestros desaciertos, otras naciones demasiado se- 
veras, olvidando sus estravíos, nos echaron en ca- 
ra los nuestros, señalándonos al mundo comq un 
pueblo ingobernable, digno de la universal conmi- 
seración. Y como si no hubieran sido bastantes 
tantas desventuras, los Estados-Unidos nos decla- 
raron la guerra, y fué invadida nuestra Kepública 
por las tropas norte -americanas, en los años de 
1846 y 1847. Después de varias batallas de éxito 
diverso, en que el valor mexicano se mostró siempre 



27 
grande y digno, particularmente «n la acción de la 
Angostura en el Noifte, y en las del Molino del 
Rey, Churubusco y Chapultepec en el valle de 
Máxico, los americanos ocuparon ,1a capital, y el 
pabellón de las estrellas ondeó sobre el palacio na- 
cional. . • 

— ¿Y quién hizo salir de México á los america- 
nos? i ' ■ 

. Habiéndose celebrado, algunos dias después, el 
tratado de paz, llamado de Guadalupe Hidalgo, 
por el cual perdimos más de la mitad de nuestro 
territorio, las tropas americanas se retiraron, y 
nosotros, no escarmentados todavía, volvimos otra 
vez á nuestros desaciertos. 

— ¿Y posteriormente, no^ha habido guerras, pa- 
pá? preguntó Adelina. ' • 'i 

— Sí, hija ftiia: en 1853, siendo dictador D. An- 
tonio López "de Santa-Anna, se levanta contra él, 
en las montañas del Sur, el patriota Alvarez, pro- 
clamando el plan de Ayutla, é iniciando la guerra 
de Liberta^ y de Reforma. 

Vencido Santa-Anna, huyó al extranjero ^i 
1855, y dos años después se publicó solemnemen- 
te la Constitución general del país. 

Desgraciadamente la paz no duró mucho tiem- 



28 

po; el partido reftccionario ee apoderó una vez más 
del poder, aprovechándose de la debilidad del pre- 
sidente Comonfort, que mal aconsejado, dio el fu- 
nesto golpe de Estado de 1857, y el clamor pavo- 
roso de la guerra volvió á dejarse oir en el terri- 
torio de la República. Entonces, D. Benito Juárez, 
presidente interino, defendió con heroica constan- 
cia la Constitución y la Reforma. Esta sangrienta 
lucha duró tres años. Triunfante al fin el partido 
progresista, fué electo Juárez presidente constitu- 
cional. 

— ¿Y cuándo vinieron los franceses, papá? pre- 
guntó la niña. 

— ^Déjame continuar mi relación y procura no 
interrumpirme, le dijo D. Juan cariñosamente: con 
pretexto de la suspensión de pagos, decretada por 
el Congreso mexicano, se firmó la famosa conven- 
ción de Londres, entre Francia, Inglaterra y Espa- 
ña, para intervenir en los asuntos de nuestro país. 
En Diciembre de 1861, desembarcaron en Veracruz 
los españoles, y pocos dias después llegaron los 
franceses y los ingleses. Reunidos los plenipoten- 
ciarios de las tres naciones, firmaron con el minis- 
tro mexicano Doblado, los preliminares de un 
tratado de paz, en virtud de los cuales se suspen- 



29 
dieron las hostilidades. Las tropas de España é 
Inglaterra se retiraron, y solo los soldados de Na- 
poleón III avanzaron hacia México, violando vet- 
gonzosamente la ié de los tratados. Fácil y seguro 
creian el triunfo; pero al llegar á los muros de 
Puebla, se vieron obligados á retroceder ante el 
valor del pueblo mexicano, y ante la íé inque- 
brantable del ilustre y modesto general D. Ignacio 
Zaragoza. Ya sabéis, hijos mios, cuan espléndida 
fué la victoria obtenida por las armas nacionales, 
el 5 de Mayo de. 1862. 

Al año siguiente, habiendo sido reforzadas con- 
siderablemente las tropas francesas, Puebla sucum- 
bió, después de un prolongado sitio, y el ejército 
invasor ocupó la capital. El presidente Juárez, 
sereno siempre, se retiró al Paso del Norte, soste- 
niendo con firmeza horóica el pabellón de la Re- 
pública 

Los franceses improvisaron una farsa de gobier- 
no, hicieron proclamar el imperio, y llamaron á 
ocupar el trono al desgraciado príncipe Maximi* 
liano, archiduque de Austria. Pero esta exótica 
monarquía, no duró mucho tiempo. En 1867 los 
franceses abandonaron el país, y el imperio se 
hundió para siempre entre ensangrentados es- 



30 

combros en Querétaro. Juzgado por un consejo de 
guerra y condenado á muerte, Maximiliano fué 
ejecutado en el cerro de las Campanas, el 19 de 
Junio de 1867. 

— Me causa compasión la triste suerte de Maxi- 
miliano, exclamó Adelina. 

— Tienes razón, hija njia, le dijo Doña Luisa. * 

— Digno es ciertamente de piedad, repuso D. 
Juan; pero tal es el destino de los que se atreven 
á atentar contra la independencia de los pueblos. 

— ¿Y qué sucedió después, papá? 

— En 1867, Juárez volvió á la capital de la Re- 
pública (1). 

¡Dios quiera, hija mia, que las dolorosas leccio- 
nes de nuestra historia nos enseñen el camino de 
la dicha! ¡Dios quiera que nuestra prudencia y 
nuestro buen juicio, nos evjten llegar á ser un dia 
víctimas de la insaciable ambición de nuestros ve- 
cinos! 



(1) Desde qne por primera vez se pnblicó esta obra, han 
ocurrido algunos actmtecámieatos que dd)«mos señalar en esta 
B^;nnda edición. Habiendo fallecido en 1872 el presidente Juá- 
rez, se encalcó del poder el &r. Lerdo de Tejada, el cnal> 4Úgu- 
nos meses después, fué electo presidente constitucional. En 
1876 triunfó el plan de Tuxtepec, y ptor este motivo, el año si- 
guiente tomó posesión de la primera magistratura el General 
Porfirio Díaz. En la actualidad es presidente de la República 
el General Manuel Cbnzalez. 



31 

— Luís no ha oido ni una sola palabra de cuan- 
to has dicho, exclamó Adelina. 

— No es verdad, papá, se apresuró á decir él ni- 
ño, tratando de ocultar con su cuei'po un estrava- 
gante croquis de batalla que habia estado dibujan- 
do sobre el desventurado mapa. 

— Vamos á ver, dijo D. Juan; dime, ¿qué es lo 
que has entendido? 

— Todo, papá. 

— Pues bien, refiéreme alguno de los acontecí- , 
mientos de que he hecho mención. ¿Qué hicieron 
en México los franceses? 

— ¿Cómo, qué? fusilaron á Maximiliano. 

—No digas despropósitos, exclamó la madre, 
riendo. 

— Casi tiene razón, .dijo D. Juan: ellos fueron la 
causa de su ^nuerte, por haberle arrojado en una 
empresa aventurada y loca, abandonándole des- 
pués, en su desesperada situación. 

—Voy á estudiar con mucho empeño la histo- 
ria, papá, dijo Adelina, y cuando vuelvas de Que- 
rétaro te voy á sorprender con mis progresos. 

— Bueno, hija mia; esos importantes conoci- 
mientos, por ligeros que sean, sirven siempre como 
introducción al estudio de la geografía. 



3S 

— ^¿Qué es geografía? papá, preguntó Luis, 

— La geografía es la ciencia que se ocupa de la 
descripción de la tierra, dijo Adelina rápidamente, 
muy contenta por haber hallado una oportunidad 
de lucir sus conocimientos. Se divide en tres par- 
tes: cosmografía, goeografía física y geografía po- 
lítica y descriptiva. . . 

— Esplícame eso, papá, dijo Luis interrumpién- 
dole. 

— La tierra, hijo mió, es una grande esfera que 
gira en el espacio al rededor del soL El estudio de 
las leyes en virtud de las cuales se mueve y sus 
relaciones con los demás astros constituyen la cos- 
mografía. 

— No entiendo bien papá; ¿qué es esfera? 

— ^Una naranja es semejante á una esfera, con- 
testó D. Juan; figúrate que la tierra es una naran- 
ja muy graiide. 

— ^Es decir, una bola, dijo Luis. 
—Perfectamente. 

— ^¿Y qué es geografía física? 

— Es una parte de la geografía que tiene por 
objeto el estudio de la forma y dimensiones del 
globo, el aspecto de su superficie y sus divisiones 
naturales. 



38 

-í — Esto lo entiendo menos, papá. 

— Tienes razón: procuraré explicarme con ma- 
yor claridad. La geogi-afía física se ocupa del as- 
pecto y configuración de la tierra, de las sustancias 
que la componen, del aire que la rodea y constitu- 
ye la atmósfera; del agua que la cubre en parte, 
de los vegetales que crecen en su superficie, es de- 
Ciir, de las hierbas, de las flores, de los árboles, etc.; 
y de los seres qne én ella viven. 
% — ¿Y la geografía política? 

— Considera la tierra como morada del hombre; 
describe los países, con sus montañas, sus valles, 
sus caminos, sus rios, sus lagos, sus ciudades, sus 
pueblos, etc., etc.; dá noticia de los gobiernos, de 
las religiones y de las costumbres. 

— Esa parte de la geografía es la que mas me ha 
de gustar, dijo Luis. 

— Mira, mamá, qué de cosas trae Carlos, exclamó 
Adelina, señalando á su hermano que se aproxi- 
fiáaba. 
I — Aquí tenemos ya al futuro viajero, dijo D. Juan, 

Doña Luisa quiso contestar, pero al ver á Car- 
los sintió que la voz se le anudaba en la garganta. 
Tenia razón la amorosa madre; era la primera vez 
que iba á separarse de su adorado hijo. 



34 ■ 

Entre tanto, Luis, inquieto y curioso, habia sa- 
lido á encontrar á Carlos. 

Adelina guardó su bordado suspirando. La pd^' 
bre niña anhelaba acompañar, á su hermano en sui^r 
excursiones, pero no se atrevia á manifestar otííl* 
vez sus deseos. • ^X 

Carlos entró al fin á la sala de estudio, con uitíí 
multitud de objetos diversos, que se -complacía eftt' 
mostrar á sus pad.'es. '', 

— Cqmpré este sombrero fieltro, dijo; ¿estarán 
bueno para el camino, papá? ¿Qué te parece? 

D. Juan no pudo contestar mas que con una car-^ 
cajada, porque Luis, después de haberse puesto loé 
guantes de casimir, se caló el sombrero fieltro haB^i 
ta las narices, haciendo la figura mas grotesca qufe' 
imaginarse puede. 

— ¿Cuándo tendrás tú algún juicio? dijo Doña; 
Luisa bondadosamente. 

— ¿Qué es esto, mamá?. preguntó el niño? >A 

— Papá, mira á Luis, exclamó Carlos; me vaáfe 
romper el frasco que me regaló mi tio para llevar 
agua en el camino. 

Luis abandonó el frasco precipitadamente, y co^ 
menzó á ponerse las botas de hule. / 

— Qué bonito neceser, dijo Adelina. jj. 



35 

— También me lo acaba de regalar mi tío, con- 
testó Carlos: tiene vaso, tenedor, cuchillo, cucha- 
ra y salero. 

Luis, pudiendo apenas andar con sus botas de 
hule, se aproximó á examinar el neceser. 

— Niño, niño, exclamó doña Luisa; mira que te 
vas á hacer daño con el cuchillo. 

D. Juan le dirigió una mirada severa, y el niño 
corrió á refugiarse entre Ips brazos de su madre, 
que le estrechó cariñosamente. 

— Mamá, dijo Carlos, aquí está mi ropa para que 
me la pongas en el cofre de papá; no se te olviden el 
cepillo y los peines; voy á traer la bufanda y la capa. 

— Según los preparativos, dijo D. Juan, salien- 
do del salón de estudio, parece que vas á hacer el 
viaje al polo Norte. 

— Di que traigan el cofre, le dijo Doña Luifsa á 
Carlos, muy conmovida. 

Carlos obedeció. 

— ¡Qué ¿se vá Carlos al Norte, mamá? ¿Qué es el 
Norte? exclamó Luis. 

— Es uno de los cuatro puntos cardinales que los 
geógrafos han imaginado para determinar Iq, situa- 
ción relativa, de los diversos puntos de la tierra. 
Carlos no vá al, Norte. 



36 
• — No he comprendido bien. 
'. — Voy á explicártelo, dijo Doña Luisa: pinta una 
cruz en un papel. 

— Aquí está ya, dijo el niño. 

— ¿Por qué punto sale el sol? 
— Por allí, mamá. 

— Bien; pon la parte superior de la cruz, en la 
dirección del punto por donde el sol sale. 
Luis obedeció. 

— A ese rumbo, le llaman el Oriente ó Este, aña- 
dió Doña Luisa, al opuesto que señala el pié de la 
Cruz, que es el punto por donde el sol se oculta, se 
le designa con el nombre de Poniente ú Oeste ó al 
rumbo que señala el brazo de la izquierda se le 
llama Norte ó Septentrión y al del brazo de la de- 
recha Sur ó Mediodía. 



E 



N- 



-S 



O 



37 

— ¿Y cómo esos puntos cardinales sirven para 
determinar la situación relativa de algún lugaí? 
preguntó Luis, 

— De una manera muy sencilla, le contestó la 
madre: supongamos que la cruz que has dibujado 
se extendiera, no en el papel, sino en el territorio 
de la república. 

— Sí mamá, ya me lo figuro. 

— Pues bien, si una población estuviera entre el 
pió de la cruz y el brazo de la derecha, diriamos 
que ese lugar estaba situado entre el Sur y el Oeste. 

— Ya he comprendido muy bien, exclamó Luis, 
lleno de alegría. 

— Otra vez te explicaré cuales son los puntos ó 
vientos intermedios, y te enseñaré la figura que los 
representa y que se llama rosa de los vientos. 

— En ese momento entró Carlos, seguido de un 
criado, que conduela im pequeño cofre. Doña Lui- 
sa, conteniendo sus lágrimas, comenzó á empacar 
la ropa y los demás objetos. 

— Mira, le dijo á Carlos: envuelto en este papel 
color de rosa, vá el peine; acá coloco los cepillos; 
de este lado están tus libros y encima las camisas 
y los pañuelos para que los puedas hallar con fa- 
cilidad cuando los busques. 



38 

— ¿Qué, no pones mi ropa, mamá? preguntó Luis. . 

— No, hijo mió, contestó Dpña Luisa. 

— ¿Deveras no voy? 

— Doña Luisa nada contestó. 

— Yo quiero ir, yo quiero ir, repitió gritando 
desaforadamente ¿Por qué Carlos ha de viajar y 
yo no? 

— Tienes razón sobrada, contestó la madre, son- 
riendo; pero esto lo debes arreglar con tu papá. 

— Voy á verle, exclamó el inquieto niño, salien- 
do precipitadamente. 

— ^Aquí están las llaves del cofre, le dijo Doña 
Luisa á Carlos; guárdalas con cuidado, no las va- 
yas á perder. 

• — No mamá. 

— ^Y te recomiendo que me escribas de todos los 
puntos á donde llegues, ó que me pongas un telé- 



grama. 



— Así lo haré, contestó Carlos. 

Un criado anunció que la cena estaba servida, y 
la familia pasó al comedor. 

Carlos, inquieto y agitado, sintiendo esa ansie- 
dad tan natural en la víspera de un viaje, no tuvo 
apetito; Adelina suspiraba con frecuencia y comió 
poco; solo Luis lo hizo á la cena los honores acos- 



39 

tumbrados, y su ruidosa alegría contrastaba con el 
aspecto sombrío y triste del resto de la familia. 

Terminada la cena, los tres niños, después de ha- 
ber abrazado á sus padres y recibido su bendición, 
se dirigieron á su aposento. 

Al principio de la noche, Carlos se agitaba en 
su cama, en molesto insomnio, sintiendo un vago 
é inexplicable temor, y pensando á pesar suyo en 
grandes y desconocidos peligros; Luis por el con- 
trario, fatigado de su continuo movimiento, se dur- 
mió al instante, con un dulce y tranquilo sueño. 
Doña Luisa, en la recámara inmediata, arrodillada 
cerca de una imagen de la Virgen, rezaba en silen- 
.cio y lloraba. 

A las dos de la mañana Luis despertó lleno de 
sobresalto: soñó que D. Juan y Carlos hablan par- 
tido sin él, y tomó su sueño por una realidad. Co- 
mo el resplandor de la luna penetraba por algunas 
de las hendiduras de la puerta, creyó que amane- 
cía y se levantó precipitadamente. 

Al ruido acudió la cariñosa madre; le convenció 
de su error y le consoló con sus caricias, ofrecién- 
dole que formaría parte de la expedición. Tranqui- 
lo con esta promesa el niño, á los pocos instantes 
volvió á dormirse profundamente. 



CAPITULO III. 



De México Á Onadalape.— £1 ferro-carrih—Despedida. 



^,..- "* 



Al amanecer del dia siguiente, se notaban en la 
casa de D. Juan, la agitación inusitada y el movi- 
miento que preceden siempre al momento de la par- 
tida. 

Los criados entraban y sallan, cruzando en todas 
direcciones y conduciendo diversos objetos al car- 
ruaje que esperaba ya en la calle. 

D. Juan escribía en el salón de estudio y arre- 
glaba apresuradamente algunos papeles; Carlos iba 
y venia recibiendo instrucciones; Doña Luisa sin 
ocultar ya su llanto, envolvía en las servilletas la 
comida de los viajeros, y Adelina procuraba ayu- 
darla en sus tareas, suspirando tristemente. 



41 

Habiendo terminado D. Juan sus ocupaciones, 
extrañó á Luis y preguntó por é\. 

El inquieto niño, calzadas las botas de hule y 
envuelto en la bufanda de Carlos, estaba sentado 
en la testera del carruaje, contemplando con ale- 
gría los preparativos, y acrecentando con sus gri- 
tos y sus risas la impaciencia de los caballos. 

— ¿Qué haces tú allí, ttavieso? le preguntó Don 
Juan. . ■ 

— ¿Ya nos vamos? dijo Luis sin contestar á la 
pregunta de su padre. 

— Dentro de un momento, chiquitín. 

— Ya es muy tarde, papá, mira donde vá el sol. 

— El sol ni vá ni viene, le dijo D. Juan cariño- 
samente; nos parece que se mueve, pero la vista 
nos engaña: el sol está fijo en el espacio y la tierra 
es la que gira al rededor de él. 

— ¿Pues por qué vemos que el sol anda; pregun- 
tó el niño, manifestando su incredulidad. 

— ¿Recuerdas cuando fuimos á San Ángel en los 
trenes de vapor del ferro-carril? 

— Sí, papá. 

— Entonces me decías que las casas y los árbo- 
les iban corriendo en sentido opuesto, y sin era-. 



42 

bargo, esos objeíos estaban quietos y tú eras el que 
te movías. 

— Es verdad, dijo Luis. 

— Pues de la misma manera nos parece que el 
sol se mueve; pero en realidad nosotros somos los 
que giramos al rededor de él. " ' 

— Cuando íbamos en el ferro-carril no volvía- 
mos á ver las casas que dejábamos atrás, sino otras 
nuevaá. ■ ^ .-^ 

— Es verdad, dijo D. Juan. ^^ 

— ¿Pues por qué volvemos á ver el sol, aunque ' 
ya lo hayamos dejado muy lejos. 

— Es que la tierra, contestó D. Juan sonriendo^ 
no sigue un camino recto, sino que da vueltas al 
rededor del sol, como las mariposas al rededor de 
una llama, y por eso le vemos constantemente. 

— Ya voy comprendiendo, dijo Luis; pero yo he 
visto que las mariposas van acercándose, acercán- 
dose hasta que se queman en la vela: ¿no llegará la 
tierra á quemarse en la lumbre del sol? ñ 

— No tengas cuidado chiquitín, contestó D. Juan, 
la tierra sigue un camino fijo, describiendo un óva- 
lo, que se llama elipse, y del cual no se aparta ni 
un solo instante, en virtud de leyes inmutables. 
' — Me has asegurado, papá, que girando así la 



43 

tierra, no habíamos de perder de vista al sol; ¿por 
qué pues, en la noche se desaparece? 

— Ya te he dicho que la tierra es una esfera. 

— Sí; como si fuera una naranja muy grande. 

— Exactamente; pues eSta esfera da también vuel- 
tas al rededor de un eje, como los globos de las lote- 
rías. Cuando la mitad del globo en que nosotros es- 
tamos, está frente al sol, es el dia; cuando está en 
el lado opuesto, no podemos ver al astro bienhe- 
^■^or y es la noche. 

— ¿Y quejes el sol, papá? 

— Para que te formes de él una idea, imagínate 
una llama enorme. 

— Ya me la figuro papá. 

— En el centro tiene, según creen los astrónomos, 
una masa negra y sólida. 

— Esa será la pavesa del sol, exclamó el niño. 
Cuando no alumbre bien será bueno despavilarlo. 

D. Juan rió de buena voluntad al oir esta ocur-. 
rencia. Sobre esa sustancia oscura, continuó, hay 
una atmósfera trasparente, pero no luminosa, y 
en la parte externa una capa inflamada que se lla- 
ma photósfero. 

— ¿Y es muy grande el sol, papá? . 



44 

— Se calcula que es 1.404,928 veces mayor que 
la tierra, y que pesa 355,000 veces más. 

— ¿Pues por qué le vemos tan pequeño? 

— Los objetos lejanos aparecen siempre á nues- 
tra vista menores de lo que realmente son. 

¿No has observado que al ascender un globo,, 
mientras más se eleva parece que su tamaño es 
menor? 

' — Es cierto, papá. 

— Pues el sol, está muy lejos de nosotros, á uríl^'' 
distancia de 15.000,000 de miriámetros, y por es- 
ta razón nos parece tan diminuto. 

— -¿Y dime, papá, la tierra está caminando sola 
al rededor del sol? 

— En torno de este astro, giran también otros 
mundos que se llaman planetas. 

— ¿Y todos los planetas son del mismo tamaño 
de la tierra? 

— No, hijo mió: unos son mayores; otros más 
pequeños: unos están más próximos al sol, otros 
más lejanos. 

— ¿y son muchos, papá? 

— Voy á decirte los nombres de los principales 
para que los aprendas de memoria. Casualmente 
tengo en mi. cartera una curiosa tabla formada por 



46 



el inteligente geógrafo D. Antonio García Cubas: 
hela aquí. ' . 



Distancia media al sol 
en millares de leguas. 



Tiempo en que andan los 
planetas bus órbitas. 



días, hobas. ms. 



48 



Mercurio ... 13 

Venus 25 

La tierra . . . 34| , 

Marte 52 . 

'Yesta 81 

Juno 91 

Céres 95| , 

Palas ^. 95i 

Júpiter. . .*. 179| , 

Saturno. ... 329 

Urano 662 

Neptuno . . . 1036 . 

Para poder comprender y apreciar más fácil- 
mente las distancias á que los planetas se encuen- 
tran del sol, me serviré de la misma comparación 
del ilustrado español Reguero y Arguelles: 

"La velocidad más rápida es sin duda la de la 
luz; corre en cada segundo de tiempo, es decir, en 
el espacio de una pulsación, setenjba mil leguas; sin 





88 ■ 




225 




365 5 


1 


324 


3 


66 


•4 


128 


4 


220 


4 


2211 


11 


315 


29 


161 


83 


29 


217 


234 



46 

embargo, para venir desde el sol al planeta Mer- 
curio emplea 3 minutos 19 segundos: para venir á 
Venus gasta 5 minutos 56 segundos: para llegar á 
nosotros tarda desde el sol 8 minutos 13 segim- 
dos: para ir desde este inmenso astro á Marte ne- 
cesita 12 minutos 81 segundqs: en ir al asteroide 
Céres tarda 22 minutos 44 segundos: para ir al 
planeta Júpiter, desde el sol, 42 minutos 45 segun- 
dos: para ir á Saturno emplea 1 hora 18 minutos 
23 segundos: y por último, se habrán pasado 4 h*■^ 
ras 9 minutos 48 segundos antes de haber llegado 
desde el sol al planeta Urano. Si suponemos que 
una bala de cañón corre por un promedio en cada 
segundo de tiempo 2850 pies, ó 950 «varas; ó 663 
leguas por hora, que vendría á andar de quince á 
diez y seis mil leguas por dia, con todo, para lle- 
gar desde el sol al planeta Mercurio, necesitaría 
dos años y medio: más de cuatro años para llegar 
á Venus: seis años para venir del sol á la tierra, 
cinco dias y medio para ir de ésta á la luna. Para ' 
llegar desde el sol al planeta Marte, emplearía 9 
años: 31 para ir al planeta Júpiter: 56 y medio pa- 
ra llegar á Saturno: y en fin, 114 años para' encon- 
trarse con Urano. 

Respecto de su volumen, según el astrónoin(> 



47 

Herschell, si al sol se le representa por un globo 
de dos pies de diámetro, Mercurio estaría figurado 
por un grano de mostaza: Venus y la tierra por 
ú^s guisantes ó dos garbanzos: Marte por la cabe- 
za" de un alfiler: Juno, Céres, Palas y Vesta, por 
granitos de arena: Júpiter y Saturno estarían re- 
presentados por dos naranjas: una mediana, ima- 
gen de Júpiter, y la otra pequeña figuraría á Sa- 
turno: Urano, en fin, por una grande guinda 6 
dereza.ii 

— Yo pensaba que el sol era el que se movia al 
rededor de la tierra, dijo Luis. 

— Esta era la creencia generaf en los antiguos 
tiempos, siguiendo las teorías de Ptolomeo, sabio 
que floreció en Alejandría, en el siglo II de nues- 
tra era. ' , . 

— ¿Y qué, no será cierto, papá? 

— No, hijo mió: es una errónea suposición. El 
sistema admitido hoy, es el que te acabo de expli- 
car, y fué fijado por Copémico de Tom, que nació 
en Prusia el año de 1543. * • 

— ¿También mamá va á Querétaro? preguntó el 
niño, viendo que Doña Luisa se aproximaba al 
carruaje seguida de Carlos y de Adelina. 

— Ella, tú y tu hermana, contestó D. Juan, nos 



48 

aeompaftarán solamente hasta la Villa de Guada- 
lupe y se volverán en el tren del ferro-carril. • - 

— Yo no me vuelvo, papá, yo. quiero ir á Queré- ,; 
taro, exclamó Luis y comenzó á llorar. '^' ^<.'>* 

—Calla, niño, calla por Dios, dijo Doña Luisa 
subiendo al carruaje. ^ : -r- i 

— Yo quiero ir, papá. ■ ' ♦ i| 

— En la Villa arreglaremos eso, le dijo D. Juan 
ocupando su asiento al lado de Carlos. . - ■' 

Un criado cerró la portezuela; y el coche pait* ** 
rápidamente. 

Carlos, siguiendo la costumbre de todos los via- 
. jeros, consultó su relox: eran las siete, menos diez 
minutos. . . .■ 

En pocos momentos el carruaje atravesó la nii- 
dosa ciudad, llegó á la garita, y siguió rodando 
apresuradamente por la calzada que conduce á la 
Villa. ■ ■ ' - .í: ^ ■ 

Hasta entonces todos habian guardado silencio; 
pero en el momento en que Luis vio el campo, no 
■^ pudo contener su alegría. >• ■ 

¿1^ D. Juan y Doña Luisa le contemplaban, son- 

riendo. 

— Mira, papá, exclamó el niño, señalando algu- 
nos pobres indios que estaban sentados al pié de 



■*i& 



un árbol, mira qué vestidos tan feos ¿por qué no 
usarán levita como nosotros? Mira ese muchacho 
que va desnudo. ¡Qué figura tan rara! 

Í.Ü — No te burles de la pobreza y de la desgracia, 
hijo mió, le dijo D. Juan severamente. La desven- 
tura es siempre digna de amor, de. respeto y de 
«compasión. ¿Qué culpa tienen ellos de su desdi- 
cha? 

;., — Si tú no tuvieras un padre amante y bueno, 

■ le dijo Doña Luisa, si nadie te guiara en el mun- 
do, si hubieran dejado tu corazón y tu inteligencia 
en las tinieblas, estarlas también cubierto de ha- 
rapos y envilecido por la miseria y por la igno- 
rancia. 

% — Yo no supe lo que hice, mamá, ya no me ri- 
ñas, no lo volveré á hacer, dijo el niño, queriendo 
llorar. 

p — ^Ahí está exclamó D. Juan, el verdadero orí- 
gen de nuestros infortunios políticos. Que venga 
nuestra sociedad á contemplar la obra de su aban- 
dono y de sus extravíos. Nunca podrá resistir, sin 
llenarse de vergüenza, la mirada sombría de esos 
pobres desheredados de la suerte á quienes olvida 
en la barbai'ie, desde el centro de su orguUosa ci- 
vilización. Bellas eon las suntuosas casas que se 



80 

elevan en las calles de la capital, admiro los tea- 
tros, me placen los jardines; pero más gozaría si 
pudiera ver en cada calle, al lado de los trofeos 
del lujo, multiplicarse las escuelas y los talleres, 
verdaderos monumentos de grandeza, consagi-ados 
á la ilustración y al trabajo. Para que nuestra pa- 
tria llegue á alcanzar un grado envidiable de pros- 
peridad, preciso es que regeneremos esa raza des- 
dichada que forma la mayoría de su población, 
apartándola de la ignorancia que conduce al crí- • 
men. Debemos hacer que el mundo contemple la 
mirada del indio, no abatida y. triste, fijándose en 
el suelo, como hasta hoy, si no altiva y gozosa, re- 
flejándose en el libro para buscar el camino de la 
felicidad. 

— Mira el ferrocarril, papá, gritó Luis, asomán- 
dose precipitadamente á la portezuela del carruaje. 

— Cuidado, no te vayas á caer, dijo la madre, 
deteniéndole. ' 

— Mira, mira; repitió el niño, expresando con 
gritos su entusiasmo y su admiración. 

Todos volvieron la vista hacia el punto que Luis 

señalaba. 

El tren que regresaba de la Villa; iba avanzando 



61 

rápido, imponente, magestuoso, deslizándose á lo 
'lejos entre los árboles, y retratando su imagen fu- 
gitiva en el agua que rodea el camino. En su ver- 
tiginosa carrera obedecía dócil el impulso de la 
.brillante máquina que le guiaba y que parecía vo- 
lar al través de los campos, rodeada de llamas, lle- 
lát de agua hirviendo, arrojando en la atmósfera 
bocanadas de humo y de vapor negro, rugiendo 
impetuosa y traduciendo en su silbido extraño ia 
última palabra de nuestra actual civilización. 
■■¿Un momento después estaba enfrente del car- 
niaje. Los pequeños viajeros pudieron contemplar 
uii instante el más sublime de los espectáculos. La 
asombrosa velocidad de aquella especie de mons- 
truo que volaba sin alas, les deslumhró la vista y 
la imaginación; oyeron temerosos el crujíi* de las 
íliedas, que por decirlo así, parecían morder los 
íi^les; el huracán de ardientes chispas que se des- 
prendía de la chimenea de la caldera llegó hasta 
ellos; percibieron la respiración de las bálvulas y 
sintieron el estremecimiento del camino que tem- 
blaba bajo el enorme peso de aquella mole. En la 
grapa jisl rajjnstruo se véia al maquinista, especie 
w cíclope, ennegrecido por el humo, que sonreía 
satisfecho y que precipitaba el tren ó lo detenia, 



>6a k.. 

como pudiera hacer con el más noble de los cor- 
celes. ■ • , í* 

— Hé aquí, dijo D. Juan, extendiendo la mano, 
hé aquí la Verdadera magestad del hombre. Él, 
inspirado por la ciencia, ha convertido el aliento 
del fuego en alas para enseñorearse del mundo, 
haciendo desaparecer las distancias. 

. La más grande de las maravillas de este siglo 
esel vapor, transformado en siervo humilde del R^y 
de la creación. Y donde el vapor debe admirarse, 
es en el ferrocarril. Dando movimiento á una fü,- 
brica este poderoso agente me admira, pero ^e 
parece que no tiene libertad, que está oprimid[Q, 
que es el caballo encadenado que da vueltas á la^ 
ruedas»de un molino. En el ferrocarril me entu- 
siasma, me electriza; en el ferrocarril es el coi;f5^ i 
fogoso, impaciente, lleno de brío, altivo, indepi^|^- 
diente, que corre por los campos, y por los bos' 1 
ques, que cruza la montaña, que atraviesa el úq/^ 
que desciende presuroso al abismo para asceiid^^ 
de nuevo y lanzarse impetuoso, como el vientQ.i^j 
la llanura. 

— Explícame, dijo Carlos, en qué consiste lavfe-j 
locidad de los trenes del ferrocarril? h? 



38 

—Papá, preguntó Luis, ¿por qué el coche no an- 
,dá tan aprisa como el tren? • ; 

— La fuerza del vapor, contestó D. Juan, es la 
mayor de cuantas hasta hoy ha utilizado el hom- 
bre. Aunque le veis disiparse en la atmósfera co- 
mo el humo, es más fuerte, más poderoso, cuando 
^tá encerrado en la máquina, que aquellos espan- 
tosos gigantes de que os hablan en los cuentos de 
las hadas. 

— ¿Y cómo da movimiento al tren? preguntó 
Carlos. 

■ — Ya lo sabrás mas tarde, cuando estudies físi- 
ca y mecánica, contestó D. Juan;, por ahora me li- 
mitaré á darte una ligerísima é imperfecta idea de 
la máquina. Tiene esta, como has visto, una gran 
caldera que contiene agua; debajo de la caldera 
hay una chimenea donde se pone el fuego. El agua 
de la .caldera va convirtiéndose en vapor; en este 
estado se escapa por unos tubos y da movimiento 
á un émbolo, el cual se combina con otro mecanis- 
mo que «la impulso á las ruedas. 

— No he comprendido muy bien, papá, dijo Car- 

%rt;S"i: . . . . ■ 

^^^í^J'^ilBS'^aÉeces de ciertos conocimientos indis- 
perisát>lei^no>«ae es posible darte otra explicación. 



M 

— ¿Y hay muchos ferrocarriles, papá? preguntó 
Luis, 

— La mayor parte de los países de Europa y los 
Estados-Unidos, están cruzados, en todas direccio- 
nes, por estas útilísimas vías de comunicación; en 
nuestra patria no hay todavía más líneas férreas 
que la de México á Guadalupe, la de México 4 
Tacubaya, Mixcoac, San Ángel y Tlalpam, la de 
México á Puebla, la de Veracruz, que pronto esta- 
rá terminada, (1) y la de Toluca y Cuautitlan, en 
construcción. Hay, sin embargo, diversos proyec- 
tos, de realización más ó menos fácil, para estable-" 
cer ferrocarriles en toda la República. 

— ¡(^ué bueno que pudiéramos ir á Querétaro en 
el tren! exclamó Luis. 

— Yo creo que dentro de algunos años, si tene- 
mos paz, verás realizado tu deseo, contestó D. 
Juan. 

Hubo un momento de silencio. ' . 



(1) En la actualidad hay en explotación las siguientes lineas: 
De México á Puebla, de México a Veracruz, de Verachíz á Jala- 
pa, de Jalapa á Coatepec, de Veracruz á Medellin, de México á 
Cuautitlaü y Huehuetoca, de México á San Bartolo, de México á 
Ozumba, de San Luis Potosí á la Soledad de los Banchos, de 
Guadalajara á San Pedro, y de Celaya á Irapuato. En constíuc- 
cion el ferrocarril inter-oceánico, y otros muol;ipe^'iiVi«ilhiha:farnr-^ 
go ennumerar. Ferrocarriles urbanos existen en la capital, 6ü >^, 
Veraemz, en Córdoba, y hay algunos en constm^cián. ' ' 



De repente Luis exclamó: 

— Me has dicho que la tierra es redonda, y des- 
de que salimos de México, la estoy viendo plana, 
papá. 

— Como la tierra es tan grande, contestó el pa- 
dre, cariñosamente, no es sensible á la vista su 
Qurvatura. Pero voy á disipar tus dudas, dándote 
pruebas que te convenzan. ¿Ves aquel pequeño 
cerro? 

— Sí, papá. 

— Desde hace tiempo comenzamos á descubrir 
su cima; conforme nos fuimos acercando percibi- 
mos las vertientes, y en este momento aparece á 
nuestros ojos la falda, clara y distintamente. Esto 
consiste en la forma de la tierra: su curvatura nos 
ocultaba la parte inferior de la pequeña elevación. 
Si la tierra fuera plana, lo primero que debíamos 
haber visto es la falda del cerro, que ét su parte 
mas extendida y voluminosa. 

— Hay otra prueba de la redondez de la tierra, 
dijo Carlos. En los eclipses de luna, la sombra que 
proyecta nuestro planeta, tiene forma circular. 

— Es verdad, hijo. mió. 
,^!- — i\¿\ié es eclipse, papá? preguntó Luis. 

— Ya te lo explicaré, cuando te hable (ietenida- 



56 »> 

■" -i 

mente de la luna y de los demás satélites, conté*- ' 
tó D, Juan. 

— ¿Pues qué son los satélites? ' 

• — Son unos pequeños mundos ó lunas, que gi- 
ran al rededor de algún planeta. 

— ¿Y son muchos, papá? 

— Los conocidos hasta el dia son 21, de los cua- 
les uno gira al rededor de la tierra, que es la luna; 
cuatro al rededor de Júpiter, ocho al rededor de 
Saturno, seis al rededor de Urano y dos al rededor 
de Neptuno. 

En este momento se detuvo el carruaje. 

— Hemos llegado felizmente á la ciudad de 
Guadalupe Hidalgo, dijo D. Juan. 

— Son las siete y treinta y cinco minutos, eacla- 
mó Carlos. 

Doña Luisa acompañada de Adelina y de Luis 
se dirigió al magnifico Santuario. 

D. Juan íné á buscar una persona que necesita- 
ba para asuntos de comercio. 

Carlos, entre tanto, escribió en su libro de me- 
morias: 

"La Villa de Guadalupe es fea y tristeTy' está-* 
situada á. una legua al N. de la capital, n 




■-a 

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3 

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co 

o 



i:j 



—Lleve usted las tortillitas, mi ahiia, güerito, 
dijo una india con voz melosa. 

Accediendo al ruego, Carlos comenzó á saborear 
la celebrada golosina. Mientras estaba en su sa- 
brosa ocupación, regresó D. Juan, y pudo leer lo 
que el niño habia escrito. 

— Has omitido muchas cosas, le dijo: la ciudad 
de Guadalupe Hidalgo, llamada generalmente La 
Villa, es cabecera de la municipalidad dé su nom- 
bre, en él distrito federal. Está situada al pié de 
la colina del Tepeyac, que en idioma mexicano sig- 
nifica punta ó nariz de cerro. Los españoles Ua- 
mai^n á este sitio Tepeaquilla. 

Carlos escribió. ; 

— En el Tepeyac, continuó D.'íuan, habia anti- 
guamente un templo dedicado á la diosa Tonant- 
zin, muy venerada entre los mexicanos. Cuando 
Hernán Cortés puso sitio á la capital, aquí estuvo 
el campamento del conquistador Gonzalo de San- 
doval. 

Después de la conquista, con motivo de la tra- 
dicional aparición de la Virgen de Guadalupe, co- 
menzó á formarse la población. 
rbi^Lij^Y en "qué año fué fundada, papá? preguntó 
Qirlos. 






68 '' 

— Se ignora, hijo mió, contestó D. Juan. Las 
familias fueron agrupándose lentamente al rede- 
dor de la primera ermita, y en 1706 se erigió en 
curato. Creciendo en importancia el naciente pue- 
blo, fué declarando Villa por reales cédulas de 
1733 y 1748. En aquella época, su población era de 
cincuenta familias de españoles y ciento diez de 
indios. En 1828, la antigua Villa fué elevada al 
rango de ciudad, con el título que ahora lleva. 

— Me has dicho que aquí se firmó el tratado de 
paz con los Estados-Unidos. 

— Sí, hijo mió, ei 2 de Febrero de 1848. 

— Vamos á ver el Santuario, papá. 

— Con mucho gusto te acompañaré para hacer- 
te algunas explicaciones. La construcción de este 
templo magnífico y suntuoso, debida en gran par- 
te á los esfuerzos del arzobispo virey D. Juan de 
Ortega* y Montañés, fué terminada el año de 1709. 
Su costo se ha calculado en más de ochocientos 
mil pesos. "'■ 

— Vamos, repitió Carlos. 

— Espera un momento: examinaremos la parte 
exterior del. santuario. Como ves, está situado on. 
la dirección de N. á S. y tiene tres puertas, una'-i»í ' 
frente que vé al camino de México, y dos \&te0d 



' 59 

les. En cada uno de* sus cuatro ángulos, se eleva 
una torre de tres cuerpos y; de cuarenta varas de 
altura. 

Carlos formó sus apunies y siguiendo á D. Juan, 
penetró al interior del espléndido templo, hermo- 
seado por la piedad cristiana. 

— ¡Qué bonito es! exclamó, lleno de admiración. 

— Hé aquí uno de los santuarios ma^ ricos y mas 
famosos del continente americano, le dijo D. Juan, 
en voz baja. 

— Tiene tres naves, papá. Mira qué hermosas co- 
lumnas. ¿A qué orden pertenecen? 

— Al dórico; examínalas bien. Sobre ellas y los 
muros descansan quince bóvedas. Debes notar que 
la nave ó galería del centro es mas elevada que las 
laterales. La longitud del templo es de 67 varas y 
su latitud de 45. 

-r-El altar me parece de mármol, dijo Carlos. 

— Efectivamente, está formado con hermosísi- 
mos mármoles del país, blancos y de colores. Lo co- 
menzó á construir el célebre arquitecto D. Manuel 
Tolna, en 1808. 

— ¿Y el marco de la imagen, es de oro? 
v-^Sí, hijo mió, y el venerado lienzo está resguar- 
do por una lámina de plata, cuyo valor se apre- 



60 

cia en mas de dos mil pesos. La riqueza de este 
templo, antiguamente, era maravillosa. El trono 
de la virgen era de plata macisa y pesaba 3,257 
marcos. Los candiles que «staban suspendidos de 
la bóveda del presbiterio, eran de oro y de un va- 
lor fabuloso. 

— Vamos á ver los otros templos, papá. 

— Esperaremos á tu mamá y- á tus hermanos 
para que nos acompañen. 

Al fin, Doña Luisa, seguida de Adelina y Luis, 
salió del templo, y todos juntos úe dirijieron al Te- 
peyac. Ascendieron por la empinada escalera abier- 
ta en las rocas y llegaron á la capilla que se eleva 
en el mismo sitio donde estuvo la primera ermita. 
Desde esa altura se presenta á la vista un cuadro 
bellísimo, un panorama verdaderamente pintores- 
co. Hacia el Sur se descubre en conjunto la pode- 
rosa ciudad, reina del Anahuac, con sus elevadas 
torres y sus soberbios edificios; hacia el Este, ele- 
van su frente al cielo entre lejanos grupos de mon- 
tañas, el Popocatepetl y el Ixtlasihuatl, coronados I 
de eterna nieve; y hacia el Norte y el Poniente,] 
azuladas fajas de montes lejanos, limitando el ho- 
rizonte. Extenso, magnífico, féi-til y bello "ei 
das direcciones, se contempla el valle de Mé^dí»»! 



f 

con sus importantes lagos, espejos que reflejan el 
azul sereno de nuestro cielo, con sus blancos y poé- 
ticos caseríos, y con sus verdes arboledas que se 
extienden en líneas caprichosas, ora formando luen- 
,gas calzadas donde los ojos se. fatigan, ora umbro- 
sos bosquecillos, donde se mezclan el ahuehuete 
venerable, encanecido por los años, los desmaya- 
dos sauces y las palmas enhiestas y gentiles. ^ 

— Al contemplar jeste hermoso valle sembrado 
por todas partes de ruinas, de recuerdos y de me- 
morias, dijo D. Juan, mi corazón palpita agitado 
por un extraño sentimiento. 

— Desde aquí se puede estudiar la Villa perfec- 
tamente, abarcándola' con una sola mirada, excla- 
mó Carlos. Ojalá que yo supiera dibujar. 

— Es verdad, dijo Doña Luisa, podrías tomar una 
excelente vista á ojo de pájaro. 

' — La Villa tiene también jardín en la plaza, ex- 
clamó Luis. Mira mamá, una fuente, lo único que 
no puedo ver es el zócalo. 

D. Juan y Doña Luisa, no pudieron menos de 
sonreír. 

— ¿De dónde viene el agua, papá? preguntó Car- 
los. 

— De uu punto que dista de aquí tres leguas. 



62 

contestó D. Juan. La cañería se construyó el año 
de 1751 y tuvo de costo 129,000 pesos. 

— ¿Cómo se llama esa casa grande y ese templo? 
preguntó Luis. 

— Es el convento de capucliinas, construido ei\ 
el año de 1787. 

—Vamonos, ya es tarde, dijo Doña Luisa y co- 
menzó á descender. 

— Los tres niños, llenos de la inocente alegría 
propia de su edad, bajaron corriendo la fatigosa es- 
calera. 

Al llegar al pié de la colina: mamá, mamá, yo 
quiero ver el pozito, exclamó Luis. 

— Vamos, pues, le dijo D. Juan bondadosamente. 

El llamado pozito es un manantial de agua ama- 
rillenta, saturada de ácido carbónico, el cual está 
dentro de una pequeña capilla de forma elíptica. 
El pueblo atribuye á esta agua grandes virtudes 
medicinales. 

Después de haber visto el pozito, la familia se 
dirijió á la estación del ferro-carril. * 

Doña Luisa, inundada en llanto, abrazó á Car- 
los, le dio la bendición, introdujo sin ser vista en 
el bolsillo de su chaleco algunas monedas y se di- 



t 63 

rigió al tren, llevando de la mano á Adelina y á 
Luis. 

Al llegar al wagón luego que Doña Luisa y Ade- 
lina ocuparon su asiento, el inquieto y travieso ni- 
ño logró escaparse y corrió al carruaje en donde 
se habian colocado ya D. Juan y Carlos. 

Allí tuvo que emprender una lucha para subir 

— Ven, Luis, ven, gritaba la aflijida madre, llena 
de inquietud. 

— Anda, niño, te habla tu mamá, decia Don Juan 
con voz severa. 

— Luis; si no vienes pronto, te castigo. 

El pequeñuelo seguia luchando, sin oir gritos ni 
atender razones. 

En eáe instante partió el tren rápidamente. Im- 
posible detenerle. 

Luis habia triunfado. 
, D. Juan después de reñirle, le abrió la portezue- 
la del carruaje; pocos momentos después los tres 
viajeros, tomaron el camino del interior. 



■.1- 



^^ 



1 



CAPITULO ir. . <• 



De Gnadalnpe á Caautitlan.— Incidente desgraciado.— 
líoclie serena. 

Reclinado en el fondo del carruaje, D. Juan pa- 
recía absorto en una profunda. meditación; Carlos 
leia en un pequeño libro, y Luis contemplaba los 
árboles del camino, esquivando las miradas seve- 
ras de su padre. 

Así transcurrió una hora. 

Carlos fué el primero que se atrevió á romper 
el silencio. •' 

— ¿Qué tienes, papá? preguntó. 

— Pienso, hijo mío, en la aflicción de tu pobre 
madre. El aturdimiento de este niño, va á darla 
muchas horas de inquietud y de angustia. Los hi- 
jos son muy ingratos. Por tener él un momento de 
alegría, por satisfacer un capricho pueril y vano, 



íl 



65 

no ha vacilado en abandonar al ángel que le ama 
|tailto, que no puede vivir sin él. 
- • — Es cierto; mamá va á sufrir mucho, dijo Car- 
los con tristeza. 

Pero en cambio el obstinado niño se va á di- 
vertir, dijo D. Juan. Bien se conoce que no com- 
üreSdc cuan grande es el cariño de que es objeto. 
Conmovido al oir estas palabras Luis, no pudo 
resistir y rompió á llorar. 

— Llévame con mamá, exclamó, ahogando su 
voz entre sollozos. Yo deseo verla, yo no quiero 
que se ponga triste. 

— Es imposible ya evitar el mal, dijo D. Juan. 
Su ausencia, la falta de sus caricias y el remordi- 
miento, serán tu mayor castigo. 

El pobre niño, inclinó la cabeza y ocultó el ros- 
tro entre las manos- 
Pocos momentos después llegaron á la Hacien- 
da de los Ahuehuetes. El carruaje se detuvo. 

Carlos admiró el pintoresco paisaje que á su 
vista se presentaba, y fijó su atención en la exten- 
sa y magnífica huerta. 

D. Juan compró en una tienda pan y queso que 
dfetribuyó entre los niños. 
Apesar de lo mucho qua"l^abia llorado Luis, tu- 



66 . ^ 

vo apetito, y como las aflixiones son en esa eda^, | 
dichosa, pasajeras como las nubes de verano, 8^ 
mirada resplandeció al través de sus lágrimas, y 
en sus labios asomó una dulce sonrisa. A las diez; 
y cuarto continuaron su camino. 

El ceño de D. Juan fué poco á poco serenándose, J 
y Carlos comenzó á ser expansivo. P .,(. 

— Mira la imagen de la tierra, le dijo á Luis, 
mostrándole una hermosa naranja. ..¡ 

— ¿Esta es una esfera, papá? preguntó el niño. 

— No es una esfera perfecta, hijo mió, contestp 
D. Juan: una esfera es completamente redond,i^ 
como una bola de billar. 

— ¿Y la tierra tiene la forma de una bola? ^^.j 

— No; nuestro planeta puede mas bien comp% 
rarse á una naranja: es una esfera aplanada hacia 
los polos, y ensanchada hacia el ecuador. ,., , 

— ¿Y qué son los polos? 

— Son, por decirlo así, los dos extremos de )^, 
tierra. ¿Ves señalado aquí el punto del cual p«^n- 
dia el fruto de la rama? 

—Sí, papá. .^,^ 

—Pues este es uno de los polos de la naranja. 
Para que comprendas mejor, voy á pasar una var^ 
rilla por este punto y por el centro. Este es el eje; 



y 



\ 67 

' sf^bre él voy á hacer girar la narail^a con un mo- 
vimiento semejante al de la tierra. Los dos extra- 
n^os del eje son los polos. 

— El eje de la tierra debe ser muy grueso, ex- 
cUmó Luis. 
i , — No existe, hijo mió; se ha im aginado, con el 
í, objíto de explicar más fácilmente el movimiento 
,e rotación de nuestro planeta. 

— ¿Pues qué es movimiento de rotación? 

— El que la tierra ejecuta al rededor de sí mis- 
ma, dando una vuelta completa, en el espacio de 
24) horas, contestó Carlos. Al movimiento que tie- 
ne al rededor del sol, se le llama de traslación. 

— ¿Pues cómo la tierra puede moverse sobre sí 
misma y andar al mismo tiempo al rededor del 
sol, preguntó Luis. Eso no lo creo. 

- — Es muy fácil que lo comprendas, dijo D. Juan. 
¿No has visto alguna vez el baile que se llama 
wals? 

— Sí; muchas veces. 

, — Pues habrás observado que las parejas, al 
mismo tiempo que van girando sobre sus pies, van 
d^ndo vueltas al rededor de la sala; Un trojapo, 
gifa sobre sí mismo y á la vez describe un cíi'culo. 

— Es cierto, papá. 



«8 ' ll'- 

— Pues creo que ya no tendrás dudas sobre élt, 
doble movimiento de la tierna, •fjl ■ 

— ¿Y sobre qué se apoya la tierra para baiTa? 
wals? 

— El gran salón de los planetas es el espacio que , 
no tiene término, que no se puede medir, contestó | 
D. Juan, sonriendo. '^ í "^ 

— ¿Pues cómo no se caen? * ' 

— Están sostenidos por la ley sublime de la gra- 
vitación universal, cuyo estudio harás mas tarde. 
Por ahora limítate á admirar, en este maravilloso 
equilibrio, la sabiduría inmensa del santo y pode- j 
roso Autor del Universo. J 

— ¿Pues qué es Universo, papá? 

— Es el conjunto magnífico de la creación? 

— ¡Ah! la tierra no puede ser redonda, exclamó 
el inquieto niño, agitándose en su asiento, y mani- 
festando en su mirada y en la expresión de su sem- 
blante que habia hallado un argumento incontes- 
table. 

— ¿Por qué? ¿Cuál es tu razón? le preguntó D. 
Juan bondadosamente. 

— Cómo ha de ser redonda si está llena de cerros 
y de montañas? dijo Luis, con ademan de triunfo. 

— ¿Y la naranja es redonda? 



69 

— Sí, papá. 
'^ — Pues está sembrada su corteza de pequeños 
granillos y de asperezas. 

— Sí, pero son muy pequeños. 

— Pues los cerros y las montañas, en relación 
con la magnitud de la tierra, son como las asperea 
záS de la naranja; en nada modifican su forma. 

Luis se confesó vencido y guardó silencio. 

Pocos momentos después el carruaje comenzó á 
rodar por las calles de Tlalneplantla. 

Nuestros viajeros se detuvieron á almorzar en 
una fonda situada en una pequeña plaza. 

A} terminar el almuerzo, Carlos y Luis, acom- 
pañados de un criado de confianza, fueron á recor- 
rer la población. 

A las doce regresaron de su paseo y continuaron 
su camino. 

— ¿Qué distancia hay de aquí á México? pregun- 
tó Luis. 

— Tres leguas, contestó D. Juan. 

— Papá, dijo Carlos; he sabido muchas cosas re- 
lativas á Tlalnepantla y voy á formar mis apun- 
tes, para que un amigo escriba mas tarde mis im- 
presiones de viaje. 

— Es una excelente idea, dijo D. Juan, sonriendo. 



t 



70 

— Tlalnepantla, continuó Carlos, es cabecera del 
partido y municipalidad de su nombre, en el Esta- 
do de México. Está situada á los 19°32' de latitud 

N. 

'i 

— ¿Qué es eso de latitud, papá? exclamó Luis, 
interrumpiendo á su hermano. ^ 

— Después que hayamos hablado de los círculos ^ 
de la tierra, te lo explicaré, contestó D. Juan. De- 
ja que Carlos nos dé noticias de Tlalnepantla. 

— Es mi pueblito pequeño, pero me gusta, ex- 
clamó Luis. 

— La población ha sicfo apreciada, hace algunos 
años, en 1060 habitantes, dijo Carlos. Tiene cerca 
de cien casas, según me han informado, y existen 
en el partido 16 fincas nisticas. Dos rios pasan á 
las inmediaciones de la población: uno de ellos na- 
ce de los cerros de Montealto y el otro en Naucal- 
pan. 

— Mucho has aprendido en tu paseo, dijo D. 
Juan. 

— Además, Tlalnepantla, tiene una parroquia, 
continuó Carlos; administración de correos, meso- 
nes, y un pequeño teatro. 

— Lo que yo noté, papá, dijo Luis, es que los in- 
dios de Tlalnepantla saben hablar inglés. 



71 

— ¿C($mo es eso? preguntó D. Juan, riendo. 

— Cerca de un portal estaban hablando dos in- 
ditas y no les pude entender una palabra. 

— No es el ingles el idioma que los indios hablan, 
hijo mió, sino el mexicano, que es por cierto muy 
duice y armonioso. 

^ — Yo creía que hablan de hablar como nosotros. 
— Casi todos saben hablar el español; pero con- 
servan todavía el hermoso idioma de su* antepa- 
sados. 

— ¿Y en toda la república se habla el mexigano? 
preguntó Carlos. 

— Solamente en los lugares que los aztecas do- 
minaron, ó en aquellos donde tuvieron continua- 
mente relaciones, contestó D. Juan. En los demás 
puntos de la República, se hablan una multitud 
de idiomas, y dialectos también originarios del 
pais. 

— Explícame lo que me ofreciste, papá, dijo Luis. 

— ¿Qué? preguntó D. Juan. 

— Lo de los círculos de la tierra. 

— Carlos vá á decirte cuáles son. 

— Los principales círculos máximos son: el ecua- 
dor, la eclíptica, el horizonte, y los meridianos: los 



72 
menores son los dos trópicos y los dos círculos po- 
lares, dijo el pequeño viajero. 

— ¿Cuál es el ecuador, papá? 

— D. Juan tomó la naranja jr la partió con un 
cuchillo en dos partes iguales, no en la dirección 
de los gajos, sino trasversalmente; volvió á unir 
las dos mitades y la presentó al niño. '0 

— ¿Ves la señal que ha dejado el cuchillo? 

— Sí, papá. 

— Observa que rodea la naranja, y que está á 
igual distancia de los dos extremos que llamamos 
los polos. - 

— Efectivamente, dijo Luis. 

— Pues aquí tienes el ecuador que es un círculo 
máximo, perpendicular al eje y equidistante de los 
polos de la tierra. 

— ¿Y cuáles son los círculos máximos? 

— Los que pasan por el centro de la esfera, y 
por consiguiente la dividen en dos partes iguales. 
A cada una de las mitades se les dá el nombre de 
hemisferios. 

— Es decir que la tierra está dividida en dos 
partes iguales, dijo Luis, lleno de admiración. 

— No, hijo mió; los círculos lo mismo que el eje, 
son imaginarios, y solo sirven para determinar al 



73 

situación de los diferente^ puntos de nuestro pla- 
neta. . ; 

— ¿Y cuáles son los meridianos, papá? 

— La multitud de círculos máximos que se cru- 
zan en los polos. 

Para que el niño comprendiera mejor, D. Juan 
tSnó la naranja y la ciñó con varios hilos, que pa- 
saban de uno á otro de los puntos que él designó 
con el nombre de polos. 

— ¿Y por qué se llaman meridianos, papá? 

— Porque cuando el sol pasa por alguno de es- 
tos círculos, es medio dia para loS pueblos que es- 
tan situados debajo de éU En el momento en que 
salimos de Tlalnepantla daban las doce y el sol 
pasaba por el meridiano de aquella población. 

— ^¿Y qué es la eclíptica? 

— Es el círculo máximo que corta á la esfera y 
la divide en dos partes iguales, en la dirección del 
plano de la órbita de la tierra. 

— No comprendo eso, dijo el niño. 

— Mientras no tengas ciertos ' conocimientos de 
geometría, indispensables, me es imposible darte 
otra explicación. 

— Y qué es horizonte? 

— El horizonte racional ó verdadero es un círcu- 



74 . ' 

lo máximo que divide la tierra en do3 partes igua- 
les. . • V 

— Qué ¿hay horizonte irracional, papá? 
— No, hijo mió; pero sí, horizonte visual. 

Desde el punto en que nos encontramos en este 
momento, no alcanzamos á descubrir mas que ttt^ 
corta extensión, que tiene á nuestros ojos la for- 
ma de un círculo; pues á este círculo se le dá el 
nombre de horizonte aparente ó visual. 

— Y díme ¿qué son trópicos, papá? dijo Luis, que 
me gusta mucho» ese nombre. 

— Los trópicos, contes¿ó D. Juan, son dos círcu- 
culos menores, cuyos puntos están igualmente dis- 
tantes de los puntos del ecuador. 

— ¿Y por qué se llaman menores? 

— Porque dividen á la tierra en partes desigua- 
les. Me anticiparé á tu pregunta, añadió, viendo 
que el niño hizo ademan de hablar: los círculos 
polares son también menores, y están situados á 
corta distancia de los polos. Los trópicos y los 
círculos polares dividen á la tierra en cinco fajas 
que- se llaman zonas. La faja comprendidia entre 
los dos trópicos se llama zona tórrida, las que se 
extienden entre los trópicos y los círculos polares, 



i ^ 75 , 

templadas, y las comprendidas entre los círculos 

polares y los polos, glaciales ó heladas. 

— Ahora si podrás explicarme lo que es latitud, 

papá. 

— Sí, hijo mió, y lo haré con mucho gusto. La 

latitud de un lugar es su distancia al ecuador. 
C- ¿Y la longitud? 

— Es su distancia á un meridiano anticipada- 
mente designado. La longitud de Tlalnepantla, 
por ejemplo, con respecto al meridiano de México, 
es la distancia del pequeño pueblo al meridiano de 
la capital. 

— ¿Qué es aquello, papá? preguntó Carlos, seña- 
lando un grupo de gente que se adelantaba por el 
camino. 

— Parece ser una procesión, hijo mió, contestó 
D. Juan. 

— Sí, sí, exclamó Luis, mira los cohetes. 

— Ya comienzo á percibir el sonido de la músi- 
ca, dijo Carlos; y allá á lo lejos creo ver algo se- 
mejante á una imagen. 

— Efectivamente, es una procesión, dijo D. Juan; 
los campesinos no se cuidan mucho de las leyes 
de las ciudades. 

— En ese momento la piadosa comitiva pasó taa 



76 
cerca del carruaje, que los caballos, asustados, se 
encabritaron, rompieron las riendillas, y se lanza- 
/f^on por el campo, al través de las malezas, sin que 
al conductor le fuera posible detenerlos. El car- 
ruaje se volcó con estrépito, haciéndose pedazos 
entre las piedras; y los labradores se alejaron can- 
tando, • indiferentes á la catástrofe de que habmn 
sido causa. 

Los tres viajeros se levantaron pálidos, y palpi- 
tantes. ' , • 

— ¿Cómo se llama este punto? preguntó Carlos 
con voz conmovida. 

— El puerto de Barrientos, contestó D. Juan. 

— ¿Qué tienes, hijo mió? le dijo á Luis, estre- 
chándole tiernamente contra su corazón. 

— Está lleno de sangre, exclamó Carlos. 

— ¿Qué tienes? repitió D. Juan. 

— El pobre niño no podia contestar mas que con 
su llanto: en la caida, uno de los vidrios rotos le 
habia causado una ligera herida en la mano. 

Al notarlo el amoroso padre, ayudado de Car- 
los, restañó la sangre que corría en abundancia 
é improvisó una venda con una tira de su pañuelo. 

— Mamá, exclamaba, Luis, yo quiero ver á ma- 
má. 



77 

— l*rontó estarás á su lado; vamos, no llores, no 
seas tonto, le dijo D. Juan, acariciándole. 
'' Carlos también procuraba consolarle. 

Al fin, bajo la dulce influencia de la santa ter- 
nura paternal, la aflicción y el dolor del niño se 
fueron mitigando poco á poco; cesaron sus sollo- 
z(|S, se secaron sus lágrijpas, y volvió á aparecer 
en sus labios la sonrisa. 

Después de dos horas, el carruaje quedó en es- 
tado de poder caminar y D. Juan y los dos niños 
continuaron su viaje. 

A las seis de la tarde llegaron á Cuautitlan. 

— El nombre de esta pequeña población, dijo D. 
Juan, trae al alma del viajero mil tristes pensa- 
mientos. Antes de la conquista fu^ capital de un 
poderoso reino, del cual no quedan ya ni los es- 
combros. 

— ¿Qué distancia hay de Cuautitlan á México, 
papá? preguntó Carlos. 

—Siete legua'fe, contestó el padre. 

— ¡Qué lejos está mi mamá, exclamó Luis, sus- 
pirando. 

— T>. Juan sonrió, y guardó silencio. 

— ¿Si siguiéramos caminando así, todos los dias, 
llegaríamos al fin del mundo, papá? 



79: 

— Ya te he dicho que la tierra es redonda, le 
contestó D. Juan. 

— ¿Entonces qué sucedería? 

— ¿Qué dañamos la vuelta al mundo, volviendo 
después de algún tiempo, al punto de donde hu- 
biéramos salido. Muchos célebres navegantes han 
realizado ya este viaje, y sus relaciones son ia 
prueba mas incontestable de que nuestro planeta 
tiene la forma de una esfera. 

— Vamos á ver la población, dijo Carlos. 

— Como quieras, hijo mió; aunque ciertamente 
Cuautitlan no tiene mucho que admirar. 

— ¿A qué Estado pertenece este pueblo, papá? 

— Al Estado de México, y es cabecera del par- 
tido y municipalidad de su nombre. Su población 
se calcula en 2,100 habitantes. 

— Al llegar he visto un rio, dijo Carlos. 

— Ya comienzas á ser observador, y esto me cau- 
sa mucho placer, porque así te será útil este pe- 
queño viaje. El rio de Cuautitlan nace en el pun- 
to llamado Agua Nueva, en los cerros de Monte- 
alto. En su curso que es de Poniente á Oriente, 
recorre algunas haciendas de importancia y varios 
pueblecitos; se inclina luego al Norte y llega al 
célebre desagüe de Huehuetoca, continuando des- 



- 

pues su carrera hasta desembocar en el rio de Tu- 
la, del cual es afluente. 

— Me dijeron que en Cuautitlan hay varios tem- 
píos, papá, exclamó Carlos, mostrando sus apunten; 
que hay juez de letras, oficina de correos, algunos 
mesones, muchas fondas, tiendas bastante bien sur- 
tidas, y un pequeño hotel. 

— Hay también una línea de diligencias especial, 
que hace viajes diarios á México, dijo D. Juan. 

— Yo vi una vez un periódico que se publicaba 
aquí, exclamó Carlos. 

— Tendrá cuanto ustedes quieran, dijo Luis, pe- 
ro no me gusta. 

— No debes comparar los pequeños pueblos con 
las grandes capitales, replicó el padre: no estamos 
en París, ni en Londres, sino en Cuautitlan. 

— Pero podia ser mejor, añadió el niño. 

— Ya pronto el ferro-carril lo trasformará de 
una manera maravillosa. • 

— ¿Qué significa aquella cruz que está en el ce- 
menterio? preguntó Carlos. 

— Es la única antigüedad que existe en Cuau- 
titlan: esa cruz fué labrada en 1525, cuatro* años 
después de la toma de México por las tropas de 
Hernán Cortés. 



80 ;• 

— Oye, papá, exclamó Luis; aquellos indios es- 
tán hablando el mexicano. Mira qué tasas negras 
tan raras, añadió. 

— La principal industria de los habitantes de 
Cuautitlan es la alfarería; los productos de sus pe- 
queñas fábricas se venden con mucho aprecio en 
México y en los pueblos de los alrededores. 

— En ese momento llegaron nuestros viajeros á 
la puerta del mesón donde estaban alojados. 

— ^Vamos á cenar, papá, dijo Luis. 

— Parece que el susto del camino no te ha qui- 
tado el apetito, contestó D. Juan, sonriendo. Va- 
mos, pues. 

Terminada la cena volvieron á dar otro paseo 
por la población. 

La noche estaba hermosa y serena; ni una nube 
empañaba el azul purísimo del cielo, y la luna lle- 
na brillaba en todo su esplendor. 

— íQué noche tan bonita! dijo Luis. 

— Admira, hijo mió, en la magnificencia del cie- 
lo, la maravillosa grandeza del autor del Universo. 

— ¿Y qué el cielo también es redondo, pap'á? 

— Lo que llamamos el cielo es el espacio inco- 
mensurable que á nuestra débil vista tiene la for- 
ma,, de una inmensa bóveda. 



^, 



— Yo creia que ]a.s estrellas estaban clavadas en 
el cielo. 

— Las estrellas lijas son soles enormes y lejanos 
1^ y las .estrellas errantes ó planetas, son mundos co- 
mo el nuestro que giran al rededor del sol, y refle- 
jan la luz espléndida del astro rey.^ 
• — ¿Y por qué es azul el cielo, papá? 
/- — Por la gran refrangibilidad del color azul 
i^ue es uno, de los componentes de la luz solar. 
Carlos expresaba su asombro en su mirada. 
Luis abria la boca desmesuradamente como si 
quisiera hablar. 
I — Voy á procurar explicarme, de manera que 
111 e comprendas, dijo D. Juan, sonriendo. La luz 
solar se compone de siete colores y uno de ellos es 
el azul. 

— Pero ¿cómo no los veo?, interrumpió Luis, 

— Porque todos estos colores juntos forman la 
luz que llamamos blanca: descomponiendo esta luz, 
los colores se perciben perfectamente. 

— ¿Y cómo se puede descomponer la luz? pregun- 
tó Carlos, 

— De una manera muy sencilla: basta para eato 
hacer pasar la luz al través de un prisma de cristal. 

— No comprendo, dijo el travieso Luis. 



— lQ,\ié es esto preguntó D. Juan mostrando * 
los niños un prisma de cristal. 

— Una almendra de candil, contestó Garios. 
— Ya estoy viendo los colores, exclamó, ¡qué bo- 
nitos son! 

Efeetivamente, los rayos de la luz solar, pasan- 
do al través del pequeño prisma, reflejaban los co- 
lores del iris, en el papel en que Carlos hacia sus 
apuntes. 

. — Ya sé que la luz tiene siete colores' dijo Luis; 
pero no comprendo por qué el cielo se ve azul y no 
verde ó amarillo. 

— Por la refrangibilidad de la luz azul, dijo D. 
Juan. Los rayos de la luz solar, al pasar por un / 
medio cualquiera, como el cristal, el vidrio, el agua 
ó el aire, se refractan, es decir se quiebran, no con- . 
servan la misma dirección. 

Luis sonreia maliciosamente para manifestar así 
su infantil, incredulidad. 

— Esto, dijo D. Juan, puedes observarlo introdu- 
ciendo una parte de una varilla en im cubo de 
agua; la varilla parecerá rota, y sin embargo esta- 
rá intacta. 

— Es verdad, papá. • 

— Pues bien: esto consiste en que los rayos de la 



J 



- ■ Tí 

M 
luz se refractan al pasar por el agua; no es la va- 
■rilla la rota, sino la luz. 

— ^¿Quiere decir que 7'ef rociarse la luz es que- 
bíarse? preguntó Luis. 

— Sí hijo mió: ahora bien; el color azul de la luz 
del sol es el que mas se refracta ó se quiebra en el 
aire y por eso es el mas visible, y por eso el aire 
se ve azul. 

Sí, papá, sí, exclamaron los niños, llenos de ale- 
gría. 

— ¿Y cuántas son las estrellas?' 

— Su número es infinito: las que se descubren 
á la simple vista se calculan en mas de trescientas 
mil, j las que pUeden observarse con el telescopio 
en mas de setenta y cinco millones. 

— ¿Y están muy lejos, papá? 

Las mas cercanas distan de la tierra mas de seis 
trillones de miriámetros: una bala de cañón, ai^o- 
jada con toda la fuerza de nuestras mas poderosas 
máquinas de guerra, necesitaría mas de seis millo- 
nes de años para llegar hasta la estrella mas próxi- 
ma. 

— ¿Y qué es el camino de Santiago? 

Es una inmensa multitud de estrellas que pa- 
recen acumuladas confusamente, formando un con- 



84 .' 



junto blanquecino, que tiene la semejanza de una 
nubécula. 

— El camino de Santiago es lo que llamamos 
la vía láctea, dijo Carlos: á los grupos de estre- ^ 
lias que le forman, se l^s dá el nombre de nebu- 
losas. 

— ¿Y qué son las siete cabrillas, papá? ¿por qué 
se llaman así? preguntó Luis. s 

— Los astrónomos, contestó D. Juan, han teni- 
do necesidad de clasificar las estrellas en grupos, 
que llaman constelaciones ó asterismos. El grupo 
de estrellas que el vulgo conoce con el nombre de 
SIETE CABRILLAS, es una de esas constelaciones. 
Entre las constelaciones más notables, debo men- 
cionar las que constituyen el zodiaco, que es una 
faja ó zona celeste que el sol parece recorrer en sn 
camino aparente. 

Los nombres de estas constelaciones son los si- 



guientes: 



Aries Libra. 

Tauro Escorpión. 

Géminis Sagitario, 

Cáncer ,.. Capricornio. 

León Acuario. 

Virgo Piscis. 



f 85 



i — ¿Y por qué á esa faja celeste se le llama zo- 
diaco, papá? preguntó Carlos. 
"" — Porque todas lafs constelaciones que la for- 
^ man tienen nombres de animales: zodiaco se deri- 
y va de la voz ZODIUN que significa animal. • 
' — ¡Qué lástima que no veamos ahora un come- 
ta! exclamó Luis. 
Jj — Estos astros no aparecen con frecuencia, por- 
r que recorren espacios inmensos, y solo son visibles 
cuando están cerca del sol. • 

— Y los cometas tienen cabellos, papá? pregun- 
tó el niño. 

— No, hijo mió; los cometas están formados de 
tres partes: del núcleo que es el cuerpo del plane- 
ta y se distingue por su brillantez; de la cabelle- 
ra que no es mas que una nebulosidad luminosa, 
que rodea el núcleo, y de la cola ó cauda, ráfaga 
que se extiende en un inmenso espacio de cielo, 
del lado opuesto al sol. No todos los cometas tie- 
nen la misma forma: unos arrastran tras de sí una 
cauda recta ó curva, otros la tienen en figura de 
abanico y muchos carecen de ella. 

Los principales cometas periódicos son los si- 
guientes: 
Cometa de Halley, reaparece cada 75 ó 76 años. 



86 

Cometa de Enke, cada tres años y medio. 
„ de Biela, cada 6 años tres cuartos. 
„ de Faye, cada 7 años. 



) 



ílenl 



— Pero la luna es el mas grande de todos los av\ 
tros, dijo Luis. 

— No te fies de las apariencias, hijo mió, dijo 
Juan, ya se trate de los planetas ya de los hoi 
bres: á veces los que nos parecen mayores suelen'' 
ser los mas pequeños.* La luna es cincuenta veces 
menor que la tierra, y solo nos parece grande por- 
que es el astro que está mas próximo á nosotros. 
Examinada con buenos telescopios, la luna presen- 
ta un aspecto árido y triste, y parece estar llena 
de cavidades profundas y de montañas, cuya ele- 
vación se calcula en seis ó siete mil metros. Es- 
tas montañas, cuyas sombras aparecen como man- 
chas móviles, tienen forma circular; parecen coro- 
nadas de cráteres,, y presentan un carácter señala- ' 
damente volcánico. Se cree que la luna no tiene 
atmósfera. La forma de este satélite es aproxima- 
tivamente esférica, es decir, tiene la figura de una 
bola: gira sobre su eje, y se mueve al rededor de 
la tierra, acompañando á nuestro planeta en su via- 
je anual al rededor del sol. 



, f 87 

5 — ¿Y cuánto tiempo tarda la luna en bailar wala 
al rededor de la tierra? preguntó Luis? 

— Veintisiete dias, siete horas y cuarenta y tres 
'. minutos, contestó D. Juan. 

— El período de tiempo que la luna emplea en 
su revolución, se llama ones lunar 6 lunación, di- 
jo Carlos. 

jf — ¿Y qué son las fases de la luna, papá? pregun- 
tó Luis. 

— Los diferentes aspectos luminosos, las varias 
figuras que nos presenta periódicamente en su ca- 
mino. La luz del sol ilumina constantemente la 
mitad de la luna, y nosotros unas veces vemos es- 
ta mitad ó hemisferio iluminado, otras descubri- 
mos nada mas una parte, y otras veces no podemos 
observarlo ni en todo ni en parte, porque se oculta 
completamente á nuestros ojos. 

En el momento en que la luna nos presenta el 
hemisferio oscuro, se dice que está en su conjun- 
ción ó que hay luna nueva: cuando nos presenta 
la mitad del hemisferio iluminado, se dice que so 
halla en el cuaMo creciente; cuando descubrimos 
todo el hemisferio es la luna llena ó plenilunio y 
cuando solo vemos la . otra jnitad del hemisferio, 
que el sol alumbra, es el cuarto menguante. 



— ¿Y qué es eclipse, papá? I 

— La ocultación momentánea de un astro pqt 
la interposición de otro. 

— ¿Pues cuando el sol se eclipsa, quién se inter- . 
pone? >: 

— La luna, hija mió. 

— ¿Y cuando se eclipsa la luna? 

— Entonces la tierra es la que evita que el se 
alumbre á nuestro satélite y le cubre con su som^ 
bra, en todo ó en parte. Cuando el disco del sol ó 
el de la luna se ocultan completamente, se dice 
que el eclipse es total, cuando la sombra solo cu- 
bre una parte del disco, se llama parcial. 

— Cuando vuelva á ver á mamá le esplicaré lo 
que son los eclipses, dijo Luis, y tú me lo repeti- 
rás ahora para que no se me olvide. 

— Con mucho gusto, contestó D. Juan, pero se- 
rá otro dia, porque es ya muy tarde y mañana te- 
nemos que madrugar. 

Cesó la conversación y se dirigieron todos á su 
alojamiento. 

Luis pasó mala noche á causa de su pequeña 
herida, y soñó que el carruaje, arrastrado con fu- 
ria por las siete cabrillas, habia tropezado en el 
cráter de uno de los volcanes de la luna. 



i 

\ 



;. CAPITULO Y. 

f 

/ 

' Tep^i del Bio. Caipnlalpam. Arroyozarco. La Soledad. 
San Juan del Bio. La cuesta china. Querétaro. . 



Al amanecer del dia siguiente, D. Juan y los 
dos niños abandonaron Cuautitlan y se dirigieron 
á Tepeji. 

— En el camino no tuvieron contratiempo al- 



guno. 



Tepeji del Rio es una población de mayor impor- 
tancia que Cuautitlan; extraordinariamente fértil 
y de agradable temperatura. 

Cerca de Tepeji pasa un rio, sobre el cual hay 
un puente de gran extensión que tienen que atra- 
vesar los viajeros <que se dirijen al interior. A las 
orillas de la población existe una fábrica de hila- 
dos y tejidos de algodón, que nuestros viajeros no 
pudieron visitar porque luego que almorzaron en 



90 '*'*^ 

la fonda de las diligencias, tomaron el camino d^ 
la cañada, con objeto de pasar la noche en 6sa her- 
mosa hacienda. * *' 

Al descender por la inclinada pendiente del ca- ^ 
mino, se descubre un paisaje verdaderamente en- \ 
cantador. La senda, abierta al través de las mon-v 
tañas, forma una atrevida espiral, y en el fondp 
del estrecho valle se descubre el blanco y risueñd^ 
caserío, medio oculto en una selva de antiguos ár- "^ 
boles que ostentan constantemente un magnífico 
follaje. Los dos niños no sabian tíómo expresar su 
alegría, al contemplar .aquel bello y pintoresco 
paisaje. La vista del campo, el aspecto de las mon- 
tañas, el magnificó espectáculo de la naturaleza 
parece siempre dar vigor y entusiasmo al corazón. 

El aire purísimo que en los campos se respira, 
nos infunde nuevo aliento; las mejillas, que él me- 
fítico ambiente de las ciudades ha hecho palidecer, 
se animan con el color purpúreo de las rosas de 
primavera y al alma le parece que tiene nuevas 
alas, que en aquellos inmensos horizontes hay mas 
luz, mas aire, mas libertad y mas placer. 

El carruaje se detuvo frente á la puerta del me- 
són de la hacienda. Eran las cinco y veintidós mi- 
nutos. 



i . " 

\, — Papá, dijo Carlos, yo creo que el . ferrocarril 
no podría llegar hasta aquí; difícil seria que atra- 
vesara estas montañas. 

— Para evitar el paso por la cañada, hijo, mió- 
la vía férrea debia trazarse por Tula; pero aun por 
i, aquí podría construirse perfectamente. En el ca- 
rmino de Veracruz á México, el arte y el genio del 
< hombre han vencido las mayores dificultades que 
^ pueden imaginarse; allí los trenes ascienden auda- 
ces hasta la región de las nubes y las tempestades, 
y parecen cernirse como las águilas, sobre el abis- 
mo profundo y pavoroso. 

Las montañas mas elevadas son un obstáculo 
insignificante que se humilla ante la magestad de 
nuestra actual civilización. 

— ¿Y qué son las montañas, preguntó Luis. 
— Se dá este nombre á toda eminencia de gran- 
de elevación: el Ajusco que has visto muchas ve- 
ces desde México, es una magnífica montaña. Una 
serie *de montañas no interrumpida, y que sigue 
determinada dirección es ima cadena. Las ca- 
denas de corta extensión, ásperas, riscosas y po- 
bladas de árboles, se llaman sierras. Cuando varias 
cadenas de montañas están unidas, fonnan una 
cordillera. La parte n^as elevada de una montaña 



92 *> 

\ 

es la cumbre ó cima; la parte mas cercana á la lla-i 
nura'se llama falda. El terreno sobre el cual des-' 
cansa una elevación cualquiera, se conoce con el 
nombre de base, y constituyen el pié de la altura 
cada uno de los puntos del llano que están mas 
próximos á la falda. ^ 

— ¿Y qué diferencia hay entre la montaña y la 
colina, papá? I 

— Las colinas son eminencias aisladas, de corta ^ 
elevación, prolongadas y de escasa altura. 

— Ayer el coche se volcó en el Puerto de Bar- 
rientos: ¿qué es puerto, papá? preguntó Luis. 
. — Puerto ó collado, contestó D. Juan, es un pa- 
so estrecho de la montaña entre dos cimas. 

— Explícame lo que es llanura. 

— Es una extensión de terreno perfectamente 
plana. Mañana verás la magnífica llanura del ca- 
zadero, llamada así porque pocos años después de 
la conquista, se verificó allí una grande cacería, si- 
cfuiendo la costumbre de los aztecas. 

— ¿Y qué es valle? 

— Una llanura mas ó menos extensa, rodeada de 
montañas. 

— ¿Y por qué no hay ferrocarril á Querétaro, 
papá? preguntó Garlos. 






^ 93 

\ — La principal causa, hijo mió, es la guerra ci- 
vil, que por espacio de muchos años ha agotado las 
fuentes de la riqueza nacional, ensangrentando y 
haciendo estériles nuestras fértiles campiñas. Ade- 
mas de esto, debe tenerse en cuenta el egoismó y 
•la indolencia de nuestros grandes capitalistas. El 
egoísmo es la muerte da los individuos y de las 
naciones. La paz, y el patriotismo realizan las mas 
jfeombrosas maravillas. La paz, el patriotismo y el 
espíritu de empresa, han hecho la grandeza de nues- 
tros vecinos. 

— ¿Cuáles vecinos? preguntó Luis. 

— Los Estados-Unidos. 

— ¿Qué, tenemos muchos vecinos, papsí? 

— La república mexicana, hijo mió, confina al 
Norte con los Estados-Unidos; al Sur con la Re- 
pública de Guatemala, al Este con el Golfo de Mé- 
xico y mar de las Antillas y al Oeste con el mar 
pacífico. 

— La república, dijo Carlos, esta situada entre 
los 15° y los 32'' 42' de latitud septentrional, y los 
83° 54' 30" y llO*» 25' 30" longitud occidental del 
meridiano de Paris. 

— Veo con placer que no has olvidado la geo- 
grafía de tu patria, dijo D. Juan. 



— Me admiro que Luis no la sepa, exclamó Cár-f 
los. ¡Es tan interesante! "I 

— La mayor extensión de la república, continuó, 
de N. O. á S. E. desde el rio colorado hasta la ex- 
tremidad del Estado de Chiapas, es de 700 leguas; 
en su mayor anchura mide 200. La extensión de J 
sus costas, bañadas por el golfo y mar de las An- 
tillas es de 610 leguas; la extensión de las del mar 
pacífico de 861 y la de las de la Baja California 
742. 

— ¡ Jesús, quó sabio ! exclamó Luis, con tono 
burlón. 

Carlos replicó acaloradamente, contestando la 
ironía de su hermano; éste por su parte no perma- 
neció mudo, y el cuarto del mesón de la Cañada 
estuvo á punto de convertirse en un campo de ba- 
talla. 

Afortunadamente D. Juan intervino en la cues- 
tión y restableció la paz. 

— Ya que te burlas de mí, exclamó Carlos des- 
pués de un rato dé silencio, dime ¿qué gobierno 
tiene la república? 

— ¡Gran pregunta! 

— Vamos ¿qué gobierno tiene? 



i' " 

I —Todo el mundo lo sabe: el gobierno de Don 
Benito. (1) • 

D. Juan se rió con gran placer de la ocurrencia. 

— Siempre sales tú con tus tonterías, dijo Car- 
los, amostazado. El gobierno de la república es el 
«representativo, popular, federal. Los poderes del 
Estado están divididos en tres cuerpos indepen- 
dientes: ejecutivo, legislativo y judicial. 
i Luis, por toda contestación, hizo una graciosa 
mtieca. 

— ¿Cuál es la división política de la república? 

— Yo no sé, contestó Luis. 

—La república se compone de 27 Estados, libres 
é independientes, del Distrito Federal y del Ter- 
ritorio de la Baja Califoinia. 

— Hé aquí los nombres de estos Estados, dijo 
D. Juan; procura retenerlos en la memoria. 

Estados Población. Capitales. 

Sonora 147,133 Ures. 

Chihuahua ; 179,971 Chihuahua. 

Coahuila 67,691 Saltillo. 

Nuevo León 171,000 Monterey. 



(1) Esta obra fué escrita en Enero de 1872, 



96 

ESTADOS. POBLACIÓN. CAP 



PÍTALES. I ^ 



Tamaulipas 108,000 Ciudad Victo- 
ria. 
San Luis Potosí 397,735 S. Luis Potosí. 

Zacatecas 398,977 Zacatecas. 

Aguascalientes 86,000 Aguascalientes.- * 

Dúrangó 173,000 Durango. 

Sinaloa 190,958 Culiacan. * j 

.Jalisco 924,580 Guadalajara. \ 

Colima 48,649 Colima. i 

Michoacan 618,075 Morelia. 

Guanajuato 874,500 Guanajuato. , 

Querétaro 166,644 Querétaro. 

México 509,810...... Toluca. 

Hidalgo 404,207 Pachuca. 

Morelos 121,409...... Cuemavaca. 

Guerrero 270,000 Tixtla. 

Puebla 830,000 Puebla de Za- 
ragoza. 

Tlaxcala 117,940 Tlaxcala. 

Veracruz 380,000 Veracruz. 

Oaxaca 601,000 Oaxaca. 

Tabasco 80,000 San Juan Bau- 
tista. 

Chiapas 193,987 San Cristóbal. 



{ 97 

1 ESTADOS, POBLACIÓN. CAPITALES. 

CÉápipeclie 80,000 Campeche. 

Yucatán i...: 300,000 Mérida. 

Distrito Federal 225,000 México. 

territorio de la Ba- ' 

ja California 21,000 La Paz. 

-r-¿Cuál es la población total de la República, 
papá, preguntó Carlos. 

— Aproximativamente se calcula en odio millo- 
nes y medio de habitantes, contestó D. Juan. El 
documento mas antiguo que poseemos sobre nues- 
tra población, y que con alguna justicia puede lla- 
marse censo, es el formado por el virey Revillaji- 
jedo en 1793, pues todos los tra]bajos anteriores 
son extremadamente defectuosos. Este censo dio 
por resultado una población de 5.200,000 habitan- 
tes, sin comprender las intendencias de Veracruz, 
Guadalajara y Coahuila. 

El célebre barón de Humboldt en su "Ensayo 
político sobre la Nueva España,» calcula la pobla- 
ción de nuestro país en 7.000,000 de habitantes. 
Después de este sabio viajero, muchos estadistas 
se han ocupado de averiguar la población total de 
México; pero han tropezado con gravísimos incon- 

7 



98 í I 

venientes, siendo entre ellos el principal la falta lie 
noticias exactas ó dismas de crédito. El Sr. D. Ah- 
tonio García Cubas, calcula la población de la re- 
pública en 8.743,614 habitantes. y 

— Papá, exclamó Luis, bostezando, y atengo mu^ 
cho sueño. 

— Vamos pues á recojemos para salir mañana, 
lo mas temprano que sea posible, dijo D. Juan> 

Media hora después los viajeros dormían pdí^,^ 
fectamente. 

A las cinco de la mañana del dia siguiente se 
dirigieron á Arroyozarco. 

Luis dormia profundamente sobre las rodillas 
de D. Juan y Carlos perfectamente envuelto en 
su capa, se entretenía en contemplar, al través de 
los vidrios, la vaga luz del crepúsculo que comen- 
zaba á colorar con tiritas de púrpura y de oro, los 
lejanos bordes del horizonte. 

El carruaje caminaba lentamente. 

El silencio era apenas interrumpido por el mo- 
nótono ruidb de las ruedas, al chocar contra las 
piedras. 

Al fin llegaron á la cumbre de la cuesta. 
Después de algún tiempo, Luis despertó son- 
riendo. 



í 99 

I En ese momento el camino pasaba, por una es- 
pecie de hondonada y á uno y otro lado se eleva- 
ban grupos de cerros, coronados de encinos y de 
otros árboles. •■ ; 

Luis bajó el vidrio para ver mejor, pero tuvo 
(jue subirlo en el acto, porque el frío era muy in- 
tenso. 

— ¿Qué punto es este, papá? preguntó. 
/ — La sierra de Calpulalpam, contestó D. Juan: 
el pueblecito que pronto vamos á ver es célebre 
por la memorable batalla de Calpulalpam, donde 
fué derrotado el general reaccionario D. Miguel 
Miramon. 

No bien habia acabado de hablar D. Juan, cuan- 
do algunos centenares de indios de todas edades, 
rodearon el carruaje, extendiendo las manos en 
ademan suplicante. 

— ¿Qué quieren, papá? preguntó Luis. 

— Estos infelices que estás viendo, casi desnu- 
dos, enflaquecidos por la miseria y embrutecidos 
por la ignorancia, viven de la caridad pública y 
han hecho una profesión de la mendicidad. Ellos 
no tienen la culpa de su envilecimiento. Los go- 
biernos que embellecen las ciudades, que levantan 
estatuas, que gastan inmensas sumas en fiestas, 



100 I j 

han abandonado á estos desgraciados en su des-f 
ventura. Seguro estoy de que en este pueblo, cuy^ 
aspecto debía hacernos ruborizar, nadie ha pensa- 
do en establecer una escuela, ni en dar protección 
al trabajo. |Y estos infelices son ciudadanos me- 
xicanos! ¡Oh! en vez de despedazarnos en inútiles"**"*^ 
contiendas, deberíamos estar pensando continua- 
mente en regenerar, por medio de la educación, á 
estos pobres hermanos nuestros, que imploran 
nuestra piedad, pálidos y macilentos, cuando po- 
drían levantarse erguidos como nosotros, grandes 
por la ilustración y poderosos por el trabajo. 

Hubo un momento de silencio. 

El grito plañidero de los pobres indios quu cor- 
rían tras del carruaje, llevando á la espalda á sus 
pequeños hijos^^ volvió á escucharse más próximo. 

Carlos tomó algunas monedas de cobre y se las 
arrojó. 

D. Juan dio á Luis dinero para que lo distribu- 
yera entre aquellos infelices. 

Al caer las monedas al suelo, todos los mendigos 
se precipitaron sobre ellas, y se presentó á los ojos 
de los viajeros un espectáculo repugnante. 

— Un anciano de más de setenta años habia lo- 
grado tomar una moneda de plata, y se levantaba 



\ 



101 

gozoso, cuando tres ó cuatro indios completamen- 
te desnudos, emprendieron con él una terrible lu- 
cha para arrebatarle su tesoro. 

El anciano se defendía heroicamente. 

Al fin sucumbió, cayendo entre las piedras, en- 
sangrentado y lleno de contusiones. 

La india que habia triunfado corrió con su mo- 
neda y los demás la siguieron dando gritos horro- 
rosos. 

Carlos y Luis estaban profundamente conmo- 
vidos. 

— Os he llamado la atención, hijos mios, sobre 
este triste cuadro, dijo D. Juan, para que si algún 
dia llegáis á tener influencia en los negocios pú- 
blicos, no os olvidéis de estos infelices, como lo ha- 
cen en la actualidad muchos de nuestros grandes 
hombres. 

El carruaje siguió caminando con rapidez. 

A las diez y cuarenta y dos minutos, llegaron á 
Arroyozarco. 

Esta hacienda es bastante extensa; pero tiene 
un aspecto triste. 

El mezon y hotel de las diligencias, es un viejo 
edificio, de dos pisos, feo y desaseado. , 



102 



} 



Nuestros viajeros fueron alojados en ^ segui"p- 
do piso. ( 

Inmediatamente pasaron al comedor, que es un ( 
gran salón, que se calienta en invierno por medio | 
de una chimenea antigua. -T^ 

El apetito de los niños era excelente; pero el al- 
muerzo estaba verdaderamente detestable. 

El mal servicio de esta posada es proverbial en- 
tre los viajeros. La empresa de diligencias sirve 
mal pero cobra bien. 

Después del almuerzo, T>. Juan se dirigió á la 
oficina del telégrafo. 

— ¿Papá, preguntó Luis, las cartas pasan por el 
alambre? . 

— No, hijo mió, le contestó D. Juan. 

— ¿Pues explícame qué es el telégrafo? 

— Grande dificultad tendré para hacerlo porque 
careces de algunos conocimientos que son indis- 
pensables; sin embargo, procuraré darte una idea 
de esta maravillosa invención, que hará eterna la 
memoria del célebre profesor Morse. 

La electricidad es un fluido invisible, cuya ve- 
locidad es asombrosa. 

---¿Pero si no han visto nunca la electricidad, 
¿cómo saben que existe? preguntó Carlos. 



' 103 . 

\ — Porque so sienten sus efectos, contestó B. 
Juan. El viento no puedo ser visto y sin embargo 
nkdie duda de su existencia. 

— Y qué ¿la electricidad corre más de prisa que 
el viento? preguntó Luis. 
^"^- — Mucho más, hijo mió; su velocidad es tal, que 
en un segundo recorre algmios millares de leguas. 
— Y qué ¿la electricidad lleva los partes? 
— Ella misma nos sirve de idioma para comu- 
nicarnos con los amigos distantes. Las corrientes 
eléctricas pueden hacerse pasar por el alambre vo- 
luntariamente, ó interrumpirse cuando sea nece- 
sario; ahora bien, estas interrupciones sirven de 
señales, y con ellas se ha formado un alfabeto. El 
empleado en la oficina de Arroyozarco interrumpe 
una, dos, tres ó más veces la corriente eléctrica; 
estas interrupciones son notadas en México, y co- 
mo ellas significan una letra ó una palabrq,, com- 
prenden perfectamente los oficinistas en la capital 
lo que nosotros pretendemos decirles. 

—¿Y hay muchos telégrafos en el mundo, papá? 
— En 1867 existían en las varias partes del 
mundo, las siguientes líneas telegráficas: en Euro- 
pa 188,072 kilómetros con 517,074 de alambre; en 
América 105,646 kilómetros de línea, con 260,290 



]04 • jylí 

de alambre; en Asia 35,146 kilómetros de línea c(m ' 
40,100 de alambre; en Australasia 13,670 c0n 
16,800; en África 11,160 kilómetros de línea con 
16,800; y submarino 11,816 con 16,697 de alambre. 
Suma total 365,476 kilómetros ó 49,255 millas geo- _ 
gráficas de líneas, con 866,555 kilómetros de ala«r=^ 
bre que equivalen á 116,786 millas geográficas. En 
la república mexicana existían en 1870 catorce lí- 
neas telegráficas con 4,152 kilómetros y estaban 
abiertas al público ochenta y dos oficinas. De 1870 
á la fecha se hq,n construido nuevas líneas, que se 
extienden en diversas direcciones. (1) 

La extensión de todas las líneas telegráficas que 
existen en el mundo seria casi suficiente para ha- 
cer una comunicación telegráfica entre la tierra y 
la luna,. mientras que la longitud de los alambres, , 
no solamente bastaría para esa comunicación dos 
veces, sino que sobraría un pedazo que podría ro- 
dear la tierra casi tres veces. Con todos los alam- 
bres telegráficos que están en servicio en la actua- 
lidad, se podría circular la tierra veintidós veces. 

— ¿A qué hora nos vamos, papá? preguntó Luis. 

(1 Los lineas telegráficas se han multiplicado en estos últi- 
mos áfios, y hoy se extienden en todas direcciones por la vasta 
extensión de nuestro territorio. 



r 105 

• — Hoy nos quedamos aquí, contestó B. Juan. 
i — Pues vamos á dar una vuelta, dijo el niño, 
abrazándose de las rodillas de su padre. 

— Yo tengo necesidad de poner unos telegramas 
y esperar la contestación; pero Carlos te acorapa- 
"-^ftará. • 

Los dos niños salieron del hotel, radiantes de 
alegría. 
ji — Mucho juicio, hijos mios, les dijo D. Juan, ca- 
riñosamente. 

—¡Qué portal tan feo! exclamó «Luis: este debe 
ser el de Mercaderes. 

— Aquí no hay mas que una tienda, dijo Carlos, 
apuntando en 'su cartela, y sin fijarse en lo que 
decia su hermano. 

— Mira, mira allí la sierra; qaé alta es y qué lle- 
na de árboles. 

— Es la sierra de Calpulalpan que acabamos de 
atravesar. 

— ¿Y por qué se llamará esta hacienda Arroyo- 
zarco? 

— ^Yo creOi contestó Carlos, que le dieron ese 
nombre por el riachuelo que hemos visto desdé el 
balcón. 

— Efectivamente, dijo Luis, allá voy yo á hacer 



jl 



torrecitas en la arena. Ya verás qué bonita cate- 
dral voy á construir. j 

— Corrió el niño dando saltos de alegría y sti 
hermano á pesar suyo tuvo que seguirle. Allí, 
forjando frájiles edificios, recogiendo piedrecitas , 
y conversando amigablemente pasaron alguna»»^ 
horas. 

En la tarde D. Juan los llevó á ver la fábrica de 
casimires que existe en la hacienda. » . 

A- las siete, comieron é inmediatamente se fue- "^ 
ron á reposar. . 

A las seis de la mañana del dia siguiente con- 
tinuaron su viaje. 

El mal estado del camino hacia á D. Juan te- 
mer otra catástrofe y se mostraba inquieto. Luis 
y Carlos dormían profundamente. 

Al fi;i el carruaje se detuvo frente á un extenso 
portal. 

— ¿Cómo se llama este punto, papá? preguntó 
Carlos, despertando. 

■ — La Soledad ó Pololotlan, contestó D. Juan. Es- 
te pueblo comenzó á formarse hace. veinte años y 
creció con asombroísa rapidez al principio; desgra- 
ciadamente de algún tiempo á acá ha permanecido 
estacionario. 



I 107 

'\ — Allá enfrente veo una capillita, exclamó Luis. 
) — En este momento lo que debemos buscar son 
las fondas, dijo D. Juan, sonriendo. 

— Sí, papá, sí, vamos á almorzar, gritó Luis 
^^,_[áplaudiendo. 

El apetito de nuestros viajeros les hizo calificar 
el almuerzo de excelente. No valia gran cosa; pe- 
ro para ser justos, debemos decir que en la Sole- 
^ dad se come mejor que en Arroyozarco. 

Al salir de la fonda, vieron á un pobre anciano 
ciego, que cantaba con triste voz algunas coplas 
populares. La estraña y dulce expresión de su 
canto, indefiniblemente melancólico, llamó la aten- 
ción de los dos niños. 

El viejo bardo del pueblo comprendió que ha- 
bla excitado la curiosidad y la compasión de los 
viajeros y para mejor cautivarlos comenzó á tocar 
en la jaranita una alegre sonata nacional. 

En el campo, el sonido de la música causa siem- 
pre una profunda impresión, y es natural: en la 
agitación de las grandes ciudades, íos mas dulces 
acordes se pierden entre los mil rumores de las 
multitudes; en la soledad, al pié de las montañas, 
ó al borde de los caminos, cada una de las armo- 
nías arrancadas á un instrumento, nos conmueven 



108 i 

tiernamente porque nos revelan la existencia de 
un corazón que palpita en el goze ó en el dolor, 
inspirado por el magnífico espectáculo de la natu- 
raleza. 

Al ver á aquel anciano ciego, cubierto de hará- / 
pos, y que con santa resignación sonreia, exhalan- 
do en dulcísimos ecos sus pesares, D. Juan tuvo 
que ocultarse para enjugar una lágrima. 

— ¿Está vd. muy triste, cieguito? le dijo Cárlos.^i" 
acercándose. 

El anciano preludió una canción, y derrepente, 
como inspirado, contestó cantando: 

Estoy triste por lo "proben; 
Por lo ciego no lo estoy; 
Que usté mira con los ojos 
Y yo con el corazón. (1) 

Carlos dio una moneda de plata al pobre poeta 
de los campos, que se llama José María Rubín. 

Entonces el ciego, agradecido, haciendo pasar 
su aliento por el hueco de las manos, y modulan- 
do su voz de una manera extraña, imitó con admi- 
rable propiedad el sonido de la tíauta y el .armo- 
nioso canto del zentzontle. 



(I) Histórico. 



t 



109 



■!, Luis manifestaba su admiración y su entusiasmo 
con gritos de alegría y con aplausos. 

— Vamonos, dijo D. Juan, dirijiéndose al car- 
ruaje, y procurando disimular su emoción. 
r ■ Los dos niños le siguieron. 
*E1 bardo ciego volvió á cantar: 

En un camino de flores, 
Feliz y "perfecto 1 1 dia, 
W^ Les desea con alegría 

El cieguito á los señores. 

El coche se alejó rápidamente, dando saltos en- 
tre las piedras de la única calle de la Soledad. 

Durante algún tiempo los viajeros percibieron 
de una manera vaga las lejanas y dulcísimas ar- 
monías del admirable ciego. 

— ¡Cuan bellas inteligencias hay ignoradas y os- 
curas en nuestro pueblo, exclamó D. Juan. El des- 
arrollo de la instrucción pública hará la felicidad 
y la grandeza de nuestra patria. 

Los dos niños guardaron silencio. 

A las once y cincuenta y dos minutos llegaron á 
San Ju^ del Rio. 

— Hé aquí, dijo D. Juan, una de las ciudades mas 
importantes del pequeño Estado de Querétaro. 



Tt,1 



Tí 

— ¿Qué extensión tiene este Estado, papá? pre- 
guntó Carlos. á 

— La superficie de su territorio es de 506 leguas ' 
cuadradas ó sea 8,883 kilómetros. Está situado 
entre los 20° 1' y 21° 36' de latitud septentrional / 
y los 0° 4' y O' 14" de longitud O. del meridiailS^ 
de Móxico. 

— ¿Y cuáles son los Estados que están cerca de ^ 
Querétaro, preguntó Luis? ^i 

— Querétaro tiene por límites: al N. el Es- 
tado de San Luis Potosí, al E. el de Hidal- 
go; al S. el de Michoacan, y al O. el de Guana- ' 
juato. 

— ¿Y también hay en Querétaro presidente, ' 
papá? 

— No, hijo mió; el Estado de Querétaro es libre, 
soberano é independiente, como los demás Esta- 
dos de la federación; pero no es una república ni 
constituye una nacionalidad. Como una de las par- 
tes integrantes de la República Mexicana, está 
unido por medio del pacto general' á los demás Es- 
tados. Para su régimen interioi", tiene su constitu- 
ción particular y sus leyes. El poder ejecutivo está 
depositado en el gobernador, el lejislativo en el 



r 



V 111 

congreso del Estado, y el judicial en el tribunal 
teuperior de justicia. 

; — ¿Cuál es la división política del Estado? pre- 
guntó Carlos. 
, '" — Querétaro Qstá dividido en seis distritos que 
son: Querétaro, S. Juan del Rio, Amealco, Jalpam, 
Toliman y Cadereita. 

— ¿Y hay aquí muchos habitantes, papá? ' 

— La población del Estado, contestó D. Juan, se 
calcula en 153,286 habitantes; la del distrito de S. 
Juan del Eio, donde estamos, en 31,412 y la de es- 
ta agradable y pintoresca ciudad, cabecera del dis- 
trito, en 9 ó 10,000. 

— ¿Y qué íigura tiene el Estado de Querétaro? 

— Es muy irregular: la línea que lo circuye, di- 
vidiéndolo de los Estados limítrofes, presenta una 
multitud de ángulos entrantes y salientes. En el 
interior del país hay algunos cerros áridos, y no 
lejos de estos, montañas cubiertas de frondosos 
bosques. En este distrito, como habrás visto, el 
aspecto es enteramente diverso; el viajero descu- 
bre valles bellísimos, entrecortados por colinas pin- 
torescas y poco elevadas. ; 

: — Efectivamente, papá, dijo Carlos: S. Juan del 



11» 

Rio está situado en un valle estrecho, pero hermo- 
sísimo. ' / 

— San Juan del Rio, es la perla del Estado de 
Querétaro: en su distrito, la agricultura es de gran- 
de importancia, porque posee excelentes tierras de / 
labor. 'í"'''"*^ 

— Aquí hace menos frió que en Arroyozarco, pa- 
pá, exclamó Luis. •^ , 

— El clima del Estado de Querétaro es muy va- ^ 
riado, contestó D. Juan; en Amealco: Mextitlan y 
otros varios pueblos, el temperamento es muy frío; 
en el mineral del Doctor, el invierno es también 
riguroso; en Toliman, San Pablo y otros lugares 
de la Sierra, el temperamento es caliente y en San 
Juan del Rio y Querétaro es templado y agrabable. 

— ¿Y hay muchas montañas en el Estado, papá? 
preguntó Carlos. 

— Hay algunas, hijo mió; las principales son: la 
del Gallo en el Distrito de Amealco á legua y 
media al S. O. de la cabecera; la de Santa Rosa, la 
de Minteji á dos leguas N. E. de Cadereita. Los 
cerros mas notables son: el de Mastranto á tres le- 
guas al Sur de Tequisquiapam; el del Aguacate, 
y el del Cimatario, al Sur de Querétaro. El de la 



V.. 'ti ' 

113 



f Ipeña de Bemal es celebrado por la altísima roca 
«. -que lo corona. 

} — ¿Y cuáles son los ríos principales? 

— Creo que no te ha llamado mucho la atención 
la geografía de Querétaro y la vas olvidando, dijo 
V,JD. Juan bondadosamente. 

— ¿Pues no decia que era tan sabio? exclamó 
Luis. 
— Carlos se ruborizó y bajó los ojos. 

— ¿A dónde se le fué la ciencia? insistió el pe- 
queñuelo burlándose. 

— Papá, mira á Luis, exclamó Carlos, pudiendo 
apenas contener su llanto. 

— Vamos, no seas tonto; es broma de tu herma- 
no, le dijo D. Juan acariciáijdole. Voy á decirte 
cuales son los rios principales de Querétaro y pro- 
cura que no se te olviden sus nombres. Uno de los 
mas notables es el de San Juan, que nace en Hua- 
pongo y pasa por San Juan del Rio, Tequisquia- 
pam, la Magdalena, Venta de San Josó, Hacienda 
de los Charcos, y Rancho de Pato, uniéndose al fin 
al rio de Moctezuma del cual es afluente. 

—Es decir que ese rio pasa á las orillas de esta 
población, dijo Luis? ¿cómo no lo hornos visto? 

« 



— Mañana lo verás, contestó D, Juan; pero té ' 
ruego que no me interrumpas. . ¡t' ^ 

— Luis guardó silencio un momento; pero ce- .t 
diendo al impulso de su genio fogoso, derepente 
se puso de pié sobre su asiento y comenzó á tocar 
marchas en los vidrios del carruaje. -'" 

— ¿Cuáles son los otros rios que riegan al terri- 
torio del Estado, papá? preguntó Carlos. ' ' 

Los siguientes: el de Huimilpam, que nace en dual 
cerro de las Neverías y recorre diez y seis leguas • 
en el Estado, pasando por el Batan y el pueblito; 
el de Querétaro que nace en la hacienda de Ser- 
vin y va á aumentar las aguas del lio de la Laja, 
y el de Moctezuma que forma parte de los límites 
orientales del Estado. 

El carrauje se detuvo en la puerta del hotel de 
las diligencias. 

— Me gusta mucho esta población, exclamó 
Carlos. 

— ¡Qué calle tan ancha! dijo Luis. 

— Esa doble hilera de árboles que le dan som- 
bra, la hace muy agradable, añadió D. Juan. 

— He oido decir que San Juan del Rio no tiene 
mas que una calle ¿será esta, papá? 

— Te han engañado, hijo mió: esta es la vía priñ- 



t 115 

p^al, pero la ciudad es bastante extensa; dentro de 

t^ momento iremos á conocerla. 

^f — He observado que la mayor parte de las casas 
son de un solo piso, dijo Carlos. 

ril^ — Ef ectóvamente; pero hay casas de construcción 
moderna y muy cómodas. 
* — Vamos á dar una Tuelta, papá. ■ 

pi — Estás muy ansioso; tomaremos algo en la fon- 
xla y después iremos, dijo D. Juan. 

Su idea fué aprobada *por los dos niños. 

• La comida que les sirvieron en el hotel de dili- 
gencias les pareció excelente. 

A las dos de la tarde, se dirigieron á la oficina 
del telégrafo, y de allí á la casa de correos. D. Juan 
recojió sus cartas, y después de haberlas leido, co- 
menzó á vagar por la ciudad, seguido de sus hijos. 

— ¿No te escribe mamá? preguntó Luis. 
— No hijo mió; y estoy bastante inquieto por su 
silencio, temiendo que esté enferma. 

— Y Luis tiene la culpa, dijo Carlos, aprovechan- 
do la oportunidad que se le presentaba: para ven- 
garse. Bien se conoce que no la quiere cótno yo, 
añadió dando á su voz una marcada expresión de 
líejiroche. 



116 



% 



— Eso no es cierto, exclamó Luis; yo quiero Ta3(fL 
cho á mamá, mas que tú; y comenzó á llorar. M ^ 



— I Juicio niño! que estaraos en la calle, dijo 



/ 



i 



Juan, jj^ 

— Llévame con mamá, gritó Luis, soUlozando.-j 

— No es cosa muy fácil; estamos ya bastante 
jos de ella. ^ 

— ¿Puesqué distancia hay de aquí á México?pi 
guntó Carlos. af 

— Cuarenta y tres leguas. 

— Luis continuó llorando, y D. Juan tuvo que 
comprarle unos dulces para hacerle callar. 

. — ¿Qué edificio es este, papá? preguntó el niño, 
enjugando sus lágrimas. 

^-Els la casa del ayuntamiento, construida hace 
poco tiempo: aquí está la jefatura política y algu 
ñas otras oficinas públicas. 

—-He visto muchos templos, papá. 

— Sí, hay algunos. ¡¡[y. 

— ¿A dónde vamos ahora? 

— A la plaza principal. ^^i 

— Allí, está, exclamó Luis; tiene una colun^^ft 
en el centro, coronada por un águila. ;,, 

I — Lo mas notable de San Juan del Rio es, ^í 



f- > 



p' 117 

T)anteon nuevo; vamos á verlo para que Carlos 
complete sus apuntes, dijo D. Juan. 

ir . — Vamos, papá. 

Los tres viajeros retrocedieron en el acto; atra- 
vesaron algunas angostas callejuelas, y comenza- 
i^n á siifeir por la suave pendiente de una loma 
poco elevada. 

En la cumbre de esta pequeña altura está el 
panteón. Antes de visitar la fúnebre morada, D. 
Juan hizo admirar á los dos niños el magnífico 
paisaje qut á su vista se presentaba. Al pié de la 
loma se extiende la ciudad, irregular y caprichosa 
apiñada en el estrecho valle, ostentando sus esbel- 
tas torres y presentando á los viajeros sus estre- 
chas calles bordadas de arboledas extensas, y sal- 
picadas, por decirlo así, de festones de verdura; á 
la orilla de la población corre el rio, entre huertos 
frondosísimos y serpenteando en diversas direccio- 
nes, se pierde entre las colinas. 

La puerta del panteón se abrió en ese momento 
para dar paso á un lúgubre cortejo. En un peque- 
ño ataúd, dos hombres conducían el cadáver de 
un niño de pocos años: á pocos pasos una mujer 
del pueblo lloraba silenciosamente. Al ver aquel 



\ 



*4Í '%f^. 

118 ■ '^ ' 

dolor mudo y profundo,' se comprendía que la po- . 1 
bre mujer era una madre. , "^-i^ 

D. Juan y los dos niños penetraron á la triste 
morada, detras de la -mortuoria comitiva. 

El panteón de San Juan del Rio es un cuadrado 
de poca extensión, cercado por todas pactes por jí 
una alta barda. Su aspecto es melancólico, pero no 
pavoroso; la luz penetra libremente allí, y algunos • 
árboles plantados á cortas distancias, purifican 
ambiente. En el centro se eleva un magnífico mo 
numento, que cubr^ los restos del fundador de 
aquel sagrado asilo. ' 

Carlos y Luis se entretuvieron en mirar la mul- 
titud de epitafios que cubren las paredes; D. Juan 
conversaba entre tanto con el sepulturero. 

La indecisa luz del crepúsculo, vino al fin á dar 
un tinte indefinible á aquel doloroso cuadro. 

Los tres viajeros salieron de allí conmovidos y 
se dirijieron á su alojamiento. 

Al llegar á la casa de diligencias, D. Juan sen- 
tado cerca de una mesa, tpmó el álbum de Carlos 
y escribió lo siguiente: 

"A la orilla del rio se eleva una casita pobre 
medio oculta en un silvestre bosquecillo. Allí vi- 
ven desde hace mucho tiempo, tranquilos y felices 



119 

f 

¿un honrado jornalero y su esposa María. Ambos 
amaban con todo su corazón á su pequeño hijo 
I; Miguel. 

María habia sido una esposa escelente y era una 
I madre tierna y cariñosa. 

^L Un di4 Miguel, que tenia ya seis años, se entre- 
tifeiia en hacer puentes y casitas, en la arena del 
rio, metido en el agua, y recibiendo los rayos de 
'JSfi sol abrasador. 

r María lo reprendió bondadosamente, y le dijo 
que nunca volviera á bajar al cauce del arroyo 
porque las avenidas de éste, eran muy frecuentes 
y podia llegar á sucedcrle una desgracia, ^ 

— El niño prometió obedecerla, llenándola de 
besos y de caricias. 

Trascurrió algún tiempo. 

Una tarde Miguel estaba solo en la casa. 
, — Su madre, al salir, le habia mandado que no 
se apartara del punto donde lo dejaba; pero al ca- 
bo de algunas horas, olvidándose de los consejos 
maternales, el inquieto niño se sentó á la sombra 
de unos fresnos. Poco á poco fué venciendo su te- 
mor y al fin desendió al rio. 

La tarde declinaba. 

Miguel oyó á lo lejos un ruido extraño; pero no 




120 "^^ 

alcanzando á descubrir nada que pudiera alarmar- -^ -i 
le, continuó en sus infantiles juegos. ,- "* 

De repente oyó un grito penetrante y desgar- '^ 
rador; volvió los ojos y descubrió á su pobre ma- 
dre, que pálida como la muerte, le llamaba y cor- 
ría hacia él. 

En ese instante se sintió arrebatado "por la coJP 
ríante. - ; 

Tendió las manos con indecible angustia, per?^;: 
en ninguna parte encontró un apoyo. 

Dos labradores recogieron esa misma noche el 
cadáver del hijo desobediente. 

(parios y Luis han asistido esta tarde á los fu- 
nerales del desdichado niño." 

Al leer Carlos estas líneas, abrazó á D. Juan ca- 
riñosamente, y le ofreció no desobedecerle nunca. 

— Hazlo así, hijo mió, dijo D. Juan, pues sobre 
el hijo cariñoso y bueno desciende siempre la ben- 
dición del cielo. 

A las seis de la mañana del dia siguiente salie- 
ron nuestros viajeros para Querétaro. í*í 

A las once llegaron á la cuesta china. * ' 

Como la rápida pendiente de la montaña eá'^ 
bastante peligrosa, D. Juan y los dos niños des- 
cendieron del carruaje. 




he smíid arrebaíarln irnr la cnrr\en]Q. 



121 

Desde allí pudieron contemplar un espléndido 
anoraraa. A lo lejos se descubre la ciudad de 
Querétaro, célebre en nuestra historia, extendién- 
dose en una tendida loma, rodeada de árboles 
y ostentando orgullosa las elevadas torres de sus 
numerosos templos. A alguna distancia se eleva el 
iCimatario; mas cerca el memorable Cerro de las 
(pámpanas, y al terminar la cuesta, el soberbio 
acueducto, monumento notable que se desprende 
de las sinuosidades de las montañas, serpenteando 
en varias direcciones, cruzando cerros y colinas y 
extendiéndose en el espacio de dos leguas, atrevi- 
do y caprichoso, hasta tocar los muros de la ciu- 
dad. 

Después de haber andado algún tiempo D. Juan 
y los niños, volvieron á subir al carruaje; y alas 
doce y cuarto, atravesaron las estrechas calles de 
Querétaro, deteniéndose en el hotel del Águila 
Roja. 



«:;• 



^vi 



f. 






CAPITULO VI. 



Querétaro.— El aonedflcto.— La Fábrica de Hércules.— 
La cañada.— Agradable sorpresa.— líueiro ri^e.— Sor- 
presa desagradable. 



— En este hotel, dijo D. Juan, estuvo algún 
tiempo el desgraciado príncipe Maximiliano. Cuén- 
tase que al llegar á Querétaro por primera vez, 
su caballo tropezó frente á este edificio, y él en- 
tonces, pálido de emoción, auguró que esta ciudad 
deberla serle fatal. 

— Por lo poco que he visto de Querétaro, dijo 
Carlos, me parece que es una de las ciudades mas 
importantes de la república. 

— Querétaro debe colocarse entre las ciudades 
de segundo orden, contestó D. Juan; es inferior á 
Guadalajara, á Puebla, á Guanajuato, á S. Luis 
Potosí y á otras varias capitales de Estado. En 



la época del gobierno colonial, era de las mas im- 
fporfcántes ciudades de la Nueva España, tanto por 
la actividad de su comercio como por el desarro- 
llo que habia adquirido su industria manufactu- 
rera. Esta ciudad, era tenida en alto aprecio como 
tgunto de depósito para todas las demás provincias 
jeentrales. 

i La fábrica de tabacos producía al gobierno vi- 
^einal enormes cantidades y las demás rentas eran 
verdaderamente pingües. . 

Hoy Querétaro no es ni la sombra de lo que en 
otro tiempo fué: lánguido y silencioso, revela en 
su actitud inerte el profundo malestar que le de- 
vora. 

La animación, el movimiento, el placer de otra 
época mas bonancible, parece haber desaparecido 
para jamás volver: su comercio está casi inmóvil, 
su industria se apaga, su agricultura decae: todo, 
en una palabra, está manifestando que la miseria 
y la desolación se apit)ximan á grandes pasos pa- 
ra destruirlo. 

— ¿Y por qué le dieron á esta ciudad el nom- 
bre de Querétaro, papá? 

— Lo ignoro, hijo mió; lo único que puedo de- 



v4 • ■" ' 

124 «í 

cirfce es-tjue Querétaro en idioma Tarasca, signi- 
fica: "lugar donde se juega á la pelota." 

— ¿Y cuándo fué fundado? ¿^. 

— Por los años de 1545 ó 1546, según el sabio 
escritor mexicano D. Carlos de Sigüenza y Gón- i 
gora. Los españoles capitaneados por D. ^Fernando i 
de Tapia, conquistaron esta ciudad el dia 25 de| 
Julio de 1531, Es fama que durante el sangrien-i 
to combate que tu\deron que sostener, se les apa- ' 
recio el apóstol Santiago, cubierto de armadura > 
magnífica y refulgente, y caballero en un brioso 
corcel, tan blanco como lal* nieve. Por esta razón 
dieron á la población el nombre de "Santiago de 
Querétaro." 

I 

Habiendo progresado rápidamente; el año de 
1665 fué elevada al rango de ciudad, con el títu- 
lo de muy noble y muy leal y el goce de varias 
exenciones y privilegios. 

— ¿Qué distancia hay de México á aquí, papá? 
preguntó Luis. 

— Sesenta leguas, al Oeste Noroeste, contestó 
D, Juan. 

— Ya tengo mucha hambre, dijo Carlos. 
—Yo también, exclamó|Luis. 



^ 125 

j — Parece que nuestra salud no va mal con los 
viajes, dijo D. Juan, con bondadosa sonrisa. 
— ¿Vamos á comer, papá? 
— No tengo ningún inconveniente. 
— Después, de haber almorzado bastante bien, 
en la f(»ida del hotel, nuestros tres amigos salie- 

[ ron á recorrer las calles de la ciudad. Querétaro 

f tiene un aspecto extremadamente triste; cierto es 
que en sus angostas calles se levantan magníficos 
edificios y soberbios templos, pero en todas par- 
tes reinan el silencio y la soledad. Con excep- 
ción del movimiento industrial y mercantil que 
era mayor en el tiempo del gobierno colonial, se 
puede asegurar que Querétaro no ha cambiado. 
Las revoluciones lo han conmovido frecuentemen- 
te; la reforma con su hacha formidable ha destrui- 
do sus viejos conventos, haciendo desaparecer las 
decrépitas instituciones; un sitio terrible lo azotó 
con el fuego de sus granadas, reduciendo á es- 
combros sus mas importantes arrabales; pero á pe- 
sar de esto, Querétaro, considerado moral y social- 
mente, está en el mismo estado que hace cien años. 
Un ilustrado escritor, dice con mucha justicia, que 
las costumbres se arraigan en los pueblos como los 
grandes árboles en la tierra. 



fas 

El teatro generalmente está cerrado. Nosotros j 
hemos permanecido algún tiempo en esta ciudad, y 
la impresión que nos ha causado nos entristece aun^ 
con su recuerdo. • 

D. Juan y los dos niños comenzaron por recor- ' 
rer la calle del hospital que es la mas Sncha, y | 
mejor de la población: de allí se dirigieron á la pla-| 
za donde últimamente se ha formado un bonito j 
jardin. 

— Mira, papá, el zócalo, exclamó Luis. ¿Cómo 
se llama aquel templo? 

— Es la catedral, contestó D. Juan. Queretaro 
os residencia de un obispo y tiene tres curates que 
son: Santiago, Santa- Ana y San Sebastian. 

—¿Cuáles son los templos mas notables? pre- 
guntó Carlos. 

— El Santuario de Guadalupe, el Oratorio de 
San Felipe Neri, San Francisco, la Cruz, S. An- 
tonio, Santo Domingo, S. Agustín y la Merced. 
Los conventos de religiosas que existían antes, 
eran los siguientes: Capuchinas, Sarita Clara y San- 
ta Teresa. Hoy", al través del magnífico convento 
de Santa Clara, está abierta una fea calle que ve- 
remos otro diJEk 

— Vamos á ver las otras calles, papá. 



:^ 127 

f — No es fácil que puedas conocer hoy á Qucré- 

'"taro: ¿A dónde quieres ir? 

.^ — Adonde tú quieras. 

' — Estamos muy cerca del portal, compraremos 
^ los celebrados dulces cubiertos, que nunca dejan 

de consumir los viajeros. 

■\ Al salir de la dulcería comenzaron á vagará 
i la vejitura. 

— ¿Qué edificio es ese, papá? preguntó Carlos 

— Es el palacio del gobierno, contestó D. Juan. 

— ¿Pues cuáles son los edificios mas notables? 

— rEse que estás viendo, el colegio y el teatro. 

— ¿Vamos á ver el teatro, papá? exclamó Luis. 

—Hay dos teatros, hijo mió, el de Iturbide que 
es el mejor, está situado en el ángulo que forman 
dos calles: es pequeño; pero elegante. 

— Allí está, papá, allí está. 

Efectivamente: ese es el famoso teatro de Itur- 
bide. ^ 

—Los dos niños penetraron al interior del tea- 
tro y D, Juan se quedó en la calle conversando con 
un amigo. • 

Después de un momento salieron los curiosos 
niños. 



128 

— Por dentro es igual al Nacional de México, 
dijo Luis; pero este me parece una miniatura. f 

— ¿Y cuánto costaría la construcción de este tea- 
tro, papá? preguntó Carlos, ♦ 

— Heoido decir que mas de ciento cincuenta 
mil pesos, contestó D. Juan; pero creo que hay exa- 
jeracion en la cantidad. • , 

Después de haber vagado toda la tarde pof la' 
ciudad, regresaron á su alojamiento. * 

— Papá, dijo Carlos, ya sé que en Querétaro hay 
un colegio, un hospital y un hospicio. 

— ¿Cuándo vamos á la cañada, papá? preguntó 
Luis. 

— Mañana en la tarde, después que arregle unos 
negocios; en la mañana iremos á ver las magnífi- 
cas fábricas de hilados y tejidos pertenecientes al 
Sr. D. Cayetano Rubio. 

J). Juan pasó escribiendo una parte de la noche. 

Carlos y Luis dormían perfectamente. 

A las seis de la mañana del día siguiente, se di' 
• rijieron á la fábrica de Hércules. El edificio agra- 
dó mucho á Carlos: pero lo que mas le llamó la 
atención fué la grande estatua que adorna el patio 
y que está tallada primorosamente en mármol 
s blanco. 



■ -m'--' ,29 



— ¿Quién os este señor? preguntó Luis. 
— Es Hércules, hijo mió, contestó D. Juan, riendo. 
f" — Pues yo no le conozco, papá. 

— Hércules es uno de los semidioses de la mito- 

• logia de los griegos: otra vez te explicaré mas de- 
^ tenidamente esto y otras muchas cosas. 

^ Los dos niños estaban verdaderamente encanta- 

% dqs. 

i 

5 El poderoso ruido de la corriente que dá impul- 
so á la grande rueda hidráulica; el movimiento de 

* las máquinas, el rumor de los telares, todo los sor- 
prendía agradablemente. 

— ¡Qué grande es este edificio, papá! exclamó 
Carlos. 

— Efectivamente, hij6 mió: ocupa una superficie 
de mas de 100,000 metros cuadrados, y se emplean 
en la fábrica mas de dos mil quinientos operarios. 

— ¿Y cuántas fábricas de hilados y tejidos exis- 
ten en Querétaro? 

— Además de esta y la de la Purísima, pertene- 
ciente también al Sr. Rubio, hay otra en la ha- 
cienda del Batan. 

— Vamonos, papá, dijo Luis, abrazándose de las 

rodillas de su padre. 

9 



130 

— Estás muy ansioso y muy inquieto, le dijo D.f J 
Juan, bondadosamente. ¿■. ^ 

— Quiero ir á la cañada, exclamó el niño. 
— En este momento no es posible, iremos en la '^ 
tarde. 
— Está bien, papá. ' ^ f 

— Don Juan se despidió del administrador de la : 
fábrica y los tres viajeros regresaron á Quero taro. ^ 
— Papá, preguntó Carlos, ¿cuál es la industria de , i 
los habitantes de Querétaro? -4 

— La mas importante es la agricultura; en el Es- 
tado eifisten haciendas magníficas que dan á sus 
propietarios cuantiosos productos. La industria fa- 
bril se ha desarrollado también considerablemen- 
te. En otro tiempo la industria manufacturera 
tenia un grande impulso, y los artefactos fabrica- 
dos en Querétaro se vendían con mucho aprecio en 
toda la República. 

— El almuerzo está servido, dijo un criado. 

Inmediatamente nuestros viaj eros pasaron al co- 
medor. 

Carlos y Luis hicieron grandes elogios de la 
comida. 

Después del almuerzo, Don Juan salió á arreglar 
algunos negocios mercantiles. 



t 131 

^ A las cuatro de la tarde se dirigieron todos á la 
Cañada. 

p El paseo de la Cañada, situado á dos leguas al 
Este de la ciudad, es indudablemente uno de los 
sitios mas hermosos y mas pintorescos que existen 
en el Estado. Es un valle estrechísimo; rodeado de 

'^montañas elevadas, cubiertas de verdura, y borda- 
do en todas direcciones de huertas y de jardines. 

•Allí se agrupa el blanco caserío entre bosques de 
frondosos fresnos y de altísimos aguacates, que 
entrelazando sus ramas, forman un magnífico dosel, 
al través del cual no pueden penetrar los rayos del 
sol. 

El agua del canal que dá movimiento á las fá- 
bricas, derrama la fecundidad y la frescura; y por 
todas partes se ven frutos, f estones'de flores, y pá- 
jaros que cantan en las enramadas. 

Carlos y Luis no sabian cómo manifestar su ale- 
gría. 

• Don Juan les contemplaba sonriendo. 

— ¡Qué contento estoy! exclamaba Luis, saltando 
con ese gozo purísimo de la infancia. 

— Qué lástima que mamá y Adelina no puedan 
admirar este paisaje, decia Carlos. 



132 

— Mucho me va gustando Querétaro, dijo el pe^ 
queñuelo. 

— Bien se te conoce, dijo Don Juan; seguro es 
toy que no te has de olvidar en muchos años d 
paseo de ía Cañada. 

— Y mañana ¿á dónde varaos, papá? * 

— Creo que no te disgustará admirar otra vei 
el acueducto. 

— Sí, sí, dijo tüárlos; y espero que me harás 
explicaciones para enriquecer mis apuntos. 

— Con mucho gusto, hijo mió. 

— ¿Qud, ya nos vamos? preguntó Luis, viendo 
que Don Juan se dirigia al carruaje. 

■ — Sí; ya es bastante tarde, y en los alrededores 
de Qnerótaro hay siempre mucha inseguridad. 

Al dia siguiente, á las ocho de la mañana, se di- 
rigieron á ver el acueducto. ' 

El acueducto de Querétaro, es uno de los mas 
bellos monumentos que existen en la República. 

Carlos le contemplaba con verdadera admira 
cion. 

— ¡Qué arcos tan grandes! exclamó Luis. 

— Cada uno de ellos tiene treinta y cuatro va 
ras contestó D. Juaij. 



133 
^ — ¡Qué pilares tan macizos! dijo Carlos, aproxi- 
•^mandóse. 

Los cimientos tienen veinticuatro varas en cua- 
dro y catorce de profundidad. 
Carlos escribió en su álbum. 

^ — ¿Y cuántos pilares serán, papá? preguntó Luis. 
— Setenta y dos, la distancia que media de uno 
I' á otro es de diez y ocho varas. 

— ¿Y de dónde viene el agua? 
JP • — De un punto que dista de la ciudad dos leguas- 
ai construir esta magnífica arquería, hubo necesi- 
dad de cortar parte de algunos cerros y de hacer 
otras obras de grande magnitud. Ved hacia la iz- 
quierda: parece que suben y descienden los arcos 
por la montaña, siguiendo las sinuosidades del ca- 
mino; rozan las rocas, desaparecen á trechos y 
vuelven á aparecer, arroj ándose al fin al valle, atre- 
vidos y magestuosos, centinelas eternos de la ciu- 
dad. Este espléndido monumento, testigo mudo de 
los acontecimientos de dos siglos, ha sido herido 
por los cascos do las granadas y ha visto hundirse 
á su planta la gloria y la grandeza de un imperio. ¡ 

— ¿En qué año fué construido, papá? •. 

— El 15 de Enero de 1726 se colocó solemne- j 



134 I 

mente la primera piedra, y la obra quedó termina- i. 
da el 27 de Octubre de 1738. . .^ 

El costo total ascendió á ciento veinticinco mñ % 
pesos. Los queretanos deben esta importantísima ¡ 
mejora al celo y á la riqueza del Sr. Don Juan de 
Urrutia y Arana, marqués del Águila. - ^ 

— Me gusta mas el acueducto que la cañada, di- j» 
jo Carlos. - • ^ 

— Pues á mí no; replicó su hermano. % 

— I Qué entiendes tú de esto! 

— Vamos niños, juicio; dijo D. Juan compren- 
diendo que la discucion comenzaba á acalorarse. ' 

Hubo un momento de silencio. 

Don Juan se dirigió al carruaje. 

Los niños le siguieron. 

Media hora después estaban en la alameda. 

— Hé aquí, dijo Don Juan, un paseo hermosísi- 
mo, entristecido por la soledad y por el desaseo; 
I aquí la naturaleza está luchando constantemente 

i contra el abandono de los hombres. 

I — En la glorieta central está la estatua de Hi- 

dalíio, exclamó Carlos. 

— No es la de Hidalgo, hijo mió, es la del mar- 
l qués del Águila. 

— ¡Qué fea! dijo Luis. 



135 

,. — Ciertamente no es una obra maestra de escul- 
' tttra, contestó Don Juan. 

— Vamonos, papá; yo quiero ver el cerro de las 
Campanas. 

— Nada tiene de particular; pero, ya que deseas 
ir, te daré gusto. 

•El cerro de las Campanas es una colina árida 
f y de poca elevación, que se ha hecho memorable 
por haberse levantado en ella el cadalso del archi- 
duque de Austria, Femando Maximiliano. 
* ' — Ahí están las tres cruces, exclamó Luis. 

— En ese sitio, en la cumbre de la colina, dijo 
Don Juan, fueron fusilados el desgraciado prínci- 
pe, y los generales imperialistas Miramon y Me- 
jía, el 19 de Julio de 1867. 

Carlos escribió. 

Después de un momento de muda contempla- 
ción, los tres viajeros volvieron al hotel. 

En la tarde Don Juan fué á arreglar un nesro- 
ció y los dos niños permanecieron en su aloja- 
miento, esperándole. 

Carlos leia un libro de viajes; Luis cantaba ale- 
gremente. 

Habían pasado algunas horas. 

Los últimos rayos del crepúsculo penetraban 



13C .,^ 

al través de los vidrios del balcón, y se reflejaban '•, 
de una manera vaga y fantástica en las blancas 
paredes del aposento. *" 

Carlos cerró su libro. 

Luis salió al corredor. 

— Ven acá, Luis, exclamó Carlos; mira que pa- 
pá nos dijo que le aguardáramrs aquí, acuérdate 
del hijo de María. 

Luis habia bajado jo, las escaleras, corriendo, y 
no pudo oir la voz de su hermano. 
Carlos salió á buscarle. 

Al llegar á la puerta del hotel los dos niños 
lanzaron un grito de alesfría. 

Mamá, mamá, exclamaron á la vez y corrieron 
á abrazar á su excelente madre que entraba, acom- 
pañada de Don Juan y seguida de Adelina. 

Doña Luisa, pálida y conmovida, los extrechó 
contra su corazón y los besó apasionadamente. 

Adelina se aproximó cariñosa al hermoso gru- 
po y abrazó también á sus hermanos. 

Durante un largo rato no se escucharon mas 
que frases afectuosas y dulces reconvenciones. 

Doña Luisa llena de inquietud por no haber re- 
cibido carta alguna de Don Juan, habia tomado la 



' ciiligenciá y en dos días, había llegado á Queré- 
taro. 

., -^Celebro tu venida, dijo Don Juan, porque los 
negocios me obligan á ir á Guadalajara, y hubie- 
f. ra sentido mucho tener que hacer solo un viaje de 
, rSucho tiempo. 

— Que viva mi papá! exclamó Luis, dando sal- 
tos de alegría. 
. . — ¿Y cuándo nos vamos? preguntó Carlos. 

— Mañana, al amanecer, saldremos todos para 
Celaya; contestó Don Juan. 

En ese momento Ueo-aron al cuarto donde esta- 
ban alojados. 

Carlos, empujó la puerta y lanzó un grito. El 
cuarto presentaba un cuadro verdaderamente de- 
solador: el suelo estaba sembrado de papeles y de 
otros objetos; la cerradura del cofre estaba rota; 
el neceser, el vestido de viaje, la ropa de los via- 
jeros y el dinero, hablan desaparecido. 

Por la imprudencia de estos niños nos han ro- 
bado, dijo Don Juan. 

— Se llevaron mis dulces, exclamaba Luis llo- 
rando inconsolable. 
— He aquí el fruto de la desobediencia, dijo Don 



138 

Juan severamente; yo te recomendé que me cspc- - 
rases aquí y no dejaras salir á tu hermano. ♦ sj 

— Luis tuvo la culpa, decia Carlos. 

— ¿Quién dejó la puerta abierta? preguntó L»is. 

— ^Si tú no hubieras salido 

— Basta, niños, dijo Doña Luisa; este aconteci- 
miento hará que seáis prudentes y cuidadosos en 
lo sucesivo y que nunca desobedezcáis á vuestros \ 
padres. 

— Lo que yo mas siento es mi álbum, exclamó 
Carlos; en él habia escrito mis apuntes y mis im- 
presiones de viaje. 

— iQué lástima! dijo Don Juan, sonriendo; es cier- 
tamente una pérdida inmensa que nunca deplora- 
rán suficientemente las generaciones venideras. 

— No te burles de mí, papá. 

— Vamos á cenar para recojernos porque tene- 
mos que levantarnos al amanecer, dijo Don Juan. 

— Una hora después, todos dormían profunda- 
mente. 



4 



CAPITULO yii. 



Precauciones.— Alarma.— El Estado de Guanajuato. — 
Apaseo.— El puente de la Ljy a.— Celaya.— El templo del 
Carmen y el de San Francisco.— Tres Guerras.— En- 
cuentro inexperado. 



Antes de amanecer, nuestros viajeros se pusie- 
ron en camino. 

Al atravesar las angostas calles de Querétaro, 
solo el ruido del carruaje interrumpía el silencio 
(|uc en todas partes reinaba. 

De trecho en trecho se veia la expirante luz de 
algún farol, derramando inciertos y vacilantes ful- 
gores, • 

Los serenos dormían tranquilamente. 

En menos de un cuarto de hora el carruaje lle- 
gó á la garita. 



140 I 

ÍEn el campo se extendía una niebla blanquísi- '^ 
ma, que daba á todos los objetos una forma vaga ¿| 
y fantástica. 

— Nos vienen siguiendo, papá, exclamó Garios, ,^ 
de repente, asomando la cabeza por la portezuela. 

Doña Luisa lanzó un grito; Adelina temblaba á 
pesar suyo, y Luis se refugió asustado entre los 
brazos de su padre. 

Don Juan tomó su rifle y lo preparó. 

— ¿Cuántos son? preguntó Doña Luisa. 

— ¿Qué se ofrece, señor? pregunto un gincte, 
acercándose al carruaje. 

— Nada, hombre, nada. 

— ¿Qué sucede? pregunto Doña Luisa. 

— Son los criades que armé en Querétaro para 
que nos acompañaran, dijo Dl)n Juan. 

— Buen susto me has dado; exclamó Doña Lui- 
sa, dirigiéndose á Carlos, en tono de reconvención. 

— Mamá, yo creia que eran ladrones 

— El camino, no está muy seguro, dijo Don Juan, 
y por eso tomé algunas precauciones. El Estado 
de Querétaro, ha adquirido una triste celebridad. 

Después de este incidente, todos guardaron si- 
lencio. 

Trascurrió media hora, y los primeros rayos de 



141 

la mañana comenzaron á iluminar los bordes del 
horizonte. 

— Mira, papá, ¡qud bonito! exclamó Luis, lleno 
de . alegría, señalando algunos ligeros celajes que 
flotaban en el Oriente, teñidos de oro y de púrpura. 

Ya va á salir el sol, dijo Adelina. 

El cielo, hacia la parte oriental, resplandeció en 
ese momento con un vivísimo fulgor color de fuego. 

Un instante después, la luz del astro rey se re- 
flejó en los cristales del carruaje. 

Doña Luisa, conmovida, recitó una oración. 

— ¿Qué punto es este, papá? preguntó Carlos 

— La Estancia de las Vacas, 

— Ahí están, exclamó Carlos. 

— Efectivamente, dijo Don Juan; tras de aque- 
lla cerca veo cuatro hombres sospechosos. 

Los criados se acercaron. 

Don Juan tomó su rifle y bajó. 

Carlos le siguió animosamente. 

— Niño, ven á acá, gritaba Doña Luisa, llena de 
angustia. 

Nuestro pequeño viajero, enardecido al aspecto 
del peligro, habia tomado una de las pistolas de 
Don Juan, y sin oir las súplicas de Doñq, Luisa, 
avanzaba resuelto hacia el enemigo. 



^, isi 



142 

Uno de los malhechores, dejó en ese instante la | 
emboscada y se adelantó. 

Doña Luisa, impulsada por el amor maternal ^'-^ 
corrió hacia su hijo. f 

Carlos apuntó al bandido, cerró los ojos y dis- 
paró. \ 

Doña Luisa en ese instante, alcanzó á Carlos y 
le cubrió con su propio cuerpo. ' 

Los ladrónos huyeron precipitadamente, inter- 
nándose en un bosquecillo de nopales. 

— Ya se fueron, exclamó Luis, ya se fueron. 

Don Juan, Doña Luisa y Carlos volvieron á su- 
bir al carruaje y continuaron su camino. 

Durante dos horas, todos hablaron de la aven- 
tura de los ladrones. 

Doña Luisa reconvenía á Carlos amargamente, 
y Don Juan sonreía. 

— ¿Qué punto es aquel, papá? preguntó Adelina, 
señalando un pueblecillo que se descubría á lo le- 
jos. 

— Es Apaseo, contestó D. Juan. Afortunada- 
mente estamos ya en el territorio del Estado de 
Guanajuato; aquí se disfruta un apacible bienes- 
tar; aquí todo florece; aquí se respira el ambiento 
de la seguridad y de la paz. 



143 

Guanajuato, es uno de los Estados mas ricos y 
mas importantes de la República, dijo Carlos, tan- 
to por su población, como por la importancia ^e su 
industria minera, y por su agricultura. Su si- 
tuación geográfica y topográfica, la suavidad de 
su clima dulce y benigno, y sus numerosos ele- 
,mentos de prosperidad y de grandeza, lo han ele- 
vado ya á una altura verdaderamente envidiable. 
En la agitación de las funestas discordias que des- 
graciadamente lian conmovido á nuestro país, él 
ha sabido conservar la paz; cuando todo decae él 
progresa; es un náufrago venturoso, salvado del 
furor de nuestras tormentas políticas. Guanajua- 
to está situado entre los 20° y 21" 41' latitud sep- 
tentrional y entre 0° 37' y 3' de longitud Oeste 
del meridiano de México. 

— Muy sospechoso es tu entusiamo en favor de 
Guanajuato, dijo D. Juan, 

— Todo esto me lo ha enseñado un amigo mió, 
hijo adoptivo del Estado, que me ha ofrecido es- 
cribir la relación de mis viajes. 

— ¿Y cuáles son los Estados que están cerca de 
Guanajuato, papá? preguntó Luis. 

— Al Norte está San Luis Potosí, al Este Quc- 
rétaro, al Sur Michoacan y al Oriente Jalisco. 



14i 

— La extensión de su territorio es de 1G42 le- . 
guas cuadradas ó sea 28,827 kilómetros, dijo Car- ^^ 
los. 'i 

— Mucho cariño has tomado á este Estado, ex- 
clamó Doña Luisa. 

— Su historia es muy gloriosa, su porvenir mag- 
nífico, dijo el niño. Según un sabio escritor, cer- 
ca de las tres cuartas partes del dinero que circu- \ 
la en el mundo, ha salido de las minas de Guana- 
juato. 

— Parece que aquí naciste, dijo Adelina. 

— A mucha honra lo tendría, contestó Carlos. 
Vas á ver qué país tan rico, qué territorio tan fér- 
til, qué paisajes tan pintorescos, qué ciudades tan 
hermosas, qué habitantes tan sencillos, tan since- 
ros y tan hospitalarios. 

— Tiene mucha razón, dijo Don Juan: todos los 
viajeros elogian á Guanajuato. 

Dos cadenas de montañas no interrumpidas, ma- 
gestuosas é imponentes, recorren el territorio de 
S. E. á N. 0.^ una de ellas es la Sierra gorda, la 
otra la Sierra de Guanajuato. Hacia el Sur se 
elevan varias cordilleras, bordadas de magníficos 
bosques, entre los cuales lleva su corriente el £a- 
luoso rio de Lerma. Entre las montañas se extien- 



145 
den dilatadas y florecientes praderas, campos cul- 
tivados y huertas hermosísimas. 

. Las llanuras mas notables, son las que vamos 
i^ronto á admirar y que se conocen con el nombre 
de "el Bajío." 

— ¿Y cuáles son las montañas mas elevadas, 
'papá? preguntó Luis. 

-*-La de los Llañitos, situada á tres leguas al 
Norte de la capital y cuya altura absoluta sobre 
el nivel del mar es de 2,815 metros; la del Gigan- 
te al N. O. de Guanajuato, y cuya elevación es de 
2,346 metros; la del Cubilete, formada de basal- 
to y que se encuentra al O. de la capital, á las 
inmediaciones de la ciudad de Silao; la de los Cal- 
zones, de pórfido en su mayor parte y situada al 
N. del Estado; la del Fraile cerca de San Felipe; 
la de San Judas en la municipalidad de San Mi- 
guel de Allende; la de Culiacan cerca de Salva- 
tierra; la de la Batea, inmediata al Valle de San- 
tiago, y la del Agustino, á corta distancia de Ta- 
rimoro. 

— ¿Y hay muchos bosques, papá? pregutó Ade- 
lina. 

— No escasean, hija mia; los principales son los 

10 



146 

de la sierra, al N. E. y el bosque de mezquites de 
Marañon, situado en el centro del Estado. 

— ¿Y en qué punto se encuentran las llanuras 
mas extensas? 

— En el centro del territorio, prolongándose ha- 
cia el O. 

— ¿Y cuáles son los valles mas notables, papá? 

— ¡Vaya, que la niña pregunta mas que el C9 
tecismo! dijo Don Juan, sonriendo. 

— ¿Te has enfadado por eso? 

— No por cierto, y voy á satisfacer tu curiosi- 
dad. Entre los valles mas notables, debemos men- 
cionar el de Santiago, el de San Felipe, el de 
León y el de Celaya, que muy pronto vamos á ver. 

— ¿Y hay muchos ríos, papá? 

— No hija mia, los principales son: el de Ler- 
ma, que naciendo en el Estado de México, atra- 
viesa la parte meridional del de Guanajuato, en- 
trando por el S. E. y recorriendo una extensión 
de treinta y cinco leguas en el Estado; el de la 
Laja que tiene su origen en la parte E. de la 
sierra y va á desembocar en el rio de Lerma, cer- 
ca de Salamanca, después de haber recorrido una 
extensión de treinta leguas, y el Turbio, que na- 
ciendo en la hacienda de los Altos de Ibarra, al 






' N, O. del Estado, recorre veintisiete leguas hasta 
- desembocar on el rio de Lerma. Las corrientes 
gtnencionadas son navegables por canoas, sobre to- 
^o en la estación de las lluvias; con el auxilio del 
¿rte podrían mejorar mucho sus condiciones y ser 
útilísimas para el tráfico del Estado. 
i — ¿Es decir que no hay mas que tres rios? pre- 
guntó Luis. 

^— Los demás son riachuelos de mayor ó menor 
importancia, contestó Don Juan. 

— Tampoco hay lagunas, exclamó Carlos. 
— Cuidado con la memoria, niño. 

>. — ¿Pues cuáles son las lagunas, papá? 

— La principal es la de Yuririapúndaro, situa- 
da al Sur del Estado y que tiene cuatro leguas 
de largo y una y media de ancho. 

— Qué buen pescado se ha de comer allí, dijo 
Luis. 
.. — Tú no piensas mas que en lo positivo. 

— Yo quiero ver todo el Estado de Guanajua- 
to, exclamó Carlos: su capital, sus ciudades flo- 
recientes, sus montañas, sus rios, sus llanuras, sus 
paisajes pintorescos, todo, hasta la laguna de Yu- 
riria. . 

— No es difícil que veas realizado tu deseo. 



11 

148 ^ 

— Bien, muy bien; que viva mi papá! exclam<j 
Luis. '^ 

— En este Estado hay diversas fuentes termal i 
les, dijo Doña Luisa, y me han asegurado qut^l 
esas aguas tienen maravillosas propiedades medlS 
cinales. Ojalá que me fuera posible ir á tomar 
unos baños. 

V 

— Pues si quieres, iremos, dijo Don Juan, S' 

— ¿Y cuáles son csoa manantiales, papá? pregun-. 
tó Carlos. , 

El de Comanjilla, en la jurisdicción de León; 
el de Aguas Buenas, cerca de Silao, y el que se 
conoce con el nonbre de Lodos de Munguia. El 
mas notable de todos es el de Comanjilla, que 
brota de una roca basáltica y tiene una tempera- 
tura de 96" del termómetro centígrado. 

— ¿Y es muy bueno el clima de Guanajuato, 
papá? ' 

— En lo general es dulce y benigno y en extre- 
mo agradable. En la mayor parte del Estado la 
temperatura es templada, siendo algo ardiente en 
el departamento de León, y fria en el distrito dé 
la Luz y en algunos puntos elevados de la Sierria 
Madre y de la de Guanajuato. 

— ¿Y ciiál es la población del Estado? 



r 

149 

[ , — Se calcula en 874,000 habitantes. 

[■ — ¿Y cuál es la división política de Guanajuato? 
— Está dividido el Estado en cinco departamen- 

HjDs que son: Guanajuato, León, Celaya, Allende 
y Sierra Gorda. Yo h© recorrido varias veces el 
Estado y tengo en mi cartera los nombres de los 
diferentes puntos por donde pasa la línea que lo 
fdvide de los demás Estados: Comenzando en la 
hacienda de Lagunillas, en el departamento de 
León, se dirije esta línea hacia el Norte y toca 
algunos puntos de la municipalidad de San Feli- 
pe; de allí cambia al Oriente y entra á la Sierra 
Gorda por la municipalidad de Xichú; luego sigue 
la dirección del Sur, pasa por el municipio de San 
José de Iturbide, toca el de Chamacuero y entra 
al departamento de Celaya: en seguida se dirije á 
la municipalidad de Acámbaro, pasa por la de Sal- 
vatierra, luego toca el Rio grande, en el piuito lla- 
mado Conguripo, sigue la corriente del rio en el 
espacio de algunas leguas y vuelve al departamen- 
to de León, entrando por la municipalidad de Pie- 
dra Gorda. 

. — ¿Qué figura tiene el teritorio del Estado, papá? 
— Una figura completamente irregular, como 
puedes observarlo en* el mapa. 



ISO 

— ¿Habia aquí muchos indios antes do la con- 
quista? preguntó Adelina. 

— Muy escasas son, hija mia, las noticias que 
se tienen sobre los primeros pobladores de esta 
comarca tan rica é importante: su historia por des- 
gracia es absolutamente desconocida. Algunos es- 
critores creen que diversas tribus bárbaras y er- 
rantes de las que emigraron del Norte, compuestas j 
de indios Pames, Otomites y Guachichiles, que -^ 
los historiadores designan con el nombre de Chi- 
chimecas, se extendieron en las márgenes del rio , 
de Lerma y allí levantaron algunas chozas mise- i 
rabies. 

Pocos años después de la llegada de Cortés á 
México, existia en Yuririapúndaro una población ' 
de cerca de seis mil indios, gobernados por un ca- 
cique, el cual después de su conversión al cristia- 
nismo, se llamó Don Alfonso de Sosa, general de 
los chichimecas. En Acámbaro, Apaseo y Pénja- 
mo, habia también algunas chozas de indios Ta- 
rascos y Guachichiles. 

En el año de 1526 penetraron en el territorio 
de Guanajuato, los conquistadores de Acámbaro, 
al mando del cacique de Jilotepec Don Nicolás 
Montañez de San Luis.' En Í531, el celebre Ñuño 



151 
de Guzman, agregó á sus conquistas estas fértiles 
comarcas. Desde el año de 1599 hasta el de 1603 
so formaron los principales pueblos del Bajío. 
'^,, — ^Aqui está Apaseo, exclamó Luis, saltando de 
alegría. 

— Me parece muy fértil y muy bonito, dijo Car- 
los: mira, papá, las huertas, 

— Apaseo es uno de los pueblos mas antiguos 
del Estado, dijo Don Juan: fué conquistado el año 
de 1526 por los capitanes Montañez y Femando 
de Tapia. 

— Ya tengo hambre, papá. 

— Pues aquí almorzaremos, dijo Don Juan. 

El carruaje se detuvo frente á la fonda de un 
mesón. 

— Mientras preparan el almu^zo vamos á re- 
correr el pueblo, dijo Doña Luisa. 

— El susto de esta mañana me ha aumentado 
el apetito, exclamó Luis, corriendo, haciendo ca- 
briolas y aplaudiendo ruidosamente. 

— i Juicio, niño! que estás llaníando la atención 
de los habitantes de Apaseo. 

— ¡Qué callecitas tan angostas! dijo Carlos. 

— Allí está la plaza, mamá, se atrevió á decir 
Adelina tímidamente. 



J52 » 

— iQaé fea es! exclamó Luis. 

— ¿Cómo se llama esc templo grande? papá. 

— Es la parroquia, hijo mió. 

— ¿Y cuántos templos hay? preguntó Carlos. ''^ 

— Ademas de la parroquia, existen otros tres 
que son: El Hospital, la Divina Pastora y San i 
Antonio. 

— Apaseo es un pueblo pequeño, pero tiene un ' 
agradable aspecto y patrece que progresa, dijo Do-« 
ña Luisa. 

— Mira, mamá, aquellas dos casas no son tan 
feas, exclamó Luis. 

Carlos sacó un pequeño libro y comenzó á es- 
cribir. 

Nuestro incansable viajero, continua escribien- 
do la maravillosiltTelacion de sus excurciones; lás- 
tima que haya perdido la primera parte de sus 
apuntes. 

Carlos guardó silencio. 

— Yo te ayudaré, continuó Don Juan. Apaseo, 
cabecera de la municipalidad de su nombre, en el 
Departamento de Celaya, está situado á los 20** 
24' de latitud N. y 20° 1' longitud O. del meridiano 
de México, á ocho leguas de la ciudad de Queré- 
taro y á tres de la de Celaya. 



? 153 

— Al pasar he visto la administración de cor- 
reos y la de rentas y dos escuelas, dijo Carlos. 

— Hay aquí también algunas tiendas y tres 
V- mesones. 

— Vamos á almozar, dijo Don Juan, porque ya 
es tarde. 

Media hora después, el carruaje atravesaba rá- 
pidamente el pintoresco pueblecillo y se dirigía á 
• Celaya. 

A las doce, Luis asomó la cabeza por la porte- 
zuela. 

— Allí está Celaya, papá, exclamó alborozado. 

— Dentro de un momento, verás el magnífico 
puente de la Laja, construido por el célebre ar- 
quitecto D. Francisco Eduardo Tresguérras. 

— ¿Y de dónde viene ese rio? preguntó Carlos. 

— Tiene su origen en un punto próximo á la 
villa de San Felipe, y pasa por San Miguel de 
Allende y el pueblo de Amóles ó Cortázar. 

— El carruaje se detuvo y los viajeros descen- 
dieron á admirar el elegante puente. 

— ¿Qué distancia hay de aquí á Celaya, papá? 

— Cerca de tres cuartos de legua, contestó Don 
Juan. 

La bella é importante ciudad se levanta en la 



15i « 

extensa y fértil llanura, risueña y 'agradable, os- . 
jientando entre el apiñado caserío sus elevadas cú- r' 
pulas y sus esbeltas torres. 

— Vamonos, papá, exclamó Luis, que deseo mu- ■/^' 
cho conocer esta población, 

— Actualmente es la tercera ciudad del Estado 
de Guanajuato, dijo Don Juan. I 

—Complaceremos á este niño, añadió Doña Lui- 
sa, acariciando á Luis y subiendo con él al coche. • 

Media hora después, los viajeros se detuvieron 
frente al hotel de las diligencias. 

De algún tiempo á esta parte, Cclaya so ha 
transformado verdaderamente, embelleciéndose de 
una manera notable." 

Ya no es la ciudad desaseada y triste, la ciu- 
dad huraña, si se nos permite la expresión, que á 
pesar de poseer buenos edificios, causaba una im- 
presión dolorosa y oprimía el corazón con su as- 
pecto melancólico. Hoy la anima y le da nueva 
vida un inusitado movimiento; hoy en ella todo 
respira alegría, prosperidad, progreso. Celaya de- 
be mucho á la benéfica iníluencia de su excelente 
gefe político el Sr. general D. Florencio Soria. (1) . 



(1) El Sr. Soria falleció haco pocos años, sentido general» 
mente. 



155 

— Dime, papá ¿en qué época fué fundada esta 
población? 

— El 12 de Octubre del año de 1570, contestó 
" Don Juan; cuarenta y nueve años después de la 
toma de la ciudad de México por los españoles, y 
diez y seis después de la fundación de la ciudad 
y Real de minas de Santa Fé de Guanajuato, sien- 
do virey, gobernador y capitán general de la Nue- 
va España, D. Martin Enriquez de Almanza. 

— ¿Y por qué le pusieron Celaya? 

— Celaya es una palabra del idioma vascuence 
que quiere decir, llanura, tierra llana: los funda- 
dores de esta población eran hijos de las provin- 
cias vascongadas de España. 

El primer ayuntamiento fué nombrado por el 
virey, antes de que se trazara la planta de la po- 
blación, y aquellos bravos montañeses, orgullosos 
y enérgicos, acostumbrados á tener sus- consejos 
bajo el árbol histórico y sagrado de Güernica, ce- 
lebraron su primer cabildo á la sombra de un mez- 
quite corpulento, que según me han informado, 
existia todavía hace pocos años. La naciente villa 
progresó con rapidez y el año de 1655, el rey Fe- 
lipe IV le dio el título dje ciudad, concediéndole 
todos los privilegios, fueros y preeminencias de 



• 156 ' 

que gozaba la ciudad de Puebla. El escudo de ar- 
mas de Celaya consistía en una imagen de la Víi*- ' 
gen María, en campo azul, la cifra del rey al pié, 
y en el fondo dos manos llenas de flechas, á la -^ 
sombra del árbol histórico de que acabo de hablar. 

— Vamos á dar una vuelta, papá, dijo Luís. 

— Tú eres incansable, hijo mío. ' 

— Usted está contando cosas que yo no puedo 
comprender; Carlos escribe y yo me fastidio, di- * 
jo el niño haciendo una mueca. 

Don Juan se sonrió, acariciando á Luis, cariño- 
samente. 

— Id pues, dijo Doña Luisa; aquí os espero. 

Don Juan y los niños salieron. 

— A mí me gusta mas Celaya que Querétaro, 
dijo Adelina. 

— A mí, no; exclamó Luis. 

— Niños, ya estáis dando vuestra opinión y to- 
davía no conocéis la ciudad. 

— Lae calles de Celaya son mas anchas que las 
de Querétaro. 

— Sí; pero Querétaro es mas bonito. 

— Eso no. 

La disputa hubiera sido interminable, si Carlos 
no la hubiera cortado á tiempo, diciendo de repente: 



157 

— Ayúdame á formar mis apuntes, papá. 

— Escribe, pues. 

Celáya, ciudad, cabecera del Departamento y de 
la municipalidad de su nombre, en el Estado de 
Guanajuato, está situada á los 20° 32' 31" de la- 
titud N. y 1° 28' de longitud O. del meridiano de 
México, á la altura de 2,095 varas sobre el nivel 
del mar. El clima es muy saludable y la tempera- 
tura templada y agradable. En las inmediaciones 
hay hermosos y frondosos bosques de sabinos, fres- 
nos y sauces del Perú. En todas direcciones se 
descubren sembrados de trigo, de cebada y de maíz, 
regados por las aguas del rio. 

— Ahí está la plaza, exclamó Luis. 

— ¡Qué bonito jardin! dijo Adelina; se conoce 
que está cuidado con mucho esmero. 

— ¡Qué hennosas son las llores! papá. 

— ¿Vivirías aquí muy contenta? preguntó Don 
Juan. 

— Sí, me gusta mucho la población. 

— Seguiremos nuestro paseo. 

— ¿Qné edificio es este? preguntó Carlos. 

— La casa del Ayuntamiento; aquí está la ge- 
fatura política y las demás oficinas públicas. 

— En el centro del patio hay un monumento. 



158 

— És el pozo artesiano, dijo Don Juan, riendo. 
— ¿Qué es eso, papá? preguntó Luis. 

— Voy á esplicarte, lo mejor que me sea posi- 
ble, lo que es un pozo artesiano. Debajo de la su- 
perficie de la tierra existen diversas corrientes de 
agua, que forman una red en todas direcciones y 
á distintas profundidades. 

— Es decir que hay arroyos y rios interiores, 
dijo Carlos. 

— Exactamente. 

— lY de dónde vienen esas corrientes? 

— La mayor parte de ellas se forman por las 
filtraciones del agua de las lluvias en las monta- 
ñas. 

— ¿Y cómo se hacen los pozos artesianos? 

— Existen unos grandes aparatos que sirven 
para taladrar la tierra; se practica una abertura 
perpendicular y profunda, hasta encontrar una 
corriente subterránea, cuyo manantial esté situa- 
do en alguna elevación, y el agua en virtud de 
las leyes físicas, á que obedece, tendiendo á bus- 
car su nivel constantemente, se lanza por el ca. 
mino nuevamente abierto, derramando en la su- 
perficie de la tierra la frescura y la fecundidad. 



159 

-^Qué bonito ha de ser ver brotar el agua por 
la primera vez, dijo Adelina. 

— El genio del hombre todo lo intenta y todo 
la alcanza, hija mia; para ese mago maravilloso 
que se llama el trabajo, no hay barreras, ni obstá- 
culos, ni imposibles. 

— ¿Y qué profundidad tiene este pozo? pregun- 
tó Carlos. 

— No lo sé á punto fijo, pero me parece haber 
oido decir que no pasa mucho de cien metros. 

— ¿Y produce mucha agua? 

— La suficiente para las , necesidades de la po- 
blación. Desde que se abrió este pozo se estable- 
cieron unos magníficos baños, frente al hotel de 
las diligencias. 

— ¿Y antiguamente de dónde se tomaba el agua? 

— Del rio de la Laja, y de unos manantiales 
que existen en los puntos llamados Juan Martin 
y el Algodonal, 

El agua del pozo artesiano es clara, trasparen- 
te y de muy buen sabor, escribió Carlos, 

— Vamos á ver el templo del Carmen papá, di- 
jo Adelina, he oido hablar mucho de él y tengo 
deseos de conocerlo. 



leo 

— Tendré mucho gusto en complacerte, contes- 
tó Don Juan. 

El templo del Carmen es uno de los mas bellos 
monumentos elevados por la piedad cristiana en 
nuestro país. No hay un solo viajero que al pasar 
por esta población no admire el magnífico edifi- 
cio, que inmortalizó el genio de Tresguerras. Au- 
dacia en el pensamiento, maestría en la ejecución, 
armonía en las proporciones, originalidad en el 
conjunto, todo se encuentra reunido en este sober- 
bio templo. 

— Vamos á verlo, papá, exclamó Carlos. 

— Ahí lo tienes, dijo D. Juan, en el momento en 
que daban vuelta á la calle. 

— ¿De qué orden son esas ocho columnas eleva- 
das y airosas que forman el pórtico? 

— Pertenecen al orden corintio; sobre ellas está 
construida la bóveda en que se apoya la torre. 

— ¡Qué bonita! parece que está en el viento, ex- 
clamó Adelina. 

— Ya veréis la cúpula, hijos mios; es tan artísti- 
ca como atrevida. 

— ^Tiene al frente tres puertas, dijo Carlos, to- 
mando sus apuntes. 

— ¿La cúpula? preguntó D. Juan, sonriendo. 



í 

^ — No te burles de mí, papá; yo hablaba del tem- 
ji^plo. 

— Vamos á ver el interior. 
t^ — Es como todos los templos que yo conozccA, 

dijo Luis, desdeñosamente. 
L — Muy delicado es tu gusto, y muy desconten- 
I tadizo te muestras. 

— Un cañón con dos cruceros; no le hallo nada 
de particular. 

— ¿Qué dimensiones tendrá, papá? preguntó 
Carlos. 

— Ochenta varas de largo, veinte de ancho y 
veinticinco de elevación. 

. — A la derecha, en el crucero, veo una capillita. 
, — Allí está la celebrada pintura "El Juicio Fi- 
^ naljM obra también de Tresguerras, que aunque 
ha sido muy elogiada, no creo que vale gran cosa. 
— ¿En qaé época fué construido este templo? 
— En los últimos años del siglo pasado se comen- 
zó, bajo la dirección del arquitecto Tresguerras, 
que gozaba ya de gran fama. El padre San Cirilo, 
á cuyos esfuerzos se debe este magnífico edificio, 
dio al ilustre hijo de Celaya la preferencia, des- 
deñando las recomendaciones que se le habían he- 
cho de Ortiz, Zapari y otros varios artistas mexi- 



162 

canos y extranjeros, que residían entonces en la ca- 
pital de México. "Tresguerras siguió en esta obra,it^ 
dice un biógrafo, las inspiraciones de su genio, y^ 
contra el torrente de la opinión y de la envidia, r 
escogió lo más hermoso, lo más original, lo más,, 
sencillo y lo más sólido de la arquitectura, elevan- 
do un monumento que hará eternos su nombre y^ ] 
su memoria. Este suntuoso templo se cansagró so- 
lemnemente el año de 1798. . , j 

— Vamos á la sacristía, papá. 

— Poco hay que ver en ella: dos' ó tres cuadro^ 
de pintores mexicanos antiguos, y alguno de la es- 
cuela moderna. / 

— Al entrar vi una Santa Teresa que me llamó 
la atención. 

— Yo vi unas andas de madera, preciosas, aña-f 
dio Adelina, me parecieron primorosamente talla-* 
das 

— ¿Qué tienen que ver las andas con las pintu- 
ras? exclamó Carlos interrumpiéndola. 

— Subiremos á la torre, dijo Don Juan, para 
que os gocéis admirando el bellísimo paisaje que 
desde allí se descubre. 

El templo del Carmen se eleva magestuoso, do- 
minando completamente la ciudad y la Uanuraa 



163 

Por todas partes se ven campos cultivados, huer- 
os y jardines: hacia el camino de México, el rio 
|de la Laja deslizándose entre los árboles rumoro* 
^^so, y á lo lejos grupos de montañas azuladas. 

Después de haber visto la ciudad, á ojo de pája- 
ro, nuestros viajeros se dirijieron al templo de San 
> Francisco. • '; : 

, ;". Este edificio es también un monumento: es mér, 
nos artístico, menos elegante que el del Carmen, 
pero no menos digno de admiración ni menos gran- 
dioso. Fué construido en 1751. Adherido al tem- 
plo está el antiguo colegio, famoso en un tiempo, 
en que en virtud de una cédula real, estuvo agre- 
gado á la pontificia Universidad de México. (1) 
Jjos altares de la Iglesia de San Francisco fueron 
instruidos por Tresguerras, en los pioneros años 
'de nuestro siglo. 

Don Francisco Eduardo Tresguerras, arquitec- 
to célebre, y uno de los mexicanos más ilustres, 
tanto por su genio como por sus virtudes, nació 
en la ciudad de Celaya el 13 de Mayo de 1765. 
Fué educado con esmero y desde los primeros años 
de su juventud se dedicó con entusiasmo al culti- 

( 1 ). En la actualidad existe en este edificio un notable cole- 
gio, sostenido por los fondos del Estado. 



164 

vo de las nobles artes. La pintura, la arquitectu*'' 
ra, la música y la poesía fueron sus amantes favor 
ritas, y á ellas consagró la mayor parte de su lar* 
ga existencia. Dotado de una alma ardiente y ge- 
nerosa, Tresguerras no podia ser insensible á los 
acontecimientos memorables de su época; desde 
que se inició la idea de la independencia de Méxi-' 
co, se declaró uno de sus más fervientes partida- 
rios. Fué varias veces miembro del Ayimtamiento 
de su ciudad natal, é individuo de la diputación 
provincial de Guanajuato. 

Honrado por sus conciudadanos, como excelente 
patriota, y admirado como gran artista, falleció en 
1833, víctima del cólera morbo. 

Sus obras más notables son: el Templo del Cár<. 
men de Cela^'^a, el Puente de la Laja, el Templ 
del Carmen, en San Luis Potosí y el Teatro da 
aquella ciudad. 

— ¿Cuáles son los otros templos, papá? pregun-^-^ 
tó Carlos? ' 

— La Cruz, el Señor de la Piedad, San Miguel,'- • 
el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe,! 
San Antonio y otros cuyos nombres no recuerdo.' f^ 

— He visto muy buenas tiendas, papá, dijo Ade-" 
lina >ip. 






165 

K\ — Efectivamente, hija mia, el comercio es de 
bastante importancia. 

íi — ¿Y á qué se dedican los habitantes? preguntó 
Carlos. 

'-• — A la agricultura y á la fabricación de tejidos 
de lana y de algodón. 

En las inmediaciones, existe una magnífica fá- 
brica de tejidos é hilados perteneciente á los Sres. 
Valencia y González. Para que termines tus apun- 
tes, te lo diré todp de una vez. 

En Celaya hay un gefe político; Ayuntamiento, 
"dos juzgados de letras; administración de rentas 
y de correos y una oficina telegráfica. Tiene tam- 
bién la ciudad buenos hoteles y mesones, un tea- 
tro provisional y dos imprentas. La instrucción 
pública está bien atendida:- según una Memoria 
del gobierno de Guanajuato, hay más de cuaren-w 
ta escuelas públicas en el Departamento. 

Carlos escribió. 

Existen además varios establecimientos parti- 
culares de instrucción primaria, muy dignos de re- 
comendación. Celaya está llamada á ocupar un 
alto puesto entre las ciudades principales de la 
República. 



¿» 



166 

Cuando Garlos terminó sus anotaciones, nues- 
tros viajeros reorrieron toda la población. s 

Al oscurecer, pasaban por una calle de los su- 
burbios en que está un mesón. '■: 

— Papá, dijo Luis de repente, yo conozco á ese 
señor. 

La persona aludida, que era un hombre de mal 
aspecto, se cubrió el rostro con el embozo del jo- 
rongo y se caló el ancho sombrero de palma. 

— Calla, niño, calla por Dios. 

— Es uno de los ladrones dé esta mañana, ño 
me cabe duda, murmuró Carlos, buscando su pis- 
tola. 

Adelina temblaba. 

Don Juan apresuró e\ paso; los niños apenas 
podian acompañarle. 

El hombre sospechoso los siguió de lejos. 

Al llegar al hotel, Don Juan refirió á Doña Lui- 
sa lo que pasaba. 

La excelente madre se asustó de una manera 
extraordinaria. 

— ¿Qué hacemos? preguntó. 

— Ya lo pensaremos. 

— La sopa está en la mesa, dijo un criado. 

Todos pasaron al comedor. .;: 



-p 



\ . ' 167 

Luis iné el único que hizo los honores; los de- 
mas apenas probaron la comida. 

— Yo me vuelvo á México, dijo Doña Luisa, al 
levantarse de la mesa. 

— Oomo quieras, contestó Don Juan, pero yo 
continúo mi camino porque tengo necesidad de es- 
tar pasado mañana en Guanajuato. 

— Yo no te he de abandonar. 

— Entonces, saldremos dentro de un momento: 
es lo mas seguro. 

A las nueve de la noche el carruaje corria rá- 
pidamente por el camino de Salamanca. 



• 1 



CAPITULO VIII. 



La Crnz de Cnliacan.— Leyenda.— Salamanca.-NLa Peiii« 
teiiciaria.~El Kio Grande.— Irapuato.—Gaaní^juato. 



La noche estaba hermosa y tranquila; la luna 
brillaba en el azul purísimo del cielo con todo su 
esplendor. 

En el fondo del carruaje, el pequeño Luis dor- ^ 
mia profundamente, sonriendo; Doña Luisa y Ade- i 
lina rezaban; Carlos, envuelto en su capa, inclina- < 
ba la cabeza pensativo, y Don Juan, sin poder 
ocultar su inquietud, asomado á la portezuela, ob- 
servaba el camino. 

La extensa llanura de la mesa central, por don- 
de caminaban, solo era interrumpida á veces por 
pequeños montecillos de nopales; á uno y otro la- 
do de la calzada, el agua de las lluvias, estancada 
todavía, reflejaba la luz brillante de las estrellas. 



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La uruz de uijlificsn. 



} 169 

Esta es, dijo Don Juan, la famosa Charca de 
^alamanca; esta larga calzada fué construida en 
^1851, siendo Gobernador del Estado el Sr. Lie. D. 
Octavian© Muñoz Ledo. En la estación de .las 
aguas este camino es verdaderamente penoso; ve- 
ces hay en que la diligencia tarda tres y cuatro 
dias en recorrer el pequeño tramo que separa á 
Celaya de Salamanca. 

^ — iQné nombre tiene aquella alta montaña que 
se descubre á la izquierda? preguntó Carlos. 

— El cerro de Culiacan: en su elevada y riscosa 
cumbre se levanta una gran cruz que es muy ve- 
nerada por los campesinos. En un dia sereno se 
puede descubrir, aun á la simple vista, á pesar de 

^a distancia. 

S 

— ¿Y por qué pusieron allí esa cruz? papá. 

— La piedad cristiana ha colocado siempre en 

todas partes el sagrado signo de la redención. 

— Yo he oido referir una poética leyenda, dijo 
Doña Luisa, á propósito de la Cruz de Culiacan. 

— Cuéntanosla, mamá. 

^ — Poco tiempo después de fundada la ciudad 
de Salvatierra, un indio anciano, acompañado de 
su mujer y de una hija de diez y seis años, llegó 



•70 { 

á la cumbre de la montaña y allí construyó una 
pequeña choza. . y 

La rara y magnífica hermosura de la joven Ma- ^ 
ría .comenzó Á llamar la atención de los habitan- 
tes de la comarca. 

En las inmediaciones de Salvatierra residía un 
español, mozo de arrogante presencia, que se lla- 
maba Pedro Núñez. 

Pedro Núñez vio á María, y se enamoró de ella.^ 

María correspondió tiernamente á aquel amor. 

Pasó algún tiempo. j ' 

Una noche el anciano le dijo á su hija: sé lo 
que pasa, pero te advierto, que antes te veré muer- 
ta que esposa de uno de los asesinos de nuestros 
padres. 

María lloró mucho. ' 

Un día, al fin, fué depositada por su amante en 
la casa del alcalde de Salvatierra. 

Un mes después se verificó el matrimonio, en la 
iglesia parroquial. 

El anciano indio, sombrío y feroz permaneció 
en la choza de la montaña. 

Los nuevos esposos salieron una tarde de la 
ciudad á pasear á la florida margen del rio de 
Lerma. 



i 171 

Al oscurecer un campesino encontró el cadáver 
de María, sobre el musffo de la ribera. 
i., i Nada mas pudo saberse. 

El anciano indio habia desaparecido, la choza 
habia sido destruida por un incendio. 

A la noche siguiente los moradores de las cer- 
canías oyeron un llanto tristísimo y prolongado, 
y creyeron ver una fantasma blanca, errando al 
rededor del cerro de Culiacan. 

Durante veinte años, noche'por noche, el llanto 
se dejó oir de la misma manera. 

Al escuchar el doliente gemido, es la llorona, 
decían los labradores y se santiguaban. 

Una tarde, un sacerdote subió á la cima de la 
montaña. 

Era Pedro Núñez. 

El mismo leventó al día siguiente la venerable 
cruz de Culiacan. 

El llanto nocturno no volvió á oírse. • 

El padre Pedro iba todas las noches á orar al 
pié de aquella cruz. 

Al resplandor de la luna solía verse, junto al 
sacerdote, una figura blanca que se confudia á 
reces con las nubes que coronan la montaña. 

— Esa cruz, célebre ya por la tradición, dijo 



Don Juan, inspiró magníficos cantos á un ilustre 
y malogrado poeta guanajuatense. Siempre qiíe^ 
paso por aquí no puedo dejar de consagrar un ca- 
riñoso recuerdo á Francisco Barcena. Su alma 
altiva, su corazón ardiente, su ge'nio elevado, atra- 
¡ jeron sobre é\ las tempestades del infortunio. Mu-, 

rió pobre, oscuro y olvidado; pero la posteridad 
le hará justicia, y el nombre del cantor de Cu- 
liacan será un dia orgullo de la literatura nació- * 
nal. (1) 

Todos guardaron silencio. 

A las tres de la mañana llegaron á Salamanca. 

Fatigados nuestros viageros de la marcha noc- 
turna, al dia siguiente se levantaron muy tarde. 

Después del almuerzo, fueron á recorrer la po- 
blación. 

Salamanca está situada á la margen derecha 
del rio de Lerma, á los 20° 32' 8" de latitud N. 
,, y á 1° 52' de longitud O. del meridiano de Mé- 

xico. 

—¡Qué aspecto tan triste tiene esta población! 

; (O Francisco Barcena nació en el Valle de Santiago, de una 

familia pobre y humilde; en el colegio del Estado hizo brillan- 
! tes estudios y desde muy joven se hizo admirar como excelen- 

1 te poeta. Joven aun falleció en León el año de 1866. Entre sus 

! poesins mus notables debemos mencionar la Oda á la ciencia. 

I El Salvage, la Inmortalidad y varios sonetos magníficos. 



|¥* 173 

exclamó Carlos: las calles están desiertas, en nin- 
guna parte se nota movimiento. 

' — Allí está la parroquia, papá, dijo Adelina. 

— Nada tiene que pueda llamar la atención, hi-* 
ja mia; es un templo feo y pobre. 

— ¿Cuántos templos hay ademas de la parro- 
quia? 

— Les que yo recuerdo son los siguientes: el 
magnifico templo de San Agustín, que veremos 
♦después, el santuario del Señor del Hospital, la 
Santa Escuela y varias capillas. 

— ¿En qué época fué fundada esta villa? pre- 
guntó Carlos. • 
— En 1603, según asegura un antiguo cronista. 

— ¿Y en qué número puede estimarse su pobla- 
ción? 
— En diez ó doce mil habitantes. 
— Vamos á ver la penitenciaría, papá. 

— El antiguo convento de Agustinos, está trans- 
formado hoy en penitenciaría. El gobierno del 
Estado tuvo un feliz pensamiento: en ningún ob- 
jeto mas útil y mas benéfico pudo haberse em^ 
pleado este extenso y grandioso edificio. 

— lEn. qué época fué construido, papá? 



Í74 ^\ 

— En los primeros dias del año de 1771, que- 
dó enteramente terminada la obra. í 
— Está situado el convento en una elevación, Si 
en la ribera del rio, dijo Carlos, escribiendo. 

— Mas bien que un convento parece una forta- 
leza. 

El templo es magnífico, sobre todo en la parte 
interior: en toda su extensión los muros est«n cu-, 
biertos de altares de gusto churrigueresco, talla- 
dos primorosamente y dorados. Antiguamente ha- ■♦ 
bia aquí una selecta colección de cuadros de los 
mas renombrados artistas. 

La penitenciaría es muy extensa y tiene celdas 
y salones para los presos y grandes localidades 
para una multitud de talleres. La b^ena ventila- 
ción, la buena luz, el aseo y el orden, dan al edi- 
ficio un aspecto agradable. Al ver semblantes ale- 
gres en vez de fisonomías patibularias, al oír el 
rumor del trabajo, el viajero se olvida de que vi- 
sita una prisión. Hay allí una escuela para los 
presos, baños y un pequeño teatro. (1) 



(1) Hace bignnos años el autor de esta peqneñí* histoña, lo- 
gró rennir un número considerable de libros, que bondadosa* 
mente le cedieron las personas mas distinguidas del Estado y 
hoy la peniteuoiaiía tiene nna pequeña biblioteca. 



175 

Después de haber recorrido la penitenciaría, 
Don Juan, Doña Luisa y los niños, regresaron á 
su alojamiento. 

— Nada hay ya que ver en Salamanca, dijo D. 
Juan. 

— ¿No existe aquí una fábrica de loza? pregun- 
tó Doña Luisa. 

— Hace ya muchos años que fué trasladada á 
México, dijo Don Juan. 

En la noche nuestros viajeros fueron á dar una 
vuelta á la plaza. Un hombre sospechoso los se- 
guía. Al dia siguiente, á las cuatro de la mañana, 
salieron para Guanajuato. 

A las siete llegaron á Irapuato. 

El carruaje se detuvo frente á un hotel. 

— ¡Qué alegre es este pueblito! dijo Adelina. 

— Irapuato progresa rápidamente, contestó Don 
Juan. 

— ¿En qué época fué fundada la población? pre- 
guntó Carlos. 

— En 1547, reinando en España el rey Carlos 
V. En 1833, el congreso del Estado concedió á Ira- 
puato el título de Villa. 

— Al pasar he visto tres plazas y buenos edifi- 
cios. 



176 

— ¿Cuántos templos hay aquí, papá? 

— No recuerdo exactamente el número; pero son 
dignos de llamar la atención los siguientes: la Par- 
roquia, San Francisco, el Hospital, la Enseñanza, 
San Cayetano, Santa Ana, el Santuario de Gua- 
dalupe y Santiago. ^ 

— ¿Qué población tiene Irapuato? 

— Catorce mil habitantes, contesto Don Juan. 

— Vamos á desayunamos, dijo Doña Luisa. 

Los niños no se hicieron repetir la proposición. ■ 
A las siete y treinta y dos minutos salieron pa- 
ra Guanajuato. 

—Ya verás qué hermoso es Guanajuato, dijo 
Don Juan, sonriendo, y acariciando á Luis; la ciu- 
dad está sentada sobre plata y tiene su entrada de 
"Marfil. I, 

— No te quieras burlar de mí, papá. 

— No, hijo mió, es la verdad. 

Antes del medio dia llegaron á la profunda 
cañada, en cuyo fondo está situado el pequeño pue- 
blecillo de Marfil. 

— Qué olor tan desagradable, dijo Doña Luisa. 

— He aquí el origen de las frecuentes epidemias, 
que llenan degluto la ciudad. 



/ 111 

ñ¿,' —Mira, papá, exclamó Luis, esos castillos con 

torres que se elevan en la falda de la montaña. 
'."S — Son haciendas de beneficio, hijo mió; y esas 
*• contrucciones extrañas que parecen torres sirven 
para elevar el agua. 

— Ahí está Guanajuato, exclamó Carlos. 
— No es Guanajuato, hijo mió, es el pueblo de 
Marfil. 

' — Las casas diseminadas, como si fueran subien- 
do en tropel por los cerros, presentan un conjun- 
to verdaderamente pintoresco, dijo Doña Luisa. 
— ¿Qué nombre tiene ese templo grande que se 
descubre en este momento? preguntó Adelina. 

— Es la parroquia, fué construida en los prime- 
ros años del siglo XVIII. 

— ¿Qué distancia hay de aquí á Guanajuato? 
papá. 
• — Una legua, contestó Don Juan. 

— Mira, exclamó Doña Luisa; á la izquierda, so- 
bre la montaña, está el camino nuevo; para hacer- 
lo fué necesario cortar los cerros, por esa razón se 
llama el camino del cerro trozado. 

— ¿Qué están haciendo ahí esos honbres? ¿por 
qué echan agua del arroyo sobre esas piedras? pre- 
guntó Carlos. 

1» 



'. 



—Se ocupan en lavar los desperdicios de las ha- * 
ciendas, para sacar la poca plata que contiene ese^ 
lodo. De esa manera viven aquí muchos infelices. 

— Ya estamos en Guanajuato, exclamó Adelina. .' 

— ¡Qué hermoso jardin! dijo Luis. 

— Es Á paseo del Contador. Un jardin en Gua- : 
najuato es un verdadero lujo; para plantar esos ár- 
boles, ha sido necesario cortar el cerro y poner tier- 
ra vegetal sobre las rocas. 

— ¡Qué tristes y áridos son los cerros que ro- 
dean la ciudad! 

— - Esta es la calzada; ese edificio que se eleva á 
la izquierda es la hacienda de Flores: esa plazuela 
tiene el nombre de los Angeles; ahí está el templo 
de Belén y el hospital; vamos á dar vuelta á la ca- 
lle de Alonso, qué es la más ancha y mejor de la 
población; ese templo que se eleva en el fondo de 
la calle es San Diego; aquí está el hotel del Em- 
porio. 

El carruaje se detuvo. 

— ¡Qué animación, qué movimiento hay en Gua- 
najuato! exclamó Carlos. 

— Hoy, á causa de las revoluciones y de la de- 
cadencia de la minería, el movimiento es menor 
que otras veces. Guanajuato, hijo mió, es una de 



■ ■ 179 ■ '■''■;■ 

las ciudades más bellas, más pintorescas, más ricas, 
K^ y más importantes de la República. 

— Vamos á nuestro cuarto, dijo Doña Luisa. 
hj> Subieron y al llegar á su alojamiento los niños 
se asomaron al balcón. 

— Aquí hay una plazita muy bonita y mi jar- 
din, exclamó Adelina; ven á ver, mamá. 

—Es la plazuela de San Diego; lo que antes era 
el convento es hoy el hotel del Emporio, en donde 
estamos; á la izquierda se eleva el templo. 

— Guanajuato ha de tener una historia muy in- 
teresante, dijo Carlos; hazme favor de contármela 
papá. 

— Con mucho gusto te referiré, hijo mió, lo po- 
co que sé de ella. 

— El lugar que la ciudad ocupa, era antigua- 
mente, una fragosa sierra, despoblada y peligrosa, 
perteneciente al conquistador Don Rodrigo de Váz- 
quez. Pasando por este sitio unos viajeros, que se 
dirigían á Zacatecas, descubrieron la mina de San 
Bernabé, en el mes de Octubre de 1548. Inmedia- 
tameQte se organizó una compaliiá para explotar 
ésta y otras minas, yén 1554 se,iormóunaipeqiie- 
ña congregación y se construyó una fortaíeza^qiké 
tuvo el nombre de real de minas y que diversas 



.1 



ISO . 

veces estuvo á punto de ser incendiada por las be-* 
licosas tribus chichimecas que recorrían la comar- ^ 
ca. La congregación de Guanajuato permaneció 
sujeta, durante muchos años, á la alcaldía ijiayor" 
de Celaya, En 1679, la población fué elevada al 
rango de villa y real de minas, con el titulo de 
Santa Fé de Guanajuato. El primer juez de minas , 
fué Don Perafan de Rivera, á quien el rey Feli- ' 
pe II le encargó la conducción de la milagrosa y 
venerada imagen de Nuestra Señora de Guana- 
juato. 

— ¿Qué origen tiene el nombre de Guanajuato, 
papá? preguntó Carlos. 

— Quanashuato, es una palabra del idioma ta- , 
rasco que significa cerro de las ranas. Los prime- 
ros pobladores de estas montañas construyeron 
Unos ídolos con figuras de ranas y les rendieron 
culto y adoración. Con el trascurso del tiempo, la* 
palabra fué corrompiéndose, hasta convertii-se en 
la de Guanajuato, que hoy conocemos. 

— ¿Qué población tiene Guanajuato, papá? 

— Sesenta y tres mil habitantes, según los cálcu- 
los del distinguido geógrafo Don Antonio García 
Cubas. Desde su fundación, Guanajuato ha tenido 
épocas felices y de progreso y épocas de dedaden- 



181 

' cia y su población ha ido variando bajo la influen- 
cia, de las circunstancias. En 1600 la ciudad no 
contaba mas que con 4,000 habitantes; en 1700 
su población ascendia á 16,000 y en 1800, podia 
calcularse en 66,000. Las agitaciones de la guerra 
de independencia y los diferentes combates que 
Guanajuato tuvo que sostener, hicieron disminuir 
su población hasta el extremo de reducirse á 
10,000 habitantes. Consumada la independen- 
cia, progresó rápidamente, y en 1825 contaba ya 
con cerca de 35,000 habitantes. 

— Lo que me gusta de este Estado, dijo Carlos, 
es que no se camina una legua, sin encontrar un 
caserío, un pueblo ó una pequeña ranchería. 

— La población de la República, hijo mió, está 
aglomerada en la mesa central; el Estado de Gua- 
najuato es sin duda el que en un territorio menos 
extenso, reúne el mayor número de habitantes. 

— ¿Y está muy alto Guanajuato, papá? 

— Su elevación sobre el nivel del mar es de 
2,084 metros. 

— ¿Qué nombre tiene ese cerro que se eleva ca- 
si perpendicular, á la derecha del hotel? 

— Es el cerro de San Miguel; al lado opuesto, es 
decir, al Norte, está el cerro del Cuarto; al E, el 



182 

de Sirena, y al N. E. los de Mellado y Valenciana. , 
Como habrás observado, la ciudad está colocada en j 
el fondo de una cañada estrecha, extendiéndose ^ 
por las faldas de los cerros que la circuyen. Ha- 
cia el E. tiene origen un torrente que pasa por el ¿ 
centro de la población. Guanájuato está situado á 
los 21° latitud N. y 1° 49' longitud O. del meri- 
diano de México. . 

— Vamos á dar una vuelta, papá. ' 

— Está bien; dijo Don Juan. 

Inmediatamente salieron del hotel. 



'..i; 



J X 



CAPITULO IX. 



Gaanqjaato.— La Parroquia.— La Compañía.— Sau Fran- 
cisco.— Loreto.— Panorama.— La luz de la luna.— El 
Colegio.— El Palacio.— La Presa.— Juan Yalle. 



La situación topográfica de Guanajuato e» ver- 
daderamente singular, y su aspecto tan extraño 
como pintoresco. Sus bellos edificios, amontonados, 
por decirlo así, unos sobre otros, forman estrechí- 
simas calles, siguiendo los accidentes del terreno. 
Sucede frecuentemente, que después de haber su- 
bido fatigosas escaleras, el viajero se encuentra en 
un pequeño jardín ó terrado y sin descender im. 
solo escalón, sale por otra puerta á la calle. 

Don Juan se complacía, viendo la admiración de 
los "niños. 



184 

— ¡Qué calle tan irregular, papá! exclamó Car- ^ 
los; ¿qué nombre tiene? { 

— Es la plaza, contestó Don Juan. 

— Esto no puede ser plaza, dijo Luis. 

— Pues desgraciadamente no hay otra, hijo mió, H 
y tendrás que contentarte con ella. i 

— Los edificios son hermosísimos. i 

— Debes fijar tu atención muy particularmente 
en la cantera ó " cuartón ¡i con que están construi- 
dos. 

— Yo creia que era mármol, y me sorprendía lo 
extraño de su color. 

— ¿De quién esa casa magnífica, que se vé á la 
derecha, papá? preguntó Adelina. * 

— Pertenece á la familia Otero; esa otra que es- 
tá á la izquierda, de construcción moderna y ele- 
gante, es del Señor Ibargüengoitia. 

— ¿Y ese gran templo, papá? 

•-^Es la Parroquia. 

— Vamos á conocerla, dijo Carlos. 

La Parroquia es un vasto templo elevado y ma- 
gestuoso, coronado por dos grandes torres y una 
soberbia cúpula. La parte interior, recientemente 
restaurada, presenta un aspecto agradable. En la 
sacristía existen algunos l&ellísimos cuadros de Va- 



185 

llejo y de otros célebres pintores mexicanos. Este 
templo, construido á expensas del marqués de San 
Clemente y de Don Pedro Retana, se consagró con 
imponente solemnidad religiosa, en 1696. 

— ¿A dónde vamos ahora, papá? preguntó Car- 
los ai salir de la parroquia. 

— Iremos á ver el templo de la Compañía, que 
es el m-'s suntuoso de los que existen en Guana- 
juato. 

— Mó parece muy bien, y te ruego que me des 
todos los datos que necesito para mis apuntes. 

— Hó aquí, hijo mió, lo que dice el Señor Don 
' Josó Guadalupe Romero, en su "Historia del Obis- 
pado de MioQoacan.li El soberbio templo que le- 
vantaron los jesuítas, comenzó á fabricarse el dia 
6 de Agosto de 1747, con inmenso trabajo y gas- 
tos, 'porque fué preciso allanar el terreno donde 
debia edificarse la basílica proyectada, y consumir 
grandes sumas en fabricar una presa que suminis- 
trase el agua. Los Padres Ignacio Rafael Coromi- 
na y José Joaquín de Sardaneta, corrieron con la 
fábrica, bajo la dirección de un hábil arquitecto 
que había en la ciudad; llamábase éste Fray José 
de la Cruz, lego belemíta, que fué sustituido des- 
pués por el hábil ingeniero Don Felipe Acuña: á 



186 
los diez y ocho años de asiduos trabajos hubo de 
dedicarse el templo, con inaudita pompa y nunca 
vista solemnidad, el dia 8 de Noviembre de 1765, 
cuando ya hablan muerto los ilustres Padres Sar- 
daneta y Coromina. 

Tenia entonces el edificio las dimensiones si- 
guientes: setenta y cuatro varas y media de lon- 
gitud, treinta y cuatro de latitud y veinticuatro 
de altura: la nave de enmedio estaba coronada 
con una magestuosa cúpula que remataba en una 
cruz, de gran mérito artístico: el costo total del 
colegio y templo excedió de quinientos mil pesos. 

Expulsados los jesuítas, el templo quedó bajo 
la jurisdicción y cuidado del párroco, hasta que el 
Padre Pérez fundó el oratorio de San Felipe Ne- 
ri y la dotó con la hacienda de Cerritos que era 
de su pertenencia. La fundación de los oratoria- 
nos se hizo el 16 de Mayo de 1783: desde enton- 
ces cuidaron del culto con empeño; pero tuvieron 
la debilidad de permitir que se reformara la obra 
material del templo, adelgazando las columnas que 
sustentaban la cúpula del edificio: ésta se desplo- 
mó el martes 24 de Febrero de 1808, á las once y 
medía de la mañana. Por mas esfuerzos que ha 
hecho el vecindario no ha podido reparar esta igle- 



187 

sia con la magnificencia que tenia: se han aprove- 
chado las naves primeras desde la entrada hasta 
la del cuarto arco que son las que cierran el tem- 
plo actual: éste, apesar de una pérdida tan lamen- 
table, es todavía el primero de la ciudad, tanto 
por su hermosura como por la magnificencia con 
que en él se hacen los actos del culto. 

Después de haber admirado el templo de la Com- 
pañía, nuestos viajeros se dirijieron al colegio. 

— ¿Cuáles son los demás templos qne hay en 
Guana] ato? preguntó Adelina. 

— Ademas de la Parroquia, la Compañía y San 
Diego, existen los siguientes: San Francisco, Lo- 
reto, Belén, San Roque, y el Santuario de Gua- 
dalupe, construido en 1732. 

^ — Aquí está el colegio, papá, dijo Carlos. El 
edificio me parece bastante pequeño. 
— Ya verás la parte interior, contestó Don Juan. 

— Tú quieres mucho este colegio, papá. 

— Sí hijo mió; en él pasé los mas hermosos dias 
de mi juventud, y los dulces recuerdos de aque- 
lla hermosa edad me son siempre gratos. Este co- 
legio es uno de los mejores establecimientos de 
instrucción que existen en la República. En otras 



188 

épocas ha estado servido por profesores ilustres y 
distinguidos, muchos de los cuales han dejado un 
nombre glorioso en la historia. 

— Vamos á verlo, exclamó Luis, que era tan in- 
quieto como curioso. 

Atravesaron el estrecho patio, que por decirlo 
así, sirve de vestíbulo al edificio, subieron las es- 
caleras y penetraron en los salones del primer pi- 
so donde está la biblioteca. 

—7¡ Cuántos libros! exclamó Adelina. 

— ¿Y hay quien lea todos estos? preguntó Luis. 

— Desgraciadamente no, hijo mió, casi siempre 
estos salones están desiertos. 

— ¿Cuántos volúmenes tiene esta biblioteca? 
preguntó Carlos. 

— Sin contar los muchísimos libros que perte- 
necieron á los conventos, hay aquí cerca de trein- 
ta mil volúmenes de obras magníficas de religión, 
historia, filosofía, ciencias, artes, literatura y va- 
riedades. (1) Las mas notables producciones de 
los sabios de todos los países se encuentran aquí 
reunidas. Esta biblioteca, muy superier á todas 



(1) Contando los libros de los conventos, tiene esta bibliote- 
c» cerca de cien mil volúmenes. 



189 
las que existen en la capital de la República, ha- 
ce honor al ilustrado y floreciente Estado de Gua- 
najuato. 

Después de haber recorrido los salones de la 
biblioteca, Don Juan y los niños, subieron otras 
escaleras y se encontraron en un extenso patio 
. que tenia la figura de un paralelógramo. 

— Este era el antiguo patio de estudios, dijo 
Don Juan: aquí pasé yo muchas horas agradable- 
mente entretenido con la dulce amistad de mis li- 
bros. En el fondo del patio se elevan unas elegan- 
tes escaleras que conducen al piso superior: á la iz- 
quierda está el gabinete de física que posee una 
excelente colección de instrumentos y de apara- 
tos, digna de llamar la atención: á la derecha, cor- 
redores prolongados conducen á las habitaciones 
de los alumnos. Hay en este colegio un laborato- 
rio de química, bastante bien montado, y excelen- 
tes modelos de dibujo natural y de pintura. Las 
materias de enseñanza son todas las que compren- 
den los cursos preparatorios para las carreras pro- 
fesionales, idiomas, matemáticas, física, etc. y ade- 
mas la ciencia del derecho y la de la medicina en 
todos sus ramos, y los conocimientos especiales 
que deben exijirse al injeniero civil y al minero. 



190 

— ¿Y quién fundó este colegio, papá? pregun- 
tó Carlos. 

— La marquesa de San Clemente y Don Pe- 
dro Lascurain y Retana, ricos .é ilustrados propie- 
tarios cuyos nombres serán siempre bendecidos 
por la generosa juventud guanajuatense. Los je- 
suítas dirijieron mucho tiempo este establecimien- 
to; á su expulsión, el colegio quedó abandonado. 
En los últimos años del siglo XVIII fué abierto 
de nuevo por el gobierno español, siendo su pri- 
mer rector Don Pedro Regil y contando entre sus 
profesores á los célebres sabios Rojas y Diosda- 
do, mártires de la independencia nacional. En 
1826 el primer congreso del Estado, hizC emplear 
y reconstruir el edificio, dispensando una señala- 
da protección al establecimiento. Entre los hom- 
bres mas benéficos á este colegio, me complazco en 
mencionar, con profunda gratitud, al vii-tuoso sa- 
cerdote Don Marcelino Mangas, al Señor general 
Don Pedro Cortázar, á Don Manuel Doblado, 
y al Señor Don Mariano Lejarza. , 

Desoues de haber visto el colegio, nuestros via- 
jeros se dirijieron al palacio del gobierno. 

— ¿Es estef el único colegio del Estado que hay 
en Guanajuato? preguntó Carlos. 



1 



191 

—Sí, hijo mio;pero existen otros establecimieil-' 
tos particulares. 

— ¿Y hay también muchas escuelas, papá? pre- 
guntó Luis. 

— La instrucción primaria está perfectamente 
"atendida, contestó Don Juan; ademas de la escue- 
la normal existen una multitud de escuelas pri- 
marias sostenidas por los fondos públicos. Entre 
las sociedades protectoras de la instrucción, me 
complazco en mencionar la benemérita sociedad 
de enseñanza gratuita fundada por el Señor Don 
Anatolio Galvan. 

— ¿Este es el palacio del gobierno, papá? 

■ — Sí, hijo mió. 

-—No era posible que en el quebrado terreno 
de Guanajuato hubiera podido construirse un edi- 
ficio tan vasto como el palacio nacional de Méxi- 
co. Pero aunque sea este un palacio en miniatura 
va á admirarte el lujo y elegancia de sus habita- 
ciones. 

Inmediatamente conducidos por el ujier pene- 
traron al espacioso sálon del gobernador. 

— ¡Qué preciosas lámparas! ¡qué espejos tai^ 
grandes! ¡qué alfombra tan bonita! ¡qué ajuar tan 
lujoso! exclamó Luis. 



192 

' — Mejor hubiera sido emplear tanto dinero, aquí 
gastado, en el sostenimiento de nuevas escuelas; 
dijo Don Juan, gravemente. 

— No, papá; jsi todo esto es muy bonito! 

— Mas bonita es la ilustración del pueblo. 

Luis no replicó. 

— ¿Qué retratos son esos, papá? preguntó Carlos. 

— Los de los gobernadores que ha habido en el 
Estado, contestó- Don Juan. El primer goberna- 
dor fué el Señor Lie. Don Carlos Montesdeoca. 

Después de haber recorrido el palacio Don 
Juan y los niños, se dirijieron al hotel de los baños. 

Ascendieron con trabajo por estrechas calles y 
llegaron frente á un extenso edificio. 

— Vais á ver un magnífico establecimiento de 
baños, tan elegante como los mejores de México, 
dijo Don Juan. 

— ¿Y de dónde viene el agua, papá?, preguntó 
Carlos. 

— ^De una gran presa, construida á poca distan- 
cia de la población. 

— Yo quiero verla, exclamó Luis. 

— Mañana iremos, hijo mió, porque hoy es tar- 
de ya, y tenemos que visitar el célebre castillo de 
Granaditas. 



193 

— Tienes razón, papá; dijo Carlos, estos baños 
son magnífico^. 

— Yo estoy muy fatigada, exclamó Adelina. 

— Con razón, si hemos subido ya quinientos es- 
calones, dijo Luis. 

Atravesaron un corredor y llegaron al fin al pe- 
queño Jardin de Rocha. 

El jardin está en el último piso; es un fragan- 
te canastillo de flores, oculto entre las aberturas 
de las rocas. 

Del jardin, sin bajar escaleras, salieron á la 
calle. 

La sorpresa de Luis no podía ser mayor. 

— Vamos á ver el castillo, dijo Don Juan. 

El castillo ó albóndiga de Granaditas, está si- 
tuado en la cuesta de su nombre y fué construido 
el año de 1783 por el intendente Don Juan de 
Riaño, célebre en nuestra guerra de independen- 
cia. En vez de una descripción en prosa, de este 
edificio, pondremos aquí un romance nuestro, que 
dá una idea del episodio histórico de 1810. Helo 
aquí: 

Trémula, inquieta, asorada. 

Como ave que espanta el trueno, 

13 



La opulenta Guanajato 
Despertaba de su sueño: 
Todo era alarma y rumores, 

Y confuso movimiento; 
Repicaban las campanas, 
Sonaba el clarín guerrero; 
Por todas partes corrían 
Los soldados europeos, 

Y eran las angostas calles 
Bulliciosos campamentos. 
En las torres elevadas 

De lo» magníficos templos. 
Las banderas españolas 
Se agitaban con el viento; 

Y á poca distancia, altivo 
Como si fuera un recuerdo 
De las épocas feudales; 

A la luz de un sol espléndido, 
El fuerte de Granaditas, 
Dominador y altanero. 
Viendo estrellarse en sus muros 
Las tempestades del tiempo. 
De anchas trincheras ceñido 

Y de soldados cubierto; 
Guarnecido de cañones 



196 

Y coronado de hierro, 
Sobre un pedestal de rocas, 
Inespugnable y soberbio. 
Se alzaba, como un coloso. 
Su frente elevando al cielo. 
Ya el ejército de Hidalgo, 
El horizonte cubriendo. 
Imponente por su audacia 

Y por su número inmenso; • 
Irresistible y ruidoso 
Descendía por los cerros. 
Como un caudaloso rio 
Que se despeña violento. 
Cantos de guerra y de muerte, 
Entre un pavoroso estruendo. 
Por donde quier resonaban. 
Repetidos por los ecos. 
Tronó el cañón; anchas nubes 
De un humo pálido y denso 
Por la atmósfera cruzaron: 
Los montes se conmovieron 
Al ver el fulgor rojizo. 

Cual relámpago sangriento, 

Y al escuchar de las balas 
El raudo silbar horrendo. 



196 

Los valientes sitiadores 
Un punto se estremecieron, 
Como las ramas que azota 
El huracán en su vuelo; 

Y cual herido leopardo,- 
Que mira á sus hijos muertos 
Se lanzaron al castillo, 

Con mas ardiente denuedo. 
Poderoso respondia, 
En medio al marcial estrépito, 
A la voz de ¡Viva España! 
El grito de ¡Viva México! 
Creció el espanto, y horrible 
Nuncio de muerte funesto, 
Del cañón el estallido 
Volvió á escucharse de nuevo 
Luchaban los insurgentes, 
Sin desmayar un momento; 
Seis veces se aproximaron 

Y seis rechazados fueron. 
Hidalgo entonces, terrible,. 
Gritó con sonoro acento: 
"Pipila, ven; necesita 

La patria de tus esfuerzos n. 
A su voJ!, lleno de harapos, ■ 



197 

Alzóse un hombre del pueblo; 
De gigantesca estatura, 
De altivo y feroz aspecto. 
Tomó en sus nervudos brazos 
Una ancha piedra, y ligero 
Apoyándola en su espalda, 
Cruzó la calle sereno. 
Tomó una encendida tea, 

Y sublime como el ffénio 
De la muerte y la venganza, 
Siguió avanzando resuelto: 
En rededor escuchaba 
Espantosos juramentos, 
Imprecaciones, blasfemias 

Y gemidos lastimeros. 
Las balas silbar oia; 

Y rozaba sus cabellos 

El humo de las granadas, 
Gomo un huracán ardiendo. 
Con el choque repetido 
De proyectiles certeros. 
Su escudo tosco y estraño 
Voló al fin, pedazos hecho. 
Llegó á la puerta, detúvose, 

Y la antorcha sacudiendo, 



198 

La aproximó á la madera. 
Las llamas en el momento, 
Cual serpientes retorcidas 
Se derramaron crujiendo: 
Reinaba en aquel instante 
Un angustioso silencio. 
Animado entonces Pipila, 
Un grito lanzó tremendo; 

Y el peligro despreciando, 
Entró al castillo el primero. 
En el pórtico, agitándose 
De enojo y de rabia ciego, 
Destrozado por las armas 
De los contrarios guerreros," 
Su pié apoyado en cadáveres. 
Desnudo el valiente pecho, 
Roto y quemado el vestido, 
Los brazos de heridas llenos, 
El corazón palpitante. 

Los ojos lanzando fuego, 
Los cabellos esparcidos 
Agitados por el viento; 
Con la tea en una mano 

Y en la otra el agudo ace^jo. 
Sublime en su patriotismo, 



199 

Terrible en su odio y siniestro, 
Reflejándose las llamas 
Sobre su rostro sangriento, 
Luchaba como un gigante 
Entre el horror del incendio. 

Después de haber recorrido el histórico castillo 
de Granaditas, donde hoy está establecida la cár- 
cel de la ciudad, nuestros viajeros se dirigieron á 
su alojamiento. ' 

Al dia siguiente fueron á ver algunas hacien- 
das de beneficio. Luis contemplaba con admira- 
ción el movimiento de las grandes piedras que pul- 
verizan los minerales, y no podia creer que aquel 
fango hacinado en el patio era plata. 

En la casa de moneda fué muy grande la ale- 
gría de Carlos, y no se cansaba de examinar las 
poderosas máquinas que sirven para la acuñación 
de la moneda. En un momento las barras de pla- 
ta se convertian en pesos hermosos y relucientes. 

Salieron de la casa de moneda y comenzaron á 
recorrer las escuelas municipales. Los estableci- 
mientos de instrucción primaria están en Guana- 
juato perfectamente atendidos, y me atrevo á ase- 
gurar que pueden servir de modelo á los demás 
Estados de la República 



200 

En la tarde toda la familia fué á reconocer el 
paseo de la presa. 

— ¡Qué paisaje tan hermoso! ¡qué sitio tan pin- 
toresco! exclamó Carlos. 

— Este grande estanque que surte de agua á la 
población, es la Presa de la Olla, dijo Don Juan. 
Este valle, aunque estrecho, es verdaderamente, 
delicioso. Esa gigantesca montaña coronada de 
rocas colosales y que se eleva á la derecha, es la 
Bufa; á la izquierda está el cerro de Sirena. Las 
estendidas y frondosas arboledas que en todas di- 
recciones brindan sombra y frescura, al pié de ro- 
cas áridas y desnudas, dan á este sitio un aspecto 
indefinible de belleza y melancolía. 

— Mira, papá, exclamó Carlos, qué hermosas 
casitas rústicas aquellas que se descubren entre 
los árboles. 

— Los capitalistas de Guanajuato han construi- 
do aquí magníficas habitaciones de recreo que po- 
drían ostentarse en las inmediaciones de la Capi- 
tal de la República. 

—Cada año hay aquí un famoso paseo; dijo Do- 
ña Luisa. 

— Sí, contestó Don Juan; en el mes de Julio y 
Agosto, se abren las compuertas de la presa para 



201 

limpiarla y con este motivo hay una gran fiesta. 
Los cerros que rodean el valle se cubren de chozas 
y de tiendas de campaña, y una multitud inmen- 
K sa se agita en todas direcciones. Por todas partes 
se oyen ese dia músicas y se ven alegres bailes po- 
pulares. 

— Vamos á ver los loseros, papá, dijo Carlos. 

— Está bien, te acompañaré, contestó D. Juan. 

Los loseros son unas grandes grutas, que se 
han formado, al sacar de las moñt'añas las losas 
que sirven para la construcción de los edificios. El 
losero que vio Carlos, tenia cuatro extensos salo- 
nes, cuyas bóvedas estaban sostenidas por colum- 
nas elevadas. En el fondo del último salón, habia 
un lago de agua turbia é intensamente fria. Car- 
los escribió su nombre en una de las paredes de 
la gruta para no privar á la posteridad del recuer- 
do de esta memorable excursión. 

Cuando Don Juan y Carlos descendieron al va- 
lle donde está la presa, comenzaba á oscurecer y 
la vaga luz del crepúsculo daba al paisaje un tin- 
te verdaderamente indescriptible. 

— ¡Cómo me recuerdan esta hora y este sitio al 
malogrado Juan Valle, al pobre ciego, al tierno y 
sublime poeta de Guanajuato! exclamó Don Juan. 



202 

— ¿Por qué te acuerdas de ese ciego, papá? • .^ 
— Porque le conocí y le profesé un inmenso ca- , 
riño, y porque aquí compuso una de sus mas lin- 
das é inspiradas poesías. Hé aquí como describe 
este paisaje: 

Silencio, soledad, melancolía 
Reinan doquier, tan solo la campana, 
La oracign dando en la ciudad lejana, 
Anuncia de la tarde la agonía. 
Se extienden en redor fajas de montes 
Que se van elevando allá á lo lejos, 

Y del dia espirante los reflejos. 
Limitan los distantes horizontes. 
Rústicas chozas en su falda humean, 

Y el humo sube en blancas espirales, 

Y al través de sus ondas desiguales 
Los juegos de la luz entre-<ílarean. 
Brilla en distintas partes de los cerros 
El fuego del hogar de los pastores, 
Mientras de las cabanas guardadores 
A lo lejos ladrar se oye á los perros. 
Abajo el ancha presa está tendida, 

Y el azul de los cielos reproduce; 
Inmensa concha que se ostenta y luce 



203 

En su marco de peñas embutida. 
Con nubes que le cercan, sonrosadas, 
Parte su última luz el sol poniente. 
Cual padre que al morir, lánguidamente 
Entre sus hijas parte sus miradas. 
La luna en tanto tras la opuesta loma, 
Melancólica y dulce va saliendo; 
Así, cuando el placer se va perdiendo, 
Por lado opuesto la esperanza asoma. 

Y de la presa en el eipejo blando. 
Sus rayos luna y sol al par retratan, 

Y en el agua se mezclan y dilatan 
Su reflejo en cada ola transformando. 



— ¡Qué lindos versos! exclamó Doña Luisa. 

— A mí también me agradan mucho, mamá, di- 
jo Adelina. 

— Se conoce que tienes buen gusto, contestó la 
madre. 

Juan Valle, uno de los mas tiernos é inspirados 
poetas mexicanos, nació en Guanajuato en 1839. 
Cuando tenia tres años perdió la vista, á conse- 
cuencia de una dolorosa enfermedad, y de^e en- 



204 
tónces el infortunio futí su constante compañero. 
Desde muy niño manifestó su añcion á la poesía, 
y á la edad de quince años, saludó al poeta espa- 
ñol Zorrilla, en versos magnítícos que le conquis- 
taron una envidiable reputación literaria y llena- 
ron de admiración y de entusiasmo á todos los 
amantes de lo grande y de lo bello. 

Desde esa época, sus composiciones se publica- 
ron en los periódicos nacionales y extranjeros, con 
justos elogios. Joven, ardiente y generoso, Juan 
Valle se filió en el partido progresista y sus ideas 
atrajeron sobre él el rencor implacable y la perse- 
cución despiadada de los satélites de la tiranía. El 
pobre é inofensivo ciego, cuyo crimen era exhalar 
en dulcísimos himnos el sentimiento de amor á la 
libertad, que atesoraba su corazón, fué conducido 
á la cárcel y confundido con los mas infames cri- 
minales. Habiendo salido de la prisión, comió du- 
rante mucho tiempo, el pan amargo de la miseria 
y de la proscripción. El 31 de Diciembre de 1864 
falleció en Guadalajara, pobre y abandonado. Una 
parte de las producciones de Juan Valle fué colec- 
cionada en un grueso volumen que se imprimió en 
México, en la casa de Cumplido; sus demás poesías 
permanecen inéditas. Las composiciones de Juan 



205 
Valle se hacen notar por su corrección, por su ter-* 
nura y por el dulce y melancólico sentimiento que 
era natural al desventurado ciego. Sus composicio- 
nes patrióticas son elevadas y robustas, y están 
llenas de brillantes imágenes, aunque á veces las 
desluce un estudiado amaneramiento. El nombre de 
Juan Valle figura dignamente, entre los de los poe- 
tas mas ilustres de la América. El autor de es- 
te humilde libro, se complace en consagrar á su 
memoria este cariñoso recuerdo. 



CAPITULO X. 



Silao.— León.— El hospital.— El Teatro.— El Coecillo.— 
Los Gdmez.— Los Castillos.— La cafiada de los Ochoas. 
—Separación, 



En la noche, nuestros viajeros recorrieron por 
última vez la pintoresca ciudad, que á la luz de la 
luna presentaba un aspecto verdaderamente en- 
cantador. Al pasar por la plazuela del baratillo, 
Don Juan notó que un hombre sospechoso los se- 
guía. 

— Es el mismo de Celaya, papá; exclamó Carlos. 
Don Juan, alarmado, llamó á un agente de policía. 
Desgraciadamente, cuando el representante de la 
autoridad acudió, el embozado habia desaparecido 
por las tortuosas callejuelas de la subida de Robles. 



207 
Don Juan no quiso dar cuenta á Doña Luisa de 
este desagradable incidente, 

Carlos también guardó silencio, por recomenda- 
ción de su padre; pero estaba tan inquieto que no 
pudo dormir, 

Al dia siguiente, á las seis de la mañana, se pu- 
sieron en camino. 

A las nueve y quince minutos llegaron á Silao. 

Silao de la Victoria, ciudad cabecera del Dis- 
trito y municipalidad de su nombre, en el Estado 
de Guanajuato, está situada en una llanura poco 
fértil que se extiende próxima á la^ falda del cer- 
ro del Cubilete, á los 20"' 43' de latitud N. y á los 
2° 40' de longitud O. del meridiano de México. 
Dista de la capital del Estado, cinco leguas, y nue- 
ve de la ciudad de León. La población de Silao se 
calcula en 14,000 habitantes. 

— Por qué tiene el nombre de Silao esta ciudad, 
papá? preguntó Carlos^ 

Porque en la llanura donde está situada abunda, 
la planta llamada silao, de la familia de los umbe- 
líferos. 

•— r¿En qué época fué f unda(da la población? 



208 

— No se sabe á punto fijo; pero es probable que 
haya sido hacia el año de 1553, en cuyo tiempo se 
avecindaron en la llanura siete familias de espa- 
ñoles y algunas de otomites, conducidlas por Don 
Francisco Cervantes Rendon. 

— ¿Cuántos templos hay aquí, papá? preguntó 
Adelina. 

— Siete, contestó Don Juan: La paíToquia, el 
Señor de la Vera-Cruz, El Tercer orden de San Ni- 
colás, Jesús, la Casa de Ejercicios, el templo de las 
Hermanas y el del Señor de la Buena Muerte. En 
la iglesia de la Vera-Cruz se venera una imagen de 
Cristo, cuyo origen ge haqp rempntar á la époc^i en 
que los moros invadieron á España. 

— El comercio de Silao me paree,e de impoxtai^- 
cia, dijo Doña Luisa. 

— Efectivamente, hay algunos establecimi^tos 
mercantiles, en los cuales se nota alguna anima- 
ción y movimiento. 

— Yo he visto muchas placitas, dijo Luis. 

— Ademas de la plaza principal hay cinco en 
la ciudad: en la plaza de la Cruz existe un bonito 
jardin. 

En la tarde nuestros viajeros recorrie^ron la po- 



208 
blacion, fueron á conocer el barrio nuevo y termi- 
naron por visitar la extensa huerta de Ribera. 

Al dia siguiente salieron para León. 

Al pasar el pequeño rio, que corre próximo á 
Silao, Don Juan llamó la atención de los niños. 
En este sitio, les dijo, se dio la memorable batalla 
de 1860 entre las tropas liberales, ai mando del 
general González Ortega y las reaccionarias, acau- 
dilladas por D. Miguel Miramon. 

— ¡Qué árida y qué triste es esta llanura! ex- 
clamó Carlos. 

— El mismo aspecto presenta el camino hasta 
las inmediaciones de León. 

— ¡Cuánto deseo conocer esa ciudad! exclamó 
Adelina. 

Es una de las mas importantes de la República, 
por su industria, por su agricultura y por el nú- 
mero de sus habitantes. En pocos años ha progre- 
sado de una manera verdaderamente asombrosa y 
yo creo que está llamada á ocupar un lugar dis- 
tinguido entre las ciudades mas florecientes. Siem- 
pre me ha inspirado un grande cariño, tal vez 
porque la amable hospitalidad que en ella he re- 
cibido me ha proporcionado algunos de los dias 

mas felices de mi vida. 

14 



210 

— Ya se descubre á lo lejos, exclamó Carlos, 
asomando la cabeza por la portezuela. 

— Aquí tenéis, dijo Don Juan, uno de los va- 
lles mas hermosos de la república; mirad hacia la 
derecha, aquellas lejanas y magestuosas montañas 
que se elevají hasta las nubes son las cumbres de 
la sierra de Comanja, hacia la izquierda se extien- 
den campos fértiles y verdes sembrados, y en el ■ 
fondo se levanta la ciudad tranquila y risueña. 
Por todas partes y en todas direcciones se ven 
frondosas arboledas y huertecillos y jardines que 
son verdaderos bosques de ñores y de verdura. 
Seria difícil encontrar una ciudad cuyos alrede- 
dores fueran mas pintorescos. 

— Ya llegamos, papá, dijo Luis. 

— Este es el paseo de la Calzada, de que tanto 
os he hablado, dijo D. Juan. 

Carlos, habiendo contemplado con delicia el her- 
moso paisaje, escribió en el álbum: 

"Después de pasar .un puente que se levanta 
sobre el rio de León, el carruaje comenzó á cor- 
rer por un extenso paseo que tiene el nombre de 
la Calzada. En el centro de ella y en toda su Ion- 



211 
gitud se eleva un bonito jardín de naranjos y de 
rosales; á uno y otro lado una doble hilera de 
frondosos fresnos, dan á este hermoso sitio de re- 
creo, agradable sombra y frescura. A la derecha 
se ven dos pequeñas quintas, rodeadas de árboles 
y de flores; á la orilla del paseo, á lo lejos, entre 
las arboledas, se descubre una pequeña cúpula ro- 
ja: á la izquierda hay un magnífico edificio en 
construcción. 

-^Es la penitenciaría, dijo Don Juan; comenzó 
á edificarse en 1851, bajo la dirección del inteli- 
gente arquitecto Don Lorenzo Hidalga. Desgra- 
ciadamente las discordias que durant^ muchos 
años nos han §,gitado, vinieron á paralizar los tra- 
bajos de construcción de este edificio. 

— ¿Cuál es la situación de León, papá? cuénta- 
me su historia, dijo Carlos. 

— Esta hermosa ciudad, eminentemente indus- 
triosa, cabecera del Distrito, y capital del obispa- 
do de su nombre, la segunda en importancia en el 
país, por su población, está situada en la margen 
derecha del rio de Señora, á los 2° 71' de longitud 
y 21" 4' 38" de latitud, 99 y media leguas dis- 
tante de México y á 14 liguas al O. de la capital 



212 

del Estado; en el fondo de un extenso y pinto- 
resco valle q.ue Pedro Almindez de Ohirinos y 
otros conquistadores llamaron "Valle de Señora," 
el cual forma la extremidad occidental de la gran 
llanura, donde vivian j fueron vencidos los pue- 
blos errantes y cazadores que los historiadores de- 
signan con los nombres de cliichimecas, y estaban 
formados por tribus de indios Pames, Capuces, 
Samues y Guachicliiles. 

Fué fundada el dia 20 de Enero de 1576, cin- 
cuenta años después de la toma déla ciudad de Mé- 
xico por los españoles, y á los veintidós de esta- 
blecido el real de Santa Fé de Guanajuato, siendo 
virey d€^ la Nueva España, Don Martin Enriquez 
de Almanza. El decreto de fundación fué expedi- 
do en 1575, y se encargó su cumplimiento á Don 
Juan de Orozco, alcalde de corte, en aquella época. 
Yo he visto una copia del acta de la primera se- 
sión celebrada por el primer ayuntamiento de la 
villa. Este curioso documento fué publicado, hace 
algunos años, en el periódico "El Estado del Cen- 
tro" de esta ciudad, y en la "Revista Universal" 
de México. 

Luego que el decreto fué publicado, se avencin- 
daron en el valle algunas familias de españoles; 



213 
se reunió á los indios en congregación; se comen- 
zó á construir el templo llamado hoy de la Sole- 
dad: se edificaron algunas casas, y se declaró eri- 
gida la nueva población. El rey le concedió desde 
entonces el título de Villa y le dio un escudo de 
armas y privilegios; pero á pesar de su nobleza y 
de sus prerogativas, permaneció largos años en el 
estado de una pobre aldea, contando apenas cua- 
tro ó cinco mil habitantes. 

En los últimos años del siglo pasado y en los 
primeros del presente, comenzó á ser ya notable 
el aumento de la población: en la época en que es- 
cribió Alcedo su célebre Diccionario Geográfico, 
se habia aumentado considerablemente el número 
de familias avencindadas en la villa, y en 1810 la 
población ascendía á mas de diez y ocho mil ha- 
bitantes. En 1818, según unos apuntes formados 
por un antiguo y laborioso vecino de León, la po- 
blación podia calcularse en mas de treinta mil ha- 
bitantes. Consumada la independencia, el progre- 
so fué cada vez mas rápido, y según los datos re- 
cogidos por el benéfico é infatigable cura Don Ig- 
nacio Aguado, en 18.51 contaba ya ochenta mil 
habitantes. 

El ayuntamiento ha pretendido formar varias 



214 

veces el censo exacto de la población; pero por 
diversas circunstancias, que seria largo enumerar, 
los padrones han quedado siempre muy imperfec- 
tos, y el resultado ha sido en lo general poco sa- 
tisfactorio. Puede calcularse, sin embargo, aproxi- 
madamente el número de habitantes que la ciu" 
dad contiene, en poco mas de cien mil, teniendo 
por base para este cálculo, el asombroso aumento 
de población que se ha notado en estos últimos 
veinte años, y los datos que arrojan los padrones 
formados en 1864 y 1869. 

León se enorgullece justamente de haber sido 
la cuna del general Don Ignacio Aldama, compa- 
ñero de Hidalgo, en su gloriosa empresa, y uno de 
los mas ilustrados caudillos de la independa. Por 
esta circunstancia, al elevarla al rango de ciudad, 
la honorable legislatura del Estado, en Julio de 
1830, le dio el nombre de León de los Aldamas, 
conque es hoy generalmente conocida. 

El clima de León es salubre y agradable, poco 
sensible el invierno y excesivo el calor en el vera- 
no. En algunos años, en el mes de Mayo, ha llega- 
do á marcar en la sombra el termómetro centígra- 
do, hasta 30° y 31°. 



215 
La planta de la ciudad es irregular: está divi- 
dida en diez y seis cuarteles mayores y cada uno 
de estos en dos menores. Tiene quinientas diez ca- 
lles, casi todas anchas y rectas, orientadas en la 
dirección de los puntos cardinales: empedradas las 
céntricas y con enlosados en ambos lados, y algu- 
nas hermoseadas con una doble línea de naranjos. 
El número de casas que hay en la ciudad, se cal- 
cula en poco menos de siete mil, y su valor, en cer- 
ca de tres millones de pesos. 

— En ninguna de las poblaciones que hemos 
recorrido he visto nna alameda que tenga esta 
forma, exclamó Adelina en el momento en que el 
carruaje salia de la calzada. 

— Es cierto, dijo Doña Luisa, y esta circunstan- 
cia hace tal vez que me parezca mas agradable. 

— ¿Qué calle es esta, papá? 

— Es la calle real de Guanajuato. En el sitio 
que hoy ocupan esas tocinerías, estaba antes el 
mesón de Animas, célebre en la guerra de inde- 
pendencia. 

— Allá está la plaza, papá. 

— Las casas son de un solo piso, en lo general; 



216 . 
pero hay algunas que no presentan un aspecto des- 
agradable, escribió Carlos. 

— ¡Qué bonita plaza! exclamó Adelina. 
— Es la Plaza de la Constitución, la mas grande 
de la ciudad. 

El carruaje en ese momento, después de haber 
atravesado la plaza, de Norte á Sur, siguió por una 
pequeña calle, dio vuelta á la derecha y se detuvo 
frente al hotel de las diligencias. 

Nuestros viajeros tomaron posesión de su alo- 
jamiento y se dirijieron al comedor, donde con ex- 
celente apetito, hicieron los honores á un magnífi- 
co almuerzo. 

En seguida, Don Juan, acompañado de Carlos 
y Luis comenzó á rrecorrer la ciudad. 

La plaza de la Constitución es un extenso pa- 
ralelógramo rectangular, adornado en tres de sus 
lados por galerías cubiertas, en donde están situa- 
dos los principales establecimientos mercantiles. 
En el lado que ve al Oriente, se levanta la anti- 
gua parroquia, templo pequeño, coronado por una 
torre; junto á la parroquia está el colegio semina- 
rio, y la escuela de artes y oficios y en seguida se 
eleva la nueva casa municipal, dominando la pía- 



217 

za y hermoseándola. En este vasto edificio, cons- 
truido en 1869 están reunidas todas las oficinas 
públicas: en grimer término, á la izquierda está la 
aduana, en frente la administración de correos, 
contigua á ésta, la tesorería municipal; y el espa- 
cio del primer piso que se extiende á uno y á otro 
lado, está ocupado por los juzgados populares. En 
el fondo del extenso patio una elegante escalera 
conduce á las habitaciones superiores. En el se- 
gundo piso están situados los juzgados de prime- 
ra instancia, los oficios públicos, el registro civil, 
y la secretaría y el salón de sesiones del ayunta- 
miento. 

A Carlos le agradó mucho este salón que reci- 
be luz por tres grandes arcos que ven hacia á la 
plaza; Luis patinó sobre las alfombras, haciendo 
reir al secretario de la corporación que los acom- 
pañaba, se vio repetidas veces en los grandes es- 
pejos y se sentó muy grave en el sillón del presi- 
dente, llamando al orden y tocando la campanilla. 

Desde uno de los balcones, Don Juan y Carlos 
estuvieron contemplando el hermoso y bien culti- 
vado jardín de la plaza, que está resguardado por 
un elegante balaustrado de hierro, redeado de an- 



218 

chos enlosados y sombreado por una doble hilera 
de fresnos y de naranjos. 

— En las calurosas noches del verano, dijo Don 
Juan, este paseo es uno de los mas agradables de 
la ciudad. 

— ¡Cuántos faroles, exclamó Luis! 
— Puedo asegurar, dijo Don Juan, que este jar- 
din está mejor alumbrado que el de México. 

Enfrente, medio oculto entre los árboles, veo un 
edificio muy bonito, dijo Carlos. 

— Es la casa del Sr. Portillo, una de las mejores 
de la ciudad. 

Después de haber recorrido la casa municipal, 
nuestros amigos se dirijieron á la plaza de Hidal- 
go, donde está el mercado principal. 

— ¿Cuántas plazas hay en León? preguntó Luis. 

— Seis, hiJiQ^ mió, y cuatro plazuelas, contestó 
Don Juan. ' 

El mercado de Hidalgo, situado en la plaza de 
su nombre, es pequeño pero elegante, tiene cuatro 
grandes portadas con los nombres de los héroes 
de la independencia, y está formado por galerías 
cubiertas, sostenidas por columnas del orden tos- 
cano. Este mercado se comenzó á construir en 



219 

1866, á expensas de los Sres. Portillo y Peña, y 
fué concluido por el Ayuntamiento, en los prime- 
ros meses del año de 1868. 

— Ahí veo un edificio notable, dijo Carlos. 
— Es el antiguo hotel de las Delicias. 
— ¿Cuántos mercados hay en León, papá? 
— Tres: el de Hidalgo, que acabamos de ver, el 
de Santiago y el de la Soledad. 

— ¿Cuáles son los templos principales? pregun- 
tó Carlos. 

— La Catedral, la Parroquia, el Tercer Orden, 
la Soledad, la Compañía Vieja, los Angeles, San 
Francisco del Barrio, San Nicolás, §an Felipe Ne- 
ri, San Juan de Dios, San Miguel, San Francisco 
del Coecillo, Santiago, San Juan del Coecillo, Ca- 
pilla de San Antonio, Oratorio de la Soledad, ca- 
pilla del Santo Niño, La Paz, capilla del Mezqui- 
tití), la Candelaria, Capilla de la Conquista, San- 
tuario de Nuestra Señora de Guadalupe y capilla 
del Señor de los Pachecos. 

— Vamos á ver la Catedral. 

— Muy cerca de ella estamos, dijo Don Juan. 

Este templo, conocido antes con el nombre de 
la Compañía Nueva, fué comenzado por los jesui- 



220 

tas en 1739 y terminado por el actual obispo de 
la diócesis que lo erigió en Catedral y lo consa- 
gró solemnemente el 16 de Marzo de 1866. Es de 
una sola nave y tiene la forma de una cruz; su 
longitud es de ochenta varas, su anchura de diez 
y seis y media, su elevación de veinticuatro y de 
dos y media el espesor de sus muros. La fachada 
es de muy mal gusto y el atrio no podia ser peor; 
pero la cúpula, cuya construcción fuó dirigida por 
el arquitecto Don Herculano Eamirez, es airosa y 
elegante. (1) El interior del templo es bastante 
agradable: los altares imitan la escuela gótica y 
son en su mayor parte de ima preciosa piedra cal- 
cárea, muy semejante al mármol, que existe en la 
Hacienda de Arriba, propiedad del Sr Ruiz. 

Carlos tomó sus apuntes y en seguida se dirijie- 
rbn á ver el hospital. 

Ocupa este benéfico establecimiento el antiguo 
edificio conocido por "el diezmo n y el que ocupa- 
ba el hospicio. Reedificados ambos, á expensas del 
obispo y de varios vecinos, presentan hoy todas 
las comodidades que se necesitan para que los asi- 



( 1 ) Véase la revista que publicamos en el Siglo XIX, corres- 
pondiente al 27 de Marzo de 1869. 






221 

los consagrados á la humanidad doliente, sean dig- 
gos de una población civilizada. Las hermanas de 
la caridad cuidan de este establecimiento con in- 
comparable celo, y Carlos admiró el orden y bue- 
na administración, como viajero justo é imparcial. 

Invitado Don Juan por varios de sus amigos, 
fué á ver el magnífico teatro que se está constru- 
yendo bajo la dirección del inteligente ingeniero 
D. José María Noriega. (1) 

Carlos y Luis admiraron con entusiasmo la be- 
lleza arquitectónica de este elegante edificio. Es- 
tá situado en el ángulo que forman dos de las ca- 
lles mas céntricas, ocupando un espacio de 244 
pies de largo por 150 de ancho. El hermoso pór- 
tico que puede contemplarse desde una larga dis- 
tancia, está sostenido por cuatro esbeltas y eleva- 
das columnas del orden corintio. El vestíbulo es 
poco espacioso; pero dispuesto y adornado con el 
mejor gusto. El^alon de espectáculos formado por 
cuatro líneas de palcos tiene 60 pies de largo, 48 
en su mayor diámetro y 45 de elevación. Los pal- 
cos son volados, como todos los de los teatros eu- 



( I ) En la actualidad el teatro está terminado y es uno de los 
mas hermososi de la Bepública. 



222 

ropeos modernos y sus dimensiones 8 pies de fren- 
te, 8 de altura y 7 de fondo. El palco escénico es ^ 
muy extenso y presenta todas las comodidades 
que puedan apetecerse para el juego de una com- 
plicada maquinaria. En el fondo, y á ambos lados 
del escenario hay diez y seis gabinetes para los 
actores. Sobre el vestíbulo existe un hermoso sa- 
lón de desahogo, al estilo francés. Contiguo al tea- 
tro se levanta un hotel, pequeño pero elegante. El 
teatro de León puede contener perfectamente mas 
de dos mil espectadores. 

Después de haber visto el teatro y la bonita ca- 
sita donde está la segunda escuela municipal de 
niñas, nuestros viajeros regresaron á su aloja- 
miento. 

Al caer la tarde, cuando Don Juan acabó de ar- 
reglar algunos negocios mercantiles, se dirijieron 
al fértil y poético barrio del Coecillo. 

Después de haber pasado el puente de Santia- 
go y de haber recorrido algunas de las calles prin- 
cipales, Carlos exclamó: 

— Parece el Coecillo una población independien- 
te: tiene plazas, templos, escuelas, mercados etc. 
— Antiguamente, dijo Don Juan, era un peque- 



ño pueblo; pero la ciudad de León se ha extendi- 
do mucho por este rumbo y hoy el Coecillo es uno 
de sus barrios, el mas fértil y el mas agradable. 
— ¿Y por qué tiene el nombre de Coecillo? papá. 

— Porque en este sitio existen muchos monteci- 
llos artificiales, que eran monumentos fúnebres de 
los chichimecas. 

—¿Pues qué quiere decir coecillo? 

— Creo que tumba ó sepulcro, contestó D. Juan. 

A las seis de la mañana del siguiente dia fue- 
ron á ver el paseo de los Gómez, que es el mas 
concurrido en la estación de las lluvias. Al salir 
de la ciudad, á la derecha del camino que condu- 
ce á este pintoresco sitio, se eleva el peñascoso Cer- 
ro Gordo, á la izquierda serpentea entre los sem- 
brados de maíz el rio Turbio, poco caudaloso al 
pasar por León, y en el fondo, á lo lejos, se descu- 
bren casas rústicas medio ocultas entre espesísi- 
mos bosques de mezquites. Después de haber des- 
cansado un momento, en la casa de los Gómez, 
nuestros viajeros atravesaron el rio, frente á la 
pequeña presa y siguieron el camino que conduce 
á los Castillos. Al otro lado del rio, el paisaje cam- 
bia enteramente: en todas direcciones se descubren 



2ía 

pequeños caseríos, y los campos cultivados están 
bordados por líneas de verdes y frondosos sauces. 
Después de haber caminado mas de una legua vol- 
vió á presentarse el rio al paso de los viajeros. 
Desde ese punto comenzaron á ascender por el de- 
clive de la pedregosa colina, en cuyo centro se ele- 
va el pequeño caserío de los Castillos. Dominando 
la población se destaca una casita blanca, donde 
se reflejan los rayos del sol: es la escuela. Al lle- 
gar Don Juan, el maestro, que es un cainpesino 
rudo, pero inteligente, honrado y afectuoso, daba 
á sus educandos lecciones de escritura. Mucho sor- 
prendió á Carlos ver las magníficas letras que ha- 
blan formado aquellas manos endurecidas por las 
faenas campestres. 

En la casa del profesor de primeras letras, al- 
morzaron frugalmente, pero con buen apetito, y 
después se dirigieron á la cañada de los Ochoas. 

— Vamos á ver, dijo D. Juan, un hermosísimo 
paisaje. Recuerdo que en los bellos dias de mi ju- 
ventud me complacía en vagar por estas gratas 
soledades, entretenido con varios pensamientos y 
acariciado por dulces esperanzas. 

— ¿Cómo se llama este sitio, papá? 

— La cañada de los Ochoas. 



Nuestros viajeros descendieron del carruaje y 
comenzaron á andar por una angosta vereda que 
se extiende en la falda de ¿a montaña, siguiendo 
las sinuosidades del terreno. Espesos matorrales 
ocultan las rocas y en el fondo de la cañada cor- 
re rumoroso en sus lechos de menudas piedras, un 
riachuelo. Después de haber camii;iado un cuarto 
de hora. Don Juan hizo notar 4 los Jiiño^ que des- 
de ege punto la cañada comenzaba á formar una 
espiral, torciéndose caprichosa en diversas direc- 
ciones. Kocas colosales cortadas perpendicular- 
mente y que parecen hendidas por el rayo, se le- 
vantan altivas dominando los bosquecillos de plan- 
tas silvestres. 

— Ya estoy fatigado, papá, dijo Carlos. 

— *'Nos volveremos; pero todavía nos falta ver 
el sitio mas pintoresco: la cañada se extiende por 
«spacio de muchas leguas. 

■ • j r ■ 

Al regresar, Carlos formó sus apuntes. 
A las Qinco y tres cuartos llegaron á Leen. 

Doña Luisa salió á encontrar á Don Juan, con- 

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movida y trémula: * 

—¿por qué lloras, que es lo que pasa? 
—Acabo de recibir ima carta de Guadalajará 



326 

en que me dicen que mi madre está gravemente 
enferma. 

— Pues es preciso qtie te pongas en camino ma- 
ñana mismo. 

— ¿Qué, no me acompañas? . 

— Me es imposible: un negocio urgente me lla- 
ma á otra parte. 

— Al otro dia, á las nueve de la mañana Doña 
Luisa partió en la diligencia para la capital de Ja- 
lisco, acompañada de Adelina y Luis. 

Don Juan y Carlos permanecieron ese dia en 
León y á la mañana siguiente salieron para San 
Luis Potosí. 

Al llegar á aquella capital, recibieron una carta 
de Doña Luisa, que llena de angustia; les partici- 
paba que el pequeño Lms habia desaparecido. 

Don Juan temia que el desgraciado niño hubie- 
ra sido plajiado. 

Afortunadamente su» temores no eran fundados. 

» 

Por nuestro amigo Carlos hemos sabido que 
Luis volvió al desolado hogas paterno, quince dias 
después, sin que nadie hubiera pedido por él res- 
cate alguno. ¿Cuál es pues la explicación de este 
inesperado acontecimiento? ¿Cuál fué la causa de 



esa repentina desaparición? ¿Dónde estuvo Luis? 
Nada sabemos. 

Carlos y Adelina nos han ofrecido mandamos 
sus memorias de viaje; creemos que la relación de 
sus infantiles excursiones será grata á nuestros 
lectores y nos proponemos publicarlas en nuestra 
biblioteca bajo el título de Aventuras de Tres 
Niños. 

Ojalá que nuestros humildes trabajos sean de 
alguna utilidad á la infancia mexicana á quien 
consagramos nuestras mas tiernas y cariñosas afec- 
ciones. 



Füí DEL TIÁJEBO. 



íj» 



índice. 

PiginaB. 

Capítulo I. — Una familia feli^:.— Ligérísi- 
ma idea de la Historia de México 7 

CapítuJíO ri.— Preparativos de viaje.-— Con- 
tinúa" la Historia de México.^^Sueño agi- 
tado 19 

Capítulo III. — De México á Guadalupe. — 
El ferro-caiTÍL — Despedida 40 

Capítulo IV. — De Guadalupe á Cuautitlan. 
— Incidente desgraciado. — Noche serena.... 64 

Capítulo^ V. — ^Tepeji dei Rio. — Calpulalpani. 
— Arroyozarco. — La Soledad. — San Juan . 
del Rio. — La Cuesta China. — Querétaro... 89 

Capítulo VI. — Querétaro. — El Acueducto. — 
La fábrica de Hércules. — La Cañada. — 

• 

Agradable soi"presa. — Nuevo viaje. — Sor- 
presa desagradable 122 



ÍNDICE. 

Capítulo VIL — Precauciones. — Alarma. — 
El Estado de Guanajuato. — Apaseo. — El 
puente de la Laja. — Celaya. — El templo 
del Carmen y el de San Francisco. — Tres- 
guerras. — Encuentro inesperado 1 39 

Capítulo VIII. — La Cruz de Culiacan. — Le- 
yenda.-^SalamanT3a. — La Penitenciaría.—^ 
El Rio Grande. — Irapuato. — Guanajuato... 168 

CAPÍTULO IX. — Guanajuato.. — La Parroquia. 
— La Compañía.— San Francisco. — Loreto. 
— Panorama. — La luz de la luna. — El cole- 
gio.- — El Palacio.- — La Presa. — Juan Valle. 183 

Capítulo X. — Silao. — León. — El hospital. — 
El teatro. — El Coecillo. — Los Gómez. — Los 
Castillos. — La cañada de los Ochoas. — Se- 
paración 206 



PLANILLA 

MEA Lá OQIOOMIQI IDE LAS 



Carátula. 

La Colegiata de Guadalupe 56 

Se sintió arrebatado por la corriente. . . 120. 

La cniz de Culiacan. 168